Huellas N.6, junio 2004

Cristo ha resucitado, aunque nosotros no hayamos hecho nada para ello

Recientemente, el cardenal Ratzinger y el presidente del Senado italiano, Marcello Pera, cada uno desde su punto de vista –uno creyente, otro laico liberal– han manifestado su preocupación acerca de la situación actual. Ambos concordaban en que está en juego una civilización que se fundamenta en el reconocimiento del valor infinito de la persona. Aun traicionándolo mil veces, la civilización europea y occidental se ha mantenido fiel a este ideal a lo largo de los siglos, avanzando en el sentido del desarrollo, la libertad y la tolerancia. Todo esto entra en crisis hoy debido a factores internos y externos.
La dignidad de la persona es el primer fruto de la acción de Cristo. Él fue el primero en reconocer que el apestado tiene el mismo valor que el rey, el esclavo que el hombre que goza de libertad, la mujer el mismo que el hombre. Él ha dado un significado positivo a la historia; Él mismo lo inició. Por ello, la crisis que atravesamos llama a los cristianos a caer en la cuenta de su tarea.
En una carta que publicamos en este número de Huellas, el mayor del ejército norteamericano David Jones –responsable del adiestramiento de los reclutas– se pregunta cómo es posible afrontar como cristiano el infierno de la guerra, y escribe: «Cristo no nos prometió que sería fácil, sin dolor y sin grandes sacrificios». Y unas líneas antes afirma: «¡Cristo ha resucitado!, aunque yo no haya hecho nada para ello. Esta nueva civilización del Amor se experimenta viviendo nuestro carisma en este mundo en medio del caos, la confusión y la masacre».
Gracias al poder de los media y de las imágenes, en estos días todos nos hemos trasladado al frente, donde se sufre el horror, y del corazón de todos brota la pregunta: «¿Por qué?». «Esta semana –continua David– me notificaron la muerte de uno de mis reclutas. Tuve que ocuparme de los trámites para comunicar la noticia a la familia y fui a visitar a su madre. ¡Qué fácil es dejarse caer en el nihilismo!».
Plantada en medio de un mundo en llamas, hoy como hace dos mil años la Resurrección eleva su voz, tal como hizo don Giussani en los últimos Ejercicios de la Fraternidad de CL: «La victoria es de la Pascua y de la inmortalidad. Así, la victoria de la Pascua es el pueblo cristiano. Esta es la victoria de Cristo sobre toda la “victoria” de la nada».
El mayor Jones escribe que estas palabras están vivas en su corazón dando sentido a su vocación cristiana dentro del ejército. Porque la esperanza no se nutre de palabras o utopías, sino de signos de un mundo distinto donde todo es abrazado y es para un bien. Semejante victoria no es posible para los hombres. Es Dios, como escribe Péguy, el que se «ha molestado» en venir a nosotros.