Huellas N.7, Julio/Agosto 2010

La única, verdadera, urgencia

Por caridad, no lo llamemos “balance”. Todavía no es diciembre, cuando todo el mundo tiene que hacerlos. Sin embargo, cuando se trabaja, de vez en cuando a uno le gusta pararse y mirar atrás, para ver los logros alcanzados. Y, además, como llega el verano, tenemos más tiempo para reflexionar. Y esto puede ayudarnos a juzgar.
Durante el curso, distintas circunstancias nos han planteado varios retos que nos han permitido comprobar «la pertinencia de la fe a las exigencias de la vida». En primer lugar, el drama de la pedofilia, que grita una exigencia de justicia que nos ha descolocado a todos. Una exigencia que no se acalla hasta que encuentra un abrazo serio y capaz de llegar hasta el fondo de la herida, como sólo Cristo puede hacer. O el 16 de mayo, con la invitación a acudir a la Plaza de San Pedro, no sólo para sostener al Papa, sino «para que ser sostenidos nosotros en la experiencia de fe», como nos recordó Julián Carrón. Emergen así los factores esenciales de una educación en la fe: provocados por los hechos, el ejercicio de la libertad personal y la adhesión a un juicio. Ante los hechos, nuestra libertad se ve obligada a tomar postura, a decir «sí» o «no». Y a asimilar el juicio de quien guía nuestra compañía, para que, adhiriéndonos a una propuesta, hagamos experiencia de ello.

Aflora así toda la sencillez del cristianismo. Porque, prestando atención, se comprende que, en estas vicisitudes, así como en muchas otras que nos sacuden (crisis económica, Oriente Medio, defensa de la vida), el juicio de fondo es uno. Lo reclama continuamente Benedicto XVI, indicando la necesidad de una conversión: «Fijar nuestra mirada en Cristo». Siempre, en cualquier circunstancia, también las que hieren el cuerpo mismo de la Iglesia. Con realismo sorprendente, se ha dirigido a los sacerdotes, sometidos –como todos los demás– a pruebas y tentaciones: «Donde estemos, en cualquier cosa que hagamos, debemos “permanecer siempre con Él”. (…) El sacerdocio jamás puede representar un modo para alcanzar la seguridad en la vida o para conquistar una posición social. El que aspira al sacerdocio para aumentar su prestigio personal y su poder, una ambición propia, siempre será esclavo de sí mismo y de la opinión pública».
Ser cristiano, y con mayor razón ser sacerdote, significa «seguir a Cristo», realizando una conversión. Dios espera nuestro “sí” en cualquier circunstancia. 

Éste es el juicio, la única y verdadera urgencia que nos atañe a cada uno en primera persona, como muestra la Página Uno de este número. La urgencia de la conversión no es un reclamo genérico, se detalla en los aspectos particulares de la vida. Allí se ve adónde miras. A Quién miras.
La conversión introduce una novedad continua en la circunstancia concreta: cuando pierdes el trabajo o luchas para defender al hombre y a la Iglesia, cuando miras a la política o a tus hijos y a tu mujer. Y también cuando estás de vacaciones, porque cada momento puede ser bueno para «permanecer con Él», para seguirle y experimentar una verdadera conversión.