Huellas N.9, Octubre 1999

Los cristianos y el Estado

Tres hechos para una reflexión.
Primero. Mientras se ponía ante los ojos del mundo, en toda su gravedad, la represión de las bandas armadas musulmanas contra la población católica en Timor Oriental, en un importante diario italiano un periodista señalaba que a los católicos les puede suceder todo esto porque constituyen un pueblo, aunque sui generis. Un pueblo identificable, que se puede describir y también, por tanto, perseguir, si así lo decide quien detenta el poder.
Segundo. Tras la absolución del senador Giulio Andreotti en el proceso que quería implicarlo en un homicidio “político”, la firma más importante de un diario planteaba otra acusación, más aún, la verdadera acusación, con sentencia de condena histórico-política incluida: la peor culpa del estadista más relevante de nuestro país desde la posguerra consistiría en haber tenido en cuenta, especialmente en las cuestiones de política internacional, las preocupaciones de la Iglesia.
Tercero. Se ha convocado para el próximo 30 de octubre en Roma una gran manifestación con el Papa a favor de la libertad de enseñanza y de la escuela católica. La Conferencia Episcopal Italiana, que promueve el evento, espera una gran participación. Todos los católicos a los que les interesa la educación y la libertad están invitados a participar. La convocatoria responde a un momento en que la autoridad política del país razona sobre la cuestión educativa y la legisla según criterios que favorecen tanto la hegemonía del Estado-educador como la marginación de toda experiencia educativa autónoma.

El testimonio del martirio en Timor, la intolerancia de los opinion leaders hacia aquello que escapa a las reglas de juego del poder, y la convocatoria por la educación, traen a colación, a distintos niveles, la relación entre el cristiano y el Estado.
¿Qué contribución ofrece el pueblo católico a la construcción del bien común y a la libertad en la sociedad en que vive?
¿Cómo debe entender su relación con el Estado y cuándo el católico entra en colisión con lo que éste le pide?
La Iglesia siempre ha reflexionado sobre estos temas, ya desde el Evangelio, ofreciendo las claves para comprender, mejor que cualquier otra posición, el valor de la autoridad, de la libertad y la tarea de la política. Tales relaciones se vuelven tensas y problemáticas cada vez que el Estado (o las facciones que se presentan con carácter institucional) presumen de ser amos y señores a la hora de administrar los bienes de justicia, de educación y, por tanto, de libertad. La historia enseña que los momentos oscuros de una civilización coinciden con los momentos en los que se acusa y persigue a los cristianos en cuanto tales.
El pueblo cristiano rechaza un concepto y práctica de justicia, de educación y de política sujetos a la consecución y al mantenimiento del poder por parte del más fuerte y de la cultura hegemónica del momento; porque actuando así siempre se cae en el absolutismo. No importa si se trata de absolutismo puro y duro o del blando, la esencia no cambia: se reduce al hombre a un producto de las modas y de las leyes del Estado.
En la Apertura de Curso de CL en Milán don Giussani ha dicho: «Este versículo de la Biblia, que la Iglesia nos invita a rezar en el Breviario, nos ayuda a hacer memoria de lo que el Señor quiere recordarnos a todos para que en estos tiempos oscuros no le traicionemos, ni siquiera inconscientemente. “Así dice Yahveh: Paraos en los caminos y mirad, y preguntad por los senderos antiguos, cuál es el camino bueno y andad por él, y encontrareis sosiego para vuestras almas”».
La existencia de la Iglesia representa una singular paradoja: el mundo odia al cristiano - ya que cualquier poder mundano no puede tolerar la pretensión de que Dios se haya encarnado - precisamente por aquello que todos desean. El cristianismo, en efecto, lleva la respuesta que todos, aunque sea de forma confusa, esperan encontrar para hallar paz.