Huellas N.11, Diciembre 2013

De Pedro a Pedro

Dos mil años borrados en pocos instantes. Cuando el Papa Francisco, el 24 de noviembre, tomó la teca con las reliquias de Pedro mirándolas durante un rato en silencio, delante de una plaza abarrotada para la misa de clausura del Año de la Fe, muchos lo han pensado. Han pasado dos mil años desde la muerte de Pedro. Una cadena de hechos, rostros y testigos, para que llegara hasta nosotros el acontecimiento que estamos a punto de celebrar: la presencia de Dios en este mundo. Dos mil años colmados de una Presencia que tiene un solo objetivo: nuestra felicidad, la plenitud de nuestra vida humana.
Poco después de este gesto, el Papa ha entregado al pueblo de Dios un documento que, como escribe él mismo, tiene «un valor programático», es decir, expresa lo que más le apremia. Es un texto riquísimo, como se puede ver en este número de la revista y, más aún, profundizando en la lectura de la Exhortación apostólica. Su título lo dice todo: Evangelii Gaudium, «la alegría del Evangelio», la que «llena el corazón y la vida entera de aquellos que se encuentran con Jesús».

Son palabras cuyo eco encontráis en la portada, en el Manifiesto de Navidad de Comunión y Liberación. Ese vínculo, «no el que tú estableces con Él, sino el que Cristo establece contigo», como escribe don Giussani, es el corazón de esta alegría. Un Hecho, Él que se dona a nosotros. No una idea, un proyecto a realizar o un objetivo a alcanzar, sino Dios mismo que nos primerea, nos precede y toma iniciativa hacia nosotros convirtiéndose en «una compañía que nos acompaña». Tanto que «dejarnos aferrar y guiar por su amor amplía el horizonte de la existencia, le otorga una esperanza sólida, que no defrauda». En dos palabras, que también utiliza el Papa, «dilata la vida».
Esta es la promesa de la Navidad: dilatar nuestra vida, otorgarle respiro y profundidad. Plenitud. Es una promesa decisiva. ¿Qué más podemos desear? Y también es una promesa fácil de comprobar. No sirven interpretaciones o análisis. Basta la experiencia, la vida misma. Podemos saber si algo llena de verdad el corazón, sólo si nos sorprendemos, de manera inesperada y gratuita, con el corazón agradecido. Cuando sucede, no hay dudas, es inconfundible.

Este número de Huellas es un pequeño viaje a lugares donde la Navidad acontece y la vida se dilata. Lugares tan distintos como un hospital de Bolonia o un pozo petrolífero en el desierto de Dubai. Vidas normales, ordinarias, que testimonian delante de todos que ese «vínculo que Cristo establece con nosotros» es real y concreto. Desde aquella noche de Navidad, pasando por vidas y rostros particulares. De Pedro a Pedro, dos mil años borrados en un instante, para llenar la vida de los hombres a lo largo de la historia. ¡Feliz Navidad!