Huellas n.2 Febrero 2021

Hermanos por ser hijos

«El milagro que sacude el mundo es que personas que serían extrañas entre sí se traten como hermanos». Esta frase a la que alude el título de la portada la pronunció en una reunión en 1983 don Luigi Giussani (de cuyo fallecimiento se cumple, el 22 de febrero, el XVI aniversario). En esa ocasión dijo que no hay nada tan imposible y a la vez tan deseable como esta nueva relación con el otro. Es la esencia del “camino humano” que el Papa nos indica con la Fratelli tutti, su última encíclica. Pero, ¿cómo es posible cuando los problemas son tan complejos que asfixian la vida personal y colectiva? La pandemia ha puesto de manifiesto inconsistencias que ya existían. Mientras tanto, la política se desmorona y el mapa de la tragedia se ensancha con millones de persona, de un modo tan desmesurado que parece irreal: Balcanes, Tigré, Siria, Guatemala. La lista es larga.

La encíclica despierta una inquietud ante los contrastes, empezando por los más cotidianos, y plantea muchas preguntas, una de fondo: ¿es posible que la necesidad de “salvarnos juntos” no se quede en una mera intención, un escenario utópico o un esfuerzo, abocado a acabar en el escepticismo?
En un mundo dividido, donde «no se presta una detenida atención y no se penetra en el corazón de la vida, no se reconoce lo que es esencial para darle un sentido a la existencia», escribe Francisco, no puede haber razones sólidas y estables para referirse a la fraternidad «sin una apertura al Padre de todos, no habrá razones sólidas y estables para el llamado a la fraternidad. Estamos convencidos de que solo con esta conciencia de hijos que no son huérfanos podemos vivir en paz entre nosotros. Porque la razón, por sí sola, es capaz de aceptar la igualdad entre los hombres y de establecer una convivencia cívica entre ellos, pero no consigue fundar la hermandad».
La encíclica es un texto tan rico como la visión que ofrece del mundo. Antes de cualquier consideración, nos pide participar en la gran provocación que la Iglesia dirige a todos.

Con el “Primer Plano” de este número queremos mostrar que es posible encontrarse y reconocerse como hermanos. Lo hacemos principalmente a través del testimonio de la pequeña comunidad de Taiwán, donde toda distancia queda salvada por un tesoro recibido que desborda: el encuentro vivo con el Hecho cristiano. Experimentar que somos “hijos” de Dios a través de una compañía concreta da lugar a una nueva actitud. Hemos captado en situaciones y en diferentes países esta gratitud que irrumpe en el corazón del hombre hasta cambiarlo y cambiar las relaciones. Porque «la fraternidad es un hecho universal. Pero no abstracto», como veréis en el diálogo con el islamólogo Adrien Candiard: «La mejor encarnación de esta encíclica se hará a través de pequeños hechos que suceden entre la gente». «Este es el milagro», reiteró Giussani en aquel encuentro. «A esto hemos sido llamados».