Huellas N.3, Marzo 2012

Lo más querido

Al acercarse la Pascua – igual que cuando se acerca la Navidad –, Huellas dedica su portada al llamado «Manifiesto» de Comunión y Liberación. Una imagen y unas frases que los miembros del movimiento difunden en todos sus ambientes de vida y de trabajo. El Manifiesto sirve para comunicar a todos, de manera breve e incisiva, lo que más nos apremia en una determinada circunstancia histórica, y también el significado que tienen para nosotros y para la propuesta que llevamos al mundo, estos dos momentos cruciales del año. Lo llevamos haciendo desde 1982, exactamente treinta años. Y cada año se da una auténtica espera para conocer las escenas y las palabras destinadas a acompañarnos en los próximos días en nuestros lugares cotidianos de trabajo y en nuestros hogares.
Este año la sorpresa es doble, porque la frase elegida – que se puede leer en la portada – es la misma de 1988. Pertenece a lo que don Giussani indicó como el “Manifiesto permanente” de CL, porque expresa la naturaleza misma del movimiento. Y esa expresión, «lo más querido», es tan eficaz que recorre a menudo nuestro camino común: encuentros, lecciones, documentos. Entonces, ¿por qué volver a proponerla?

No lo hacemos por conmemorar el treinta aniversario del reconocimiento pontificio de la Fraternidad de CL ni para celebrar un momento histórico en el que se abre la causa de beatificación y canonización de don Giussani, sino por su radical actualidad.
Hoy la crisis pone aún más de manifiesto cuán arduo y árido es vivir «después de Jesús, sin Jesús», como escribía Péguy. Por eso Benedicto XVI ha proclamado un «Año de la fe» para reclamarnos a no darla por supuesto y a partir del origen mismo de la fe, Jesucristo, en lugar de hacerlo desde sus consecuencias éticas y sociales. Y también sucede que la propuesta educativa del movimiento, mediante la Escuela de comunidad sobre Los orígenes de la pretensión cristiana – el texto donde don Giussani va al corazón del acontecimiento cristiano – nos vuelve a poner ante la pregunta de Dostoievski de la portada de Huellas de febrero: ¿puede un hombre de nuestro tiempo «creer verdaderamente» en la divinidad de Jesucristo?
Nuestra vida depende de la respuesta a esta pregunta. No una respuesta teórica, sino dramática, porque lo que nos desafía no es ni una idea ni un discurso, sino un hecho que la Pascua pone delante de todos: la resurrección de Cristo y, por tanto, su Presencia viva en el aquí y ahora de la historia.

El “Manifiesto permanente” nos remite a Cristo, perenne «centro del cosmos y de la historia», como decía el beato Juan Pablo II, que con su resurrección ha conquistado el tiempo y el espacio de una vez por todas. Y por ello, con la ternura y el afecto que tiene por cada uno de nosotros, sale a nuestro encuentro día tras día, pidiendo a nuestra libertad que lo reconozca en cada instante.
Cristo ha vencido para siempre, y por ello se ofrece ahora a nuestra libertad para que cada uno de nosotros le reconozca como «lo más querido».