Huellas N.4, Abril 2015

Ante nuestros ojos

¿Qué pasó en Roma el 7 de marzo? ¿Qué es lo que hemos vivido? En vísperas de la audiencia, decíamos que íbamos a ir a casa de Pedro, con una petición: «Mendigar la fe». Cada uno sabe si estuvo en la plaza con esta apertura de corazón y esta necesidad expresa. Quien acudió al encuentro con el Papa movido por un deseo personal de conversión puede darse cuenta de la respuesta que aconteció allí y que ahora se nos ofrece como un don. Puede caer en la cuenta de cómo el Papa nos ha tomado en serio hasta el fondo, con un abrazo mucho más grande que nuestra espera. Un abrazo capaz de desplazarnos y llevarnos más allá de lo que cabe en nuestra cabeza. En una palabra, capaz de “descentrarnos” de nosotros mismos y devolvernos al verdadero centro.
Si al salir de San Pedro nos hemos sorprendido así, es muy buena señal, porque verse desplazados de nuestras medidas y devueltos a lo esencial no es algo que podemos hacer solos, por nosotros mismos, en virtud de nuestros esfuerzos o de nuestras intenciones: solo puede nacer de una presencia que se impone. Del estupor conmovido por un encuentro que se da ante nuestros ojos. Exactamente como se relata en el Evangelio. La vida de Jesús fue una compañía paciente que “descentraba” a los discípulos: cuando discutían acerca de quién sería el primero entre ellos, cuando rechazaban a «este que hace milagros, pero no es de los nuestros», cuando volvían contentos porque muchos se convertían o alarmados porque les faltaba el pan… Hasta el final, hasta las últimas palabras que Jesús le dijo a Pedro que le preguntaba por Juan: «Si quiero que se quede hasta que yo venga, ¿a ti qué?». Descentrados y devueltos al centro, siempre. Si esto mismo pasó en Roma –y vuelve a pasar después– es porque de verdad «hemos vivido de nuevo la experiencia del encuentro con Cristo», como dijo en seguida Julián Carrón: «Le hemos visto primerear delante de nuestros ojos mediante la persona y la mirada del Papa Francisco».

Un hecho de este tipo no necesita explicaciones. Al igual que a las palabras del Papa no sirve añadir ninguna clase de comentarios, interpretaciones o análisis sobre el riesgo de caer en la autorreferencialidad, de «petrificar» el carisma o de perder la libertad. Sería como poner un tapón a una fuente que mana, a un manantial de preguntas abiertas como agua fresca. No.
Nos interesa otra cosa. Lo que queremos es aceptar juntos este desafío. En primer lugar, mirando juntos a lo que ha pasado el 7 de marzo. Mirándolo para custodiar la memoria de este encuentro y recorrer juntos el camino nuevo que se abre para cada uno de nosotros, personalmente y, por lo tanto, para el movimiento entero.

Por esto, este número de Huellas que tenéis entre manos es especial, casi un monográfico dedicado a la audiencia. A lo que pasó allí y sigue sucediendo, empezando por la Asamblea de Responsables de CL en América Latina que se celebró a la semana siguiente de la audiencia. El testimonio de un trabajo hermoso, precisamente porque el centro no somos nosotros, nuestra estrategia o nuestras capacidades, sino la presencia inmerecida y gratuita de Cristo. Don Giussani entregó su vida entera para mostrárnoslo con su testimonio y enseñárnoslo con sus palabras. Este es el fuego, el corazón mismo de nuestra amistad.