Huellas N.4, Abril 2009

La piedra del sepulcro

Ante las recientes polémicas sobre el “caso de los lefevbrianos”, el sida en África y los artículos sobre la supuesta “soledad del Papa”, corremos el riesgo de acostumbrarnos, de pensar que en el fondo es lo de siempre, que es sólo más de lo mismo: hay dos bandos, uno a favor y otro en contra. Por una parte están los “papistas”, por otra los “laicistas”, ante una platea de católicos comprometidos y ateos devotos, que según las ocasiones se decantan por uno u otro bando.

Es un riesgo grave porque nos impide ver lo que está en juego. Por ejemplo, el ataque contra la razonabilidad con la que la Iglesia afronta los problemas cotidianos del hombre –sean el sida o la crisis económica– niega de raíz la evidencia más poderosa que tenemos: que reconocer a Cristo permite conocer la realidad tal como es, pues la fe amplía la razón. Mientras que el escándalo ante la misericordia con la que el Papa abraza a quienes se equivocan –«un gesto inequívoco de lo divino» y por tanto «el mayor desafío» para nosotros, escribió Julián Carrón en el diario italiano Avvenire– constituye el rechazo más trágico y obstinado del hecho mismo que Cristo ha traído al mundo: la salvación. Obstinado en cuanto fruto de una razón tercamente cerrada. Y trágico porque trata de arrancar la esperanza de nuestra experiencia humana.
¿Qué sería la vida sin Su misericordia? ¿Cómo podríamos vivir la enfermedad, o asumir nuestros errores, o sobrellevar el peso de la crisis? ¿Qué sería la realidad sin Él? Un peso insoportable. Como la piedra de un sepulcro.

Cristo rompió esa piedra. Su Resurrección abrió para siempre esa tumba y Él sigue vivo y presente en la historia, contemporáneo a todos nosotros. Lo expresa con vigor Benedicto XVI en un pasaje de uno de sus recientes discursos: «En el misterio de la encarnación está tanto el contenido como el método del anuncio cristiano».
Por ello como “Página uno” de este número de Huellas publicamos algunos textos del Papa y dos intervenciones que nos ayudan a comprender su valor (el artículo de Julián Carrón y otro de Stefano Alberto). Los ofrecemos como un instrumento de trabajo, para juzgar con más acierto lo que sucede. Así se renovará la alegría pascual que resuena en el Manifiesto reproducido en la portada: «Cristo ha vencido y el tiempo es la obra profunda y misteriosa de Su manifestación».