Huellas N.3, Marzo 2000

Política: educación, libertad y unidad

Hacen falta buenas razones, en nuestros días, para dedicarse a la política. En efecto, todo parece invitar a no hacerlo: el sistema electoral vigente, una democracia deficiente en los partidos, la sospecha de que el poder, como hegemonía de unos cuantos sobre los demás - Pasolini hablaba de "homologación" -, es el único motor de demasiadas acciones y estrategias.
A esto se añade la extraordinaria capacidad de muchos políticos, y de los medios de comunicación que relatan sus conquistas, de centrarse siempre en cuestiones secundarias, descuidando las más importantes. Así, por ejemplo, se está llevando a cabo una callada demolición de las enseñanzas básica y media españolas sin que los ciudadanos hagan sentir con fuerza su voz, como si esto no nos afectase a todos y al futuro de la sociedad.
Hoy se pone de manifiesto que la acción política, y el mismo interés por ella, está directamente relacionado con una cuestión educativa: la razón adecuada para implicarse en la política es que las personas - cada uno de nosotros - seamos cada vez más conscientes de nosotros mismos al vivir la historia y de esta manera nos hagamos más libres, es decir, más capaces de reconocer la verdad y por tanto de adherirnos a ella. Y también que cada persona esté unida, en sí misma y con los demás. Educación, libertad y unidad son las palabras claves de un serio compromiso con la realidad.
Por el contrario, un pueblo cuyos instrumentos de educación, directos e indirectos, inculquen la idea de la pertenencia de cada individuo sólo a sí mismo, de una libertad sin razones y de una segmentación individualista en las relaciones con los demás, difícilmente puede establecer una relación sana con la esfera política.
Por lo que se refiere a los cristianos, el interés por la política forma parte de ese interés por la realidad y las personas en el que educa el verdadero cristianismo. La pasión por la auténtica libertad nace de la mirada de Cristo, la mirada de Dios llena de estima excepcional sobre la realidad humana. La recuperación del principio de subsidiariedad a partir de esa pasión por la libertad, es el punto de vista más adecuado y realista, particularmente hoy, sobre la sociedad y la política. Por la educación que recibe, el cristiano trata de reconocer los intentos más logrados de aplicar este principio y de identificar los ejemplos, en un determinado momento histórico, de esos intentos. La propuesta de una opción política como la que hemos sostenido ante las recientes elecciones, no se define por un proyecto para alcanzar hegemonía, sino que tiene el valor de ejemplo. Es simplemente eso, un intento.

Los que han fomentado durante largo tiempo la división en la vida personal y eclesial entre esfera espiritual y temporal, entre práctica religiosa y compromiso político, se han visto señalando como único criterio de decisión una vaga y abstracta tabla de valores, con frecuencia útil sólo para enmascarar otros intereses. Y apoyando la peligrosa idea de un Estado omnipresente, que pone en peligro la educación y reduce la libertad de expresión y asociación, favoreciendo la división y el olvido de toda tradición.
"Más sociedad le conviene al Estado", a un Estado no invasor, hemos repetido durante estos años. La reciente cita electoral ha sido un momento importante para esta batalla, porque la libertad no se favorece con discursos, sino con hechos y personas.