Huellas n.4 Abril 2019

Raíces y presente

Al comienzo fue un ideal. Luego una especie de milagro. Ahora solo parece un problema. La Unión Europea, ese increíble puzle de lenguas y culturas que ha ido encajando una pieza tras otra suscitando esperanza en 500 millones de personas, a los ojos de muchos se ha convertido en algo lejano, abstracto, e incluso hostil. Y más en vísperas de un voto muy confuso como el del próximo 26 de mayo.
Los motivos son muchos. Algunos reales, ligados a los límites y errores de una realidad que ha extraviado a lo largo del camino muchas piezas de la inspiración originaria (empezando por la solidaridad recíproca). Pero otros dependen sobre todo de nosotros, de nuestra miopía. Miras a Europa sin ver que es un espacio de libertad y paz como nunca se había conocido en la historia, y no solo de Occidente. El valor de la persona, la acogida, los intercambios entre culturas distintas, el programa Erasmus, las fronteras abiertas, un mercado común… Todo dado por descontado, obvio. Pero no lo es y nunca lo ha sido. Todo lo contrario.

El caso de la Unión Europea es uno de los que mejor ilustra la caída de las evidencias que creíamos adquiridas y compartidas por todos. Y que pone de manifiesto algo que nos pasa a todos: si me alejo de la fuente que ha dado origen a determinados valores –la persona, el trabajo, la libertad, la democracia misma–, antes o después, decaen. Separados de su origen, no aguantan el embate del tiempo.
De ahí la pregunta: ¿qué hay en el origen de estos rasgos fundamentales de Europa? ¿De dónde llegaban y de dónde llegan? ¿De dónde pueden volver a cobrar vigencia? ¿Qué papel juega la fe en esto? No se trata de volver a debatir sobre “las raíces cristianas”, cosa que resulta un tanto estéril. Rechazarlas por parte de las instituciones europeas ha sido sin duda un error histórico y un pecado de arrogancia. Pero sería también un error quedarse en eso. La cuestión no es la relación con el pasado, sino el presente. ¿Siguen estando vivas hoy esas raíces? ¿Y dónde? ¿Cómo?

No se puede responder a esta pregunta con un discurso. Hay que ir a buscar las historias y los hechos que esa vida manifiesta. Es el camino que emprendemos con este número, en la estela del Primer Plano del mes de marzo dedicado a la política: junto a la reflexión, indicar los testimonios. Signos vivos de una presencia cristiana que ha contribuido a crear Europa, haciéndola nacer de las ruinas devastadas por los bárbaros, y volviendo a reconstruirla después de los horrores del siglo veinte. Y que ofrece su contribución hoy para sacarla de la crisis y devolverle el rostro que ha tenido en los últimos 60 años: un espacio de libertad para todos. Un lugar «en donde cada persona pueda ser inmune a la coacción, en donde cada uno pueda hacer su propio camino humano y compartirlo con aquellos con los que se encuentra en él», decía hace un tiempo Julián Carrón, responsable de CL, en una intervención recogida después en su libro La belleza desarmada. Son palabras pronunciadas en 2014, en vísperas de las últimas elecciones europeas. Hoy son todavía más urgentes.