Huellas N.3, Marzo 2007

El desafío del Papa y nuestra responsabilidad

Hace poco, un conocido director de un periódico italiano advertía ante un aforo abarrotado que desde hace un tiempo algo ha cambiado entre los periodistas, intelectuales y analistas a la hora de abordar el “catolicismo”. Como señal de que recientemente ha ocurrido algo nuevo en la Iglesia, observó que por primera vez un Papa para describir la naturaleza y la originalidad del hecho cristiano ha utilizado la palabra “acontecimiento” en una encíclica. Una palabra-espía, en opinión de ese director. El concepto del cristianismo como acontecimiento histórico no es nuevo, siempre ha pertenecido a la historia de la Iglesia. Pero precisamente el empleo de esta palabra despertó la curiosidad del director.
En realidad, Benedicto XVI está sorprendiendo a muchos –basta con leer las firmas acreditadas que colaboran con Huellas en este número: Riotta, Allam, Reale, Borgna, Albacete y Lenoci–, y “preocupando” a otros que le escuchan. El Papa habla de corazón, amor, razón, educación, diálogo. En fin, se ocupa de cosas de “laicos”. La fe y la religión no son para él un recinto cerrado. Emplea palabras que ciertas corrientes de pensamiento e ideologías hostiles al cristianismo pretenden considerar como “cosa suyas”, y sobre las que los cristianos –¡faltaría más el Papa!– no pueden hablar. Son las palabras de la modernidad, las que le interesan al hombre moderno.
Al excluir a la Iglesia del uso y de la confrontación con estas palabras y con las cuestiones relacionadas con ellas se la presenta como una antigualla que no tiene nada útil que decir a la vida actual. Se equivocan. Porque la Iglesia se ha dirigido siempre a aquello que interesa al hombre de todos los siglos, a lo que el Papa ha llamado “corazón”.
Recogiendo y, por así decir, relanzando el desafío de la modernidad, Benedicto XVI ha usado esos términos prohibidos, pero sobre todo, los ha analizado y propuesto en su sentido original. Y ha lanzado el reto más alto y amoroso, cuyos primeros destinatarios somos los cristianos: averiguar en la experiencia si a la luz de una familiaridad con Cristo el sentido de esas palabras adquiere mayor hondura y apertura. Un reto que supone amar hasta el fondo la libertad del hombre y, como hizo Cristo, encomendarse a ella para averiguar si es cierta la noticia más importante que jamás pueda alcanzarnos: hay algo en el mundo que resiste en medio de toda la confusión, la vida no es vana, un Padre te ha querido y te espera, lo que amas no lo perderás.
¡Qué responsabilidad –y qué cambio– para los cristianos, inmersos como todos en un mundo que ha borrado del diccionario ciertos vocablos, declarándolos imposibles! Recoger el desafío del Papa no significa sólo “repetir” sus discursos, sino testimoniar que es verdad lo que afirma el cristianismo: «Cristo da carne y sangre a los conceptos – un realismo inaudito» (Deus caritas est). Significa enseñar que se puede vivir así, porque si los hombres no lo ven no pueden creer. Y sólo pueden ser atraídos por el cambio que ven en la vida de otros. Por tanto, nuestra responsabilidad ante el mundo se llama “testimonio”.