Huellas N.6, junio 2016

Sin buscar otras cosas

Si hay un tema que enseguida resulta polémico hoy es “Europa”. No solo porque la Unión se ha convertido en un enredo de problemas cada vez más complicados de gestionar (la ola de emigrantes, los refugiados, los cierres en Grecia o en el Brénnero, la amenaza del Brexit, la crisis económica…), sino por la profunda desilusión. Hay un malestar de fondo que a veces estalla en rechazo. Hemos pasado de un proyecto común que evocaba paz, bienestar y solidaridad –un sueño europeo paralelo de algún modo al american dream–, a una sensación de extrañeza, como algo lejano de los intereses de la gente, que invade nuestro día a día y se muestra incapaz de resolver nada. El resultado es que basta hablar de Europa para provocar reacciones («Dios mío, ¿otra vez?», «Qué pesadez», «No quiero perder el tiempo»…) casi nunca positivas. Quizás es lo que os ha pasado nada más ver la portada de este número.

En cambio, precisamente estas contradicciones pueden tornarse una buena ocasión para aprender. En primer lugar porque una condición histórica que se da por adquirida –nunca antes hubo tres generaciones seguidas que crecieran sin guerra en Europa– corre el riesgo de desmoronarse en poco tiempo. Y después, porque hay que plantearse –como lleva tiempo haciendo Julián Carrón– cómo se puede invertir esta ruta y si es posible «un nuevo inicio». No basta un recuerdo glorioso ni una historia bien enraizada en valores como los de los Padres fundadores. Como dijo el Papa en un discurso pronunciado hace unas semanas ante los líderes de la Unión en la entrega del Premio Carlomagno (ver texto completo en www.revistahuellas.org), para «renacer» hace falta devolver «agua pura a las raíces de Europa».

El mensaje de Francisco es muy rico y directo. Plantea preguntas claras; no duda en señalar los límites de una «familia de pueblos» que se ha convertido en una «anciana» (la resignación, el cansancio, la pérdida de capacidad generativa y creativa); marca tres rutas que hay que tomar enseguida («integrar, dialogar y generar»). Al final de este discurso, crítico y a la vez constructivo, el Papa indica claramente la contribución que la Iglesia puede ofrecer a esta regeneración: «Su tarea coincide con su misión: el anuncio del Evangelio, que hoy más que nunca se traduce principalmente en salir al encuentro de las heridas del hombre, llevando la presencia fuerte y sencilla de Jesús, su misericordia que consuela y anima. Dios desea habitar entre los hombres, pero puede hacerlo solamente a través de hombres y mujeres que, al igual que los grandes evangelizadores del continente, estén tocados por él y vivan el Evangelio sin buscar otras cosas». Nada más.

Basta poco para darse cuenta de que se trata de palabras que traspasan ampliamente los confines de Europa. De hecho, son también la clave de lectura de este número de Huellas, contienen “la pregunta” que abarca los temas tratados en estas páginas, de la política a la familia, de África a Brasil… Hasta el cuaderno de los Ejercicios espirituales de la Fraternidad de CL celebrados en Rímini. En ellos aparecen los mismos elementos en los que se centra el Papa: nuestra humanidad herida, la misericordia de Cristo, el método de Dios. Todo lo que nos sirve para vivir.