Huellas n.4 Abril 2022

Inexpugnable

El conflicto en Ucrania ha consternado al mundo, con todo el peso que conlleva para la historia y para el futuro, con la ruptura del orden global y la trágica ilusión de pensar en poder recrearlo a costa de la persona concreta. Lo que está pasando nos empuja a todos a pensar en el destino. Junto al dolor y el miedo, estalla algo que el ser humano lleva inscrito en su ADN: una exigencia inextirpable de justicia, de verdad, de que esta vida tenga sentido. Un deseo tenaz que ningún poder puede aniquilar, aunque parezca que no queda escapatoria. Todos esos cadáveres, todos los heridos y refugiados, esas hileras grises de tanques en la nieve, bombardeos que derriban edificios enteros, el ruido de las sirenas retumbando en el hielo, el hambre en los búnkeres, el horror y la muerte entre los que huyen con poco más que lo puesto, esa nada a la que queda reducida toda una vida, el odio que devora las relaciones, los rostros juveniles de los soldados, un joven padre que en vano corre al hospital con su pequeño en brazos, médicos que operan con las linternas de los móviles, la oscuridad, el silencio y tantos adioses sin palabras en los andenes de las estaciones.

«¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él, el ser humano, para mirar por él?». Ese hombre que parece una nada insignificante, que puede quedar aplastado y arrancado de todo. Y sin embargo, se sitúa a otro nivel hasta tal punto, como dice Giussani en Dar la vida por la obra de Otro, que la realidad entera solo adquiere sentido en «un punto inabordable donde se refleja todo: el yo». Desde este faro se puede juzgar la historia personal y colectiva. Es un factor que no se puede manipular. Y es faro porque es libre, aunque le opriman, cuando es consciente de sí. Asoma en los testimonios de este número, en quienes afrontan el presente intentando dialogar y acoger a desconocidos, tal como supo ver el escritor Vasili Grossman: ninguna violencia es capaz de anular el corazón humano, inexpugnable, porque es relación con Dios. Dejar espacio a este misterio introduce un cambio hasta en los momentos más oscuros de la humanidad.

Darse cuenta de la imposibilidad absoluta de hacer justicia, de la necesidad total de que otro nos libere, desvela una «presunción antropocéntrica», como la llama Giussani, «en virtud de la cual el hombre sería capaz de salvarse a sí mismo». Por ella pretendemos cambiar el mundo prescindiendo de lo único capaz de cambiar la vida: la presencia de Dios que se hace visible a través de hombres que aman, mediante una lógica distinta al vivir y al pensar, solo porque llevan en los ojos su encuentro con Cristo. Un hombre que, en la inmensidad del Imperio Romano, silenciosamente, venció a la muerte, no se separó de la relación con el Padre ni siquiera en la cruz. «Su resurrección no es algo del pasado», como dicen las palabras del Papa en el Cartel de Pascua. «Entraña una fuerza de vida que ha penetrado el mundo».