Huellas n.6 Junio 2023
La improntaUnas pocas sílabas. «¿Y yo qué soy?». Este breve pero infinito verso de Leopardi da voz a una de las preguntas fundamentales con las que don Giussani identifica el «corazón» humano. El tejido último, estructural, del que estamos hechos. No se trata de una emoción ni de un sentimiento, sino de «un dato de hecho», el más «imponente e inextirpable» de toda la historia humana. Le puso nombre y le dedicó un itinerario existencial –El sentido religioso– que encierra la clave de su propuesta. De hecho, estaba profundamente persuadido de la necesidad de usar el corazón, «bajar a tomar con nuestras propias manos las exigencias y evidencias originales» –un trabajo «impopular sobre todo ante nosotros mismos»– para ser libres.
Y para estar abiertos y reconocer la respuesta a esas preguntas que «están escondidas, enterradas, enfermas quizás, pero están», como decía Jorge Mario Bergoglio presentando El sentido religioso en 1998. Su intervención, que abre esta revista, sirve de prólogo a la nueva edición del libro que estas semanas se vuelve a trabajar en la Escuela de comunidad, el camino educativo del movimiento.
«Hoy día la cuestión que más tenemos que encarar no es tanto el problema de Dios, la existencia de Dios, el conocimiento de Dios, sino el problema del hombre, el conocimiento del hombre y encontrar en el mismo hombre las huellas que dejó Dios para encontrarse con él», sigue diciendo Bergoglio, centrando la actualidad y la urgencia de esta reconquista de lo humano, ahora más que nunca, ante «nuestra cultura de supermercado, de ofertas al alcance de todos, de ofertas que tranquilizan el corazón».
En esta reconquista hay un aliado que nunca falla: la realidad. Donde el «corazón» se despierta es en el impacto con lo real. Lo hemos podido ver en las inundaciones que han anegado las tierras italianas de Emilia-Romagna, con todo el drama que supone y la gratuidad que se ha abierto paso. Lo que ha sucedido allí muestra sobre todo la necesidad de una educación, de una compañía viva para no perder esa apertura en la mirada que experimentamos en ciertas ocasiones, cuando vemos de verdad, cuando se despierta la profundidad de nuestra necesidad. De tal modo que toda la potencia humana que emerge en medio del barro, llena de dolor, de piedad y de bien, pueda ser el inicio de un camino de conocimiento, de quién soy, de lo que queda en pie, de lo que es la vida, y de esa «impronta» imborrable bajo toneladas de escombros. «¿Qué es lo que grita en mí? ¿Qué voz grita en mí esa exigencia de verdadera vida?», decía el teólogo Javier Prades en la presentación de El sentido religioso. ¿Qué camino permite vivir sondeando la apariencia de las cosas, tanto en una situación extrema como en un día cualquiera, yendo en metro? La pregunta está abierta, habrá que descubrir la respuesta.