Huellas n.11, Diciembre 2021

Ojos que ven

La revista de diciembre se abre con los documentos que han marcado los pasos de estas semanas tras la dimisión de Julián Carrón como presidente de la Fraternidad de CL, una decisión tomada para «favorecer que el cambio de guía al que nos llama el Santo Padre se desarrolle con la libertad que dicho proceso requiere». Su gesto ha provocado una aceleración del proceso, en diálogo con el Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida y con la presidencia ad interim de Davide Prosperi. Sobre todo, ha hecho más necesaria que nunca la verificación de la experiencia «en primera persona», a la que Carrón nos invita. «Esperaos un camino, no un milagro que eluda vuestras responsabilidades, que anule vuestro esfuerzo, que haga mecánica vuestra libertad», decía don Giussani en 1982.

El “Primer Plano” de este número es un camino dedicado al desafío del conocimiento, con esta introducción:

El impacto de lo que sucede resulta decisivo. Sobre todo cuando afecta al significado de la vida, y entonces ya no basta con quedarse en la confusión reinante ni en la multiplicación de interpretaciones, a todos los niveles, tanto personal como social.
Hoy, cuando todo es incierto y opinable, ¿es posible conocer con certeza? El deseo inextirpable de verdad, ¿adónde nos lleva?
«Solo cierta vibración despertada por un suceso o por un acontecimiento permite asomarse a la complejidad y la riqueza de lo que está ocurriendo», se puede leer en este Primer Plano. Una confrontación con personas que, desde la justicia a las ciencias de la información, se miden cotidianamente con el reto de conocer.
Nos gustaría una seguridad blindada en abstracto, como si los hechos tuvieran que imponer su verdad sin nosotros. Pero en realidad la abstracción viene de quien no confía en nuestra capacidad para juzgar. Se nos invita a un compromiso con la realidad entera. Buscamos algo capaz de abrirnos los ojos para ver las cosas como son, un camino que no envilece sino que exalta la libertad y nos libra de la duda sistemática.
«Para poder conocer las cosas hay que amarlas», escribe Costantino Esposito en El nihilismo de nuestro tiempo. «Pero no hay que entender esta dimensión afectiva como un añadido “sentimental” o como una emoción subjetiva respecto a la fría constatación de los datos objetivos de la realidad. Al contrario, ese afecto constituye el motivo de fondo de cada uno de nuestros actos cognoscitivos, una apertura de nuestra mente en busca del sentido de las cosas. Podemos describirlo como una “atracción” que la realidad –las cosas, las personas, la naturaleza, los acontecimientos– ejerce siempre sobre nuestro yo, invitándolo y retándolo a un viaje de descubrimiento. Pero esto no es algo automático, requiere de nuestra libertad». (A. S.)