Huellas n.4 Abril 2021

La vacuna

«¿Y yo cómo reacciono ante situaciones que no van bien?», preguntó durante un momento de su visita a Iraq el Papa Francisco. «Ante la adversidad hay siempre dos tentaciones». La huida o la rabia, dijo. Pero eso no cambia nada. «Jesús, en cambio, cambió la historia. ¿Cómo? Con la humilde fuerza del amor, con su testimonio paciente. Esto es lo que estamos llamados a hacer; es así como Dios cumple sus promesas». De una promesa que nunca decepciona —y que se hace realidad a través de caminos insospechados y discretos, a través de nuestra debilidad— ha hablado Francisco frente a aquellos testigos por los que hizo su viaje, «testigos que las crónicas a menudo pasan por alto, y que sin embargo son preciosos a los ojos de Dios». Él los ha mirado, admirado, los ha puesto de nuevo frente ante los ojos del mundo.
Por eso hemos querido dar espacio a su visita a la tierra de Abrahán, a las palabras y gestos de esos pocos pero intensos días entre Bagdad, Erbil, Mosul y Qaraqosh. Allí donde la violencia lo ha arrasado todo, el Papa ha señalado una realidad presente: vidas en las que el mal y la muerte no son la última palabra porque Cristo ha resucitado. La victoria de la familiaridad con Dios cimenta la vida de los hombres, se concreta en el perdón, en rostros e historias precisas: es el pueblo cristiano, una presencia humana que parece derrotada por la historia. Sin embargo ellos, perseguidos, han sido despojados de todo sin que hayan perdido nada, porque tienen el tesoro que vale más que la vida: estar insertados en una relación, en la pertenencia a Cristo.

Detenerse frente a ellos y mirar, como hizo Francisco, puede ser una contribución a la situación en la que nos encontramos todos. «Hay momentos en que la fe puede vacilar, cuando parece que Dios no ve y no actúa, como en los días más oscuros de la guerra, y también en estos días de crisis sanitaria global y de gran inseguridad». Pero no es un problema de resiliencia. Es que, cuando la vida urge, se hace más claro qué es lo que está a la altura del desafío: encontrar «personas que, viviendo entre nosotros, reflejen la presencia de Dios». Que en vez de huir tocan la realidad, la viven sin estar a merced de las circunstancias, el sufrimiento, la injusticia, los apagones en Macapá, el huracán en Honduras o las restricciones diarias en todas las latitudes. Lo podéis ver en las historias que llegan desde las comunidades del movimiento en distintas partes del mundo, tal vez de una sola persona, pero donde a raíz del encuentro con Cristo renace el yo, nace un nuevo sentimiento de vida que nos hace ser protagonistas. «Sabemos qué fácil es contagiarnos del virus del desaliento que a menudo parece difundirse a nuestro alrededor. Sin embargo, el Señor nos ha dado una vacuna eficaz contra este terrible virus, que es la esperanza». La certeza de que ya no estamos solos. «No olvidemos nunca que Cristo se anuncia sobre todo con el testimonio de vidas transformadas por la alegría del Evangelio. Una fe viva en Jesús es “contagiosa”, puede cambiar el mundo».