Huellas N.4, Abril 2000

Presencia, solo presencia

La reciente peregrinación del Papa Juan Pablo II a Tierra Santa ha llenado las páginas de los periódicos y los servicios televisivos del mundo entero. La importancia del evento se ha subrayado y comentado de múltiples formas.
Sin embargo, un hecho ha sorprendido a todos. Lo ha confirmado también el escritor judío, no creyente, David Grossman que, hablando de sí mismo, ha admitido que todo su escepticismo y su indiferencia ante esta visita, debidos a consideraciones políticas y religiosas, se resquebrajaron en cuanto vio al Papa bajar del avión.
åillones de personas han escuchado las palabras del Papa, han visto sus gestos realizados en los lugares más significativos de la Alianza entre Dios y su pueblo y en los lugares de la memoria del acontecimiento de Jesucristo.
Más allá de cualquier otra consideración sobre las consecuencias políticas y religiosas de este viaje, a todos nos ha conmovido la presencia del Papa.
El sucesor de Pedro ha vivido su peregrinación de tal modo que nos ha impresionado como impresiona una presencia excepcional. La tensión por afirmar la victoria de Cristo sobre la muerte y el mal caracterizaba sus gestos: la fragilidad no disminuía esta tensión. Este hombre atraía la mirada de los que estaban allí observando la escena. No se trataba del fruto de una hábil dirección artística ni de sugestión, sino de una evidencia para los ojos de la razón y para las exigencias del corazón. Su persona reclamaba a la Gran Presencia que hizo de ese trozo de tierra algo único para la historia de la humanidad.
El tiempo tiene valor, dijo en Belén, lugar del nacimiento de Jesús, porque «aquí lo Eterno ha entrado en la historia y permanece con nosotros para siempre». Wojtyla nos ha reclamado a la única Presencia que corresponde a las exigencias de construcción y eternidad que habitan en el corazón y en la razón humana. Realizando su peregrinación, el Papa ha mostrado una vez más la naturaleza de la experiencia de la Iglesia: «El niño recién nacido, indefenso y totalmente dependiente de los cuidados de María y José, confiado a su amor, es la entera riqueza del mundo. ¡Él es nuestro todo!».
Ninguna estrategia ni preocupación para complacer a la mentalidad dominante pueden reemplazar a una verdadera presencia: el acontecimiento cristiano se comunica y permanece en la historia, en los lugares santos y en los lugares habituales de la vida cotidiana, mediante este método.
El siervo de los siervos de Dios lo ha indicado, una vez más, con certeza.