Huellas N.5, Mayo 2006

«Todo para mí, Tú fuiste y eres»

Es fácil que al hablar hoy con una madre de familia se perciba su gran preocupación por la suerte de sus hijos. O encontrar algún empresario que lamente las dificultades del momento presente. O leer alguna de las numerosas estadísticas que señalan el crecimiento de un sentido de extravío ante el futuro y un sentimiento de precariedad que afecta a todos los aspectos de la existencia, sobre todo entre los más jóvenes. Como si toda espera y deseo de bien tuvieran que acabar, antes o después, en nada.
La incertidumbre es uno de los rasgos característicos de nuestra época. Una inseguridad que envenena la vida personal y común, y que parece haberse convertido en una clave “obligada” para interpretar la vida de los jóvenes. Se trata de una situación paradójica. En efecto, aunque muchos estén “decididos” a la hora de adoptar modelos y comportamientos –por ejemplo en el trabajo o en el juicio sobre la vida pública–, resultan sin embargo muy “inseguros” cuando se trata de tomar posición y asumir decisiones en los ámbitos más importantes de la vida personal.
Estamos seguros de que merece la pena trabajar mucho, pero en cuanto a por qué es preciso hacerlo, acusamos una gran vaguedad de motivos. Ocurre lo mismo en el campo extremadamente delicado de la afectividad: se reivindica con decisión la necesidad de relaciones importantes, pero se duda a la hora de hacerlas estables o de arriesgar por ellas. Se da una aparente esquizofrenia: nos dedicamos con denuedo y abnegación a perseguir ciertos objetivos y modelos, pero nos quedamos paralizados ante la urgencia de comprobar sus razones. Como si el propio yo no estuviera nunca presente.

El hombre marcado por la incertidumbre es una óptima baratija para cualquier clase de poder. Un súbdito. Acabará por secundar la corriente, más o menos conscientemente. O bien, seguirá la dirección que le marca el poder mediante sus instrumentos. Un hombre inseguro a la hora de juzgar y de vivir su afectividad será una presa fácil de las modas. Cuando la inseguridad llega a ser la ley de la vida conduce a la parálisis. Por ello, para defenderse de ese riesgo se vive como si “se estuviera seguro” de algo, pero carcomidos por la sospecha de que todo sea falso. Se puede incluso decir que se ama la vida, pero sufrir por dentro un extravío angustioso.

En una época de incertidumbre, los cristianos ofrecen la certeza como cauce para vivir. En los días de la Pascua el Papa lo ha proclamado al mundo entero. Una certeza que nada tiene que ver con la odiosa presunción de quien se cree perfecto y trata de imponer a otros sus ideas claras sobre todo, junto a reglas de comportamiento.
«Todo para mí, Tú fuiste y eres», escribe Ada Negri. La seguridad que devuelve la energía para el camino de la vida –en el trabajo, en los afectos, al abordar los problemas– no viene de una hipócrita consideración ética sobre uno mismo. Por el contrario, viene de la relación con Algo más grande que nosotros, que no es una ilusión sino una presencia que corresponde hoy al corazón del hombre.

“Se vive por amor de algo que está sucediendo ahora” fue el título de los Ejercicios espirituales de la Fraternidad de CL que tuvieron lugar en Rímini, a finales de abril. Como les ocurrió a los discípulos de Emaús, extraviados y decepcionados, Cristo resucitado se nos acerca –dijo Julián Carrón– para rescatarnos de la nada en la que todo parece acabar. Su presencia, Su compañía, se demuestra victoriosa desafiando a cualquier escepticismo y cinismo, y cumpliendo la espera del corazón. La seguridad no viene de nuestras capacidades; viene de la certeza de que existe un Tú que se vuelve nuestro compañero de camino en cada instante, «a través de los hombres en los que Él se refleja» (Benedicto XVI). La certeza viene de la relación con Cristo.
La incertidumbre convierte a los hombres en niños en el umbral de una habitación, en la que no se atreven a entrar, reduciendo así el perímetro de su relación con la realidad. La fe nos abre a un descubrimiento continuo, exalta la razón y la hace atenta y curiosa, como nunca, ante lo real. Mientras la incertidumbre nos separa de las cosas y de las circunstancias, la fe nos lanza a la realidad con un protagonismo nuevo.