Huellas N.5, Mayo 1999

Por la razón, contra la guerra

En una reciente intervención, el Papa ha pedido que se use la razón para detener la tragedia de la guerra en los Balcanes y evitar nuevas violencias: «Renuevo aquí el llamamiento, dictado no solamente por la fe, sino ante todo por la razón. Que callen las armas».
Pero ¿qué hay que hacer, en una situación aparentemente tan oscura y enredada, para usar rectamente la razón?, ¿por dónde empezar?
Hay que partir de la experiencia, porque sólo desde ella se ve si algo es justo o no y si una determinada acción respeta o no las exigencias del corazón del hombre. Si no se parte de la experiencia nos convertimos en presa fácil de las opiniones que el poder puede manipular hábilmente por medio de la TV, la radio y los periódicos. Como sucede precisamente estos días: estamos aparentemente muy bien informados, pero faltos de criterios personales con los que juzgar adónde nos están llevando.
Ahora bien, la experiencia nos dice que el hombre no vive por sí solo; nace de padres que pertenecen a una determinada historia, religiosidad, cultura y educación. Esto es lo que produce la diversidad de personas y pueblos, estableciendo también la posibilidad de que colaboren recíprocamente entre ellos con el fin de construir en común (la historia, especialmente la europea, ha sido muy rica en esto).
Pero si las diferentes pertenencias afirman de modo egoísta la libertad como medida-de-todas-las-cosas, es decir, si los hombres y los pueblos se consideran los artífices únicos de la historia, si no reconocen que provienen de Algo distinto y que pertenecen a un poder creador tan misterioso cuanto real (Dios, o como se le quiera llamar), sólo producen violencia y barbarie, y llegan hasta provocar masacres en nombre de sus cálculos. La relación con el Misterio último de la existencia, en efecto, es el factor más constructivo de civilización y, por consiguiente, de paz.
El Papa llama a las partes actualmente en guerra a que reconozcan este Misterio, y por tanto la necesidad, por la pertenencia común de los hombres a ese Misterio, de cesar un conflicto que sólo está creando más desastres, y ninguna esperanza.
La postura del Papa es básica y profundamente razonable. Y nosotros estamos con Él. Entre tanto colaboremos con la acción solidaria que, recogiendo fondos para ayudar a los refugiados, nos enseñe a compartir su destino, que es el de todos los hombres.
Comunión y Liberación
Mayo de 1999