Huellas N.11, Diciembre 1999

2000: para celebrar de verdad

Todos hablan de este fin de año. Es un tema de conversación frecuente en el trabajo, en casa o entre los amigos. Muchos menos son los que hablan del Jubileo que está a punto de empezar.
Es algo normal, no sólo porque el fin de año del milenio es sin duda un negocio ventajoso e “inflado” por los medios de comunicación. Queda el hecho que la mayoría de los hombres piensa en el tiempo que pasa advirtiendo una especie de vértigo, como cuando se mira al vacío. Un tiempo vacío, aunque abarrotado de obligaciones y compromisos: nuestro siglo entre sus mayores protagonistas cuenta con el aburrimiento. La falta de sentido del tiempo debe ser por tanto exorcizada. Y resulta evidente para todos que dicha falta es el peor enemigo de la vida.
La falta de sentido del tiempo llega a matar, a menudo llega incluso a quitar las ganas de vivir. El tiempo vacío es más un ladrón que un hombre honrado.
T. S. Eliot advertía: «Sin significado no hay tiempo».
Claramente se puede llenar el tiempo, “matarlo” de distintas maneras, ordenarlo en períodos, aniversarios, efemérides. Sin embargo, sin significado no hay tiempo, sólo hay un torbellino casual de instantes, una dispersión.
De todos modos, todos hablan del fin de año y de sus preparativos. Se organiza toda clase de iniciativas en el intento conmovedor y afanoso de afirmar la vida en contra del vacío del tiempo.
También el Jubileo está a punto de empezar, y muy pocos comprenden de qué se trata. Sin embargo, entender qué hay detrás de la “movida” del Jubileo es la mejor manera para celebrar de verdad el 2000, con una alegría verdadera y sin enmascarar el aburrimiento.
La apertura de la Puerta Santa, que tendrá lugar en la noche de Navidad en la basílica de San Pedro recuerda la apertura de otra puerta: la de la casa de Jesús ante sus primeros dos discípulos, Juan y Andrés, que le siguieron tras haberle preguntado dónde vivía.
«Venid y lo veréis», les dijo. Para ellos y a través de ellos se inició la gran aventura que ha llevado a los hombres de todos los tiempos, y también a nosotros, a conocer la mirada buena y excepcional que Cristo tiene sobre la vida, la aventura que el atractivo de Su persona suscita en quien le encuentra.
El Jubileo es la fiesta auténtica de la vida. Porque - como recuerda una vez más Eliot - es el renovarse de un encuentro, de «un momento no fuera del tiempo, sino en el tiempo, en lo que llamamos historia, y ese momento del tiempo dio significado al tiempo».
También la Iglesia ofrece una fiesta, pero a diferencia de las otras, no está “en contra” del tiempo, o a favor de una evasión u olvido. Es una fiesta dentro de la historia para sostener la difícil esperanza de los hombres.