Huellas n.3 Marzo 2022

¿Qué educación?

«Morimos a los cuarenta años de un balazo en el corazón que nos disparamos a los veinte». Esta frase despiadada de Albert Camus hoy sería aún más precoz, con un balazo disparado a los diecisiete, a los quince o a los doce años. Se habla mucho de los jóvenes y adolescentes que salen a la calle o que se quedan encerrados en la habitación, que tienen miedo a la soledad o a volver a juntarse. Se habla de ellos con preocupación porque llevan encima los signos de este tiempo tan sufrido: síntomas y expresiones a veces contrapuestos, a veces tan agudizados que llegan al borde de lo patológico, ¿pero a qué se deben?

Resulta engañoso reducir el problema a la pandemia, no basta con repetir que esta, efectivamente, ha revelado algo que antes ya estaba pero más atenuado, es la percepción cotidiana de un vacío. Un vacío que va disparado al pecho, aniquilando el deseo de plenitud, apagándolo hasta en el corazón más joven. «El yo tiene sed de eternidad, el yo es relación con el Infinito», dice Giussani en Dar la vida por la obra de Otro. «Sin esta sed todo sería opaco, oscuro o una nada indigerible». Cuando se apaga esta sed, todo se vuelve insoportable.

Pero nadie despierta solo. Por eso a todos nos interpela una situación en la que emerge un malestar tan fuerte y, al mismo tiempo, el asombro cuando nos encontramos con un adulto capaz de mirarlo sin miedo.
Algo que brilla ayuda a iluminar también el fondo del desafío, la necesidad de alguien con quien se hace deseable arriesgar y compartir un tramo del camino, porque vive en su propia piel y en sus jornadas una promesa que se mantiene.
Adultos conscientes de que ya está todo en el germen de ese espacio que se da durante una lección en clase, ya sea por Zoom, estudiando juntos una tarde o en una conversación entre horas. Estas páginas cuentan hechos aparentemente minúsculos, de los que no hablan los medios, pero que son momentos potentísimos en los que hay un corazón que vibra y se descubre a sí mismo. Hay lugares que, con el tiempo –no de manera mecánica ni por una capacidad–, llegan directos a ese deseo oculto bajo las cenizas.
Volvemos a hablar de educación porque nunca deja de sorprendernos que consista en una educación de lo humano: de algo original, incandescente, indestructible, que hay en el fondo del alma. La educación es por tanto un hecho y hemos querido atisbar cómo sucede. En situaciones extremas o de lo más común, solo hay un detonador del corazón, un encuentro, una relación viva que tiene la fuerza de abrir brecha en él. De sobresaltar al yo, el centro de todo, «lo más inexorablemente grande que hay en el hombre», continúa Giussani. «El hombre como persona, cuyo menor pensamiento vale más que el universo entero».