Huellas N.7, Julio/Agosto 2004

Acontecimiento cristiano e idolatría

Rebrota desde hace un tiempo una polémica antirreligiosa. A raíz de hechos diversos, filósofos, periodistas y los llamados maestros del pensamiento han atacado el sentido religioso como causa, más o menos directa, de toda clase de inconvenientes. El retraso social, científico e incluso político, dependería de la persistencia de un fuerte espíritu religioso en las personas y en los pueblos. En resumidas cuentas, la religiosidad sería antimoderna.

No es una idea nueva. Parte de la filosofía y hasta algunos de los poderes hoy más fuertes han asumido su identidad en polémica contra el hecho religioso, casi hallando en esa animadversión su principal razón de ser.

Se trata en muchos casos de polémicas toscas, basadas en la ignorancia cuando no en la mala fe. Sobre muchas cuestiones los estudios históricos se han ocupado de despejar el campo y hacer luz sobre los hechos, por ejemplo demostrando cuán rica de invenciones y avances fue la época del Medievo todavía tachado de oscurantista.

Sin embargo, a estos polemistas les interesan las opiniones más que la historia y los hechos, con el fin de poder manipularlas a su antojo. Ya escribió Nietzche: «Ya no hay hechos, sólo quedan interpretaciones».
Así se aprenden dos cosas.

En primer lugar, que la verdadera oposición, como sucede en la Biblia, no es entre religiosos y antirreligiosos, sino entre religiosos e idólatras. Extraña ver cómo estos pensadores odian la religión y a la vez son tan prestos en fijar para sí y para los demás una suerte de ídolo al que creer y acatar. Para algunos es todavía la Diosa Razón jacobina, el instrumento que calcula lo que se puede medir y usar y que, paso a paso, tiene la presunción de poseer todos los fenómenos y de censurar los que se le escapan. El ídolo puede coincidir con muchas cosas: uno acaba creyendo que el valor absoluto es la política o la organización, el bienestar o la salud, la fama como remedio a una vida insignificante.

El segundo elemento que destaca es que dichas polémicas en realidad encubren su objetivo verdadero, que es precisamente la Iglesia. En efecto, muchas otras religiones se ven ensalzadas (a lo mejor en nombre de la multiculturalidad). La reciente Constitución Europea es un ejemplo elocuente de este anticatolicismo. Pero negando el Misterio que da valor infinito a la persona se deja al hombre en manos del poder.

El acontecimiento cristiano, como intuyeron algunos genios modernos como Rembaud o Dostoevskij, es el único que está en condiciones de poner siempre en discusión toda tranquilidad y poder adquirido. No se trata, en efecto, de una religión, de un discurso entre otros, sino de la presencia en la historia de un Dios que se propone como la única victoria posible sobre la vida y la muerte, como posible relación con el destino. Sólo se puede tomar en serio esta hipótesis si uno está enamorado de la verdad más que de sí mismo, o dicho con otras palabras, cuando se tiene un corazón sencillo y se está dispuesto a reconocer la positividad de una presencia, más que enquistarse en una polémica ácida, incorrecta y vacía.