Huellas N.4, Abril 2014

Con ojos nuevos

La objeción, más o menos, es siempre la misma. Desde los tiempos de Judas y los apóstoles. ¿Pero Jesús responde de verdad a los problemas que la vida nos pone delante? ¿Puede desenlazar los nudos y los afanes de una humanidad cada vez más confusa, incierta, capaz de intercambiar la vida con la muerte, los deseos con los derechos y el propio deseo de felicidad con una colección de cosas o personas a las que aferrarse? En resumen, ¿Cristo cambia verdaderamente la historia? Porque está bien la fe, los milagros, el Evangelio… Está bien incluso la Resurrección: te descoloca, sí, pero en el fondo no es un problema. ¿Pero sirven para vivir?

Al leer la Vida de don Giussani, de Alberto Savorana, entre muchas otras joyas nos encontramos con un cuaderno que el fundador de CL escribe en 1955, ni siquiera un año después de que naciera el movimiento. Se titula Respuestas cristianas a los problemas de los jóvenes. Giussani, señala el autor, afronta allí una objeción muy extendida: «Hace 2000 años que Él vino, y el mundo está tan lleno de maldad como antes; 2000 años lleva la Iglesia diciéndoselo al mundo, y los hombres gimen aún por problemas no resueltos. Parecería por tanto más que lícita la desconfianza en Él, han pasado dos mil años». Su respuesta es sorprendente: «Jesús no vino para traer la solución mecánicamente completa de los problemas humanos: Jesús ha traído el principio profundo de la solución, que se aplica y se afirma mediante la libertad del hombre». Es la raíz, la semilla – casi literal – de lo que años después se convertiría en el capítulo octavo de Los orígenes de la pretensión cristiana, un texto sobre el que muchos de nuestros lectores llevan tiempo trabajando.
Pero inmediatamente después, Giussani añade: «Es tarea propia de todo cristiano llevar a cabo – por así decir – la aplicación técnica de ese principio resolutivo, que es Cristo, a los problemas particulares y a los casos concretos. Esta aplicación sucede a medida que el ideal puro de Cristo va cobrando vida en sus fieles». Y más adelante: «Cuanto más se sigue a Cristo y más en serio se toman sus valores ideales como norma, tanto más se resuelve el problema humano». Por eso, la tarea del cristiano consiste en «encarnar los valores ideales de Cristo (…) en los intentos de respuesta que trate de dar a esas exigencias».
«El ideal puro de Cristo». Él vivo. Y su forma de mirar la realidad, encarnada y vivida. Porque, como dice en otra ocasión don Giussani, «los valores particulares son como los huesos que se forman con el tiempo a medida que uno toma lo que su padre y su madre le dan de comer (…). Tomando la mirada con que Jesús le miraba, san Pedro fue conformando sus huesos: en esto consisten los valores morales».
Olvidar esta mirada, darla por descontado, ponerla “a un lado” de la vida, es perderlo todo.

Vivir no “a un lado” de Jesús, por tanto, sino con Él. Dentro de su mirada. Como dice el Papa en el Cartel de Pascua que encontráis en la portada de esta revista: «La vida con Jesús se vuelve mucho más plena, con Él es más fácil encontrarle un sentido a todo». Fuera de esa mirada, el mundo no se entiende y las evidencias se nublan. Incluso las más claras y queridas. Lo podemos ver en los artículos de este número de Huellas dedicados al debate sobre el aborto en España, a los hechos que suceden en Sudamérica o a las “mujeres de Rose” en Kampala. Parecen crónicas del primer milenio. También nos permiten comprender mejor el desafío que Julián Carrón ha vuelto a lanzar a un grupo de responsables del movimiento reunidos en Brasil: «Imaginaos a Pedro y a los primeros discípulos: ¿cómo entrarían en Roma, en el corazón de un mundo que decía lo contrario? ¿Qué tenían ellos? Sólo unos ojos nuevos, una forma distinta de mirar el mundo». La mirada de Cristo resucitado. Feliz Pascua.