Huellas N.3, Marzo 1999

¡Ser! O nada

Se acabó el cristianismo»: esta es la opinión de algunos entre los más acreditados columnistas laicos en las páginas de los periódicos.

Sí; la experiencia cristiana habría llegado al final y perdido la fuerza original de su impulso junto con esa detestable pretensión de llevar al mundo el anuncio de la verdad. Estaría lista, por tanto, para pasar a ser algo distinto. Hay quien sostiene que - una vez acabadas todas las ideologías que funcionaban como aglutinante para la sociedad - se convertirá en una especie de religión civil del mundo occidental; y hay también quien lo considera un rico depósito del que sacar sugerencias convenientes de moral individual y colectiva.
En ambos casos estaríamos frente a un cristianismo sin fe, falto de cualquier experiencia de algo excepcional, con un Cristo reducido a genial fundador de una filosofía moral o a curioso personaje del pasado. En fin, un cristianismo superficial, con apariencia de realidad, pero que está en las nubes.
Se plantean dos interrogantes. ¿Es verdad que la fe ha desaparecido? ¿Y por qué desde las primeras páginas tanta pasión por el cristianismo?
Sugerimos dos respuestas. Hoy más que nunca parece pertinente la grave pregunta de Jesús en el Evangelio: «Pero, cuando el Hijo del hombre venga, ¿encontrará fe en la tierra?». Hoy en día un hombre que tenga fe, que viva la fe católica debe luchar en contra de toda agresión externa y sutil tergiversación interna, es decir, proveniente de los que deberían ser maestros en la fe. Sin embargo, Cristo mismo estableció en términos definitivos su presencia en el mundo, en la historia y, por tanto, su pretensión: «Donde dos o tres se reúnen en mi nombre...».
La generación continua de un pueblo que se reconoce unido a partir del descubrimiento de la propuesta humana excepcional que es Cristo, es un fenómeno que se les escapa a los supuestos observadores. Sin embargo, incluso hoy, es un dato de hecho, quizás minúsculo según las estadísticas, pero real: una «entidad étnica sui generis» en palabras de Pablo VI. Fue minúsculo también al comienzo.
La fe no se limita a los confines de un fenómeno subjetivo y tampoco a una labilísima moralidad que la persona o un grupo pretenden observar. La fe emerge por completo en ese instante que han vivido Pedro y - tras él y como él hasta hoy - hombres de todos los tiempos: «Sí, Señor, Tú sabes que te quiero».
Con el corazón lleno de contradicciones y con la vida marcada por un encuentro, al igual que hace dos mil años, existe quien reconoce en aquel Hombre excepcional algo que merece, sin duda alguna, estima y que cumple todo deseo.
PS. A propósito de la curiosidad por el cristianismo. Justo en el momento en que pretenden eliminarlo, ¿no sufrirán acaso nuestros eruditos intelectuales una imperceptible nostalgia de un acontecimiento? Una nostalgia - infinita como la del hombre moderno - de un rostro excepcional del que la figura del Papa es signo tenaz. Quizás lo excluyan por prejuicios.