Huellas N.2, Febrero 2017

Lo más concreto

Hay un aspecto de nuestra vida ante el cual no podemos hacer trampa, ni siquiera con nosotros mismos: el trabajo. Y no solo porque en ello empleamos la mayor parte de nuestro tiempo. Como recordaba siempre don Giussani, nuestro verdadero «yo» emerge solo cuando nos sorprendemos «en acción». Emerge en el contacto con la realidad, no con las ideas, los proyectos, las imágenes que tenemos en la cabeza. Emerge cuando nos ponemos manos a la obra y nos comprometemos con lo que tenemos delante. Y el trabajo es un indicio seguro que pone de manifiesto quiénes somos. Todos, tanto uno mismo como los que nos rodean, pueden ver en qué nos apoyamos, de qué vivimos, con qué criterios nos movemos, a quién pertenecemos de verdad.

No es una casualidad que a raíz del trabajo surjan preguntas que nos escuecen y que se hacen más acuciantes hoy. Porque el mundo del trabajo cambia rápidamente, la crisis sigue presionando, el paro es una lacra pesada, ciertas dinámicas –una vida entera haciendo más o menos lo mismo en el mismo puesto de trabajo– ya no existen, o casi. Hay que cambiar, moverse, reinventarse. Sobre todo, exige un esfuerzo mayor.
Es natural por tanto que aparezcan dudas, interrogantes, heridas. ¿Cómo se busca o se elige un trabajo? ¿Con qué criterios? ¿El sueldo, la seguridad? ¿Tengo que contentarme con lo que pasa en el mercado o seguir mis deseos? ¿Cómo afrontar la insatisfacción? Y si las cosas van bien, ¿cómo conciliar la carrera con lo otro que me apremia, la familia, los hijos, los amigos…?

Sobre estos temas queremos aportar nuestra contribución. No respuestas automáticas o recetas, sino ofrecer una ayuda (con reflexiones y testimonios en primera persona, también de quienes se han ido al extranjero para buscar trabajo) para darnos cuenta de lo que está en juego verdaderamente en todas estas preguntas. Y por qué don Giussani, en una de sus intervenciones (que volvemos a proponer en revistahuellas.org), hablaba del trabajo como algo que «nos impulsa a hacernos más cristianos, a repensar nuestro amor a Cristo, a reparar en cómo vivo, en la utilidad que tiene mi vida y en para qué se me ha dado todo lo que tengo». Más aún, a descubrir el trabajo como «el aspecto más concreto –más árido y fatigoso (¡pero concreto!)– de nuestro amor a Cristo».
Es una perspectiva que nos da luz, porque nos abre de par en par un horizonte infinitamente más amplio del que tenemos normalmente. Pero es también una afirmación que nos escuece, porque está toda por comprender y hacer nuestra. Lo cual solo es posible en el terreno de la experiencia. Entonces, de verdad, ¡buen trabajo!