Huellas N.1, Enero 2008

Aquella desconocida realidad conocida

Publicamos algunos pasajes de la entrevista de Ubaldo Casotto a Stefano Alberto (Il Foglio, 15 de diciembre de 2007). Nos parece el modo mejor de volver a la Spe Salvi y de introducirnos en el trabajo del que da un ejemplo el artículo en “Primer Plano” de este número.

El Papa nos invita a preguntarnos qué deseamos realmente. «Entonces, ¿qué es de verdad lo que queremos? ... ¿qué es en realidad la vida?» (n.11). Preguntas que recuerdan la del Evangelio de Juan, (1, 38) que Jesús dirige a los primeros dos que lo siguieron: «¿Qué buscáis?». El Papa devuelve al hombre esta pregunta que traduce la inmensidad de su deseo porque, dice citando a Agustín, «no sabemos en absoluto lo que deseamos...». Al mismo tiempo Benedicto XVI pide cuentas al pensamiento contemporáneo de la reducción que ha obrado del deseo, del callejón sin salida al que ha llevado la exigencia de infinito del hombre exaltando sí su deseo individual, pero en realidad levantando una sospecha terrible sobre él, porque no le da horizonte ni perspectiva, no le da profundidad, pretende solucionar todo en el instante inmediato. Mientras diría Cesare Pavese en El oficio de vivir: «lo que el hombre busca en los placeres es un infinito y nadie renunciaría a la esperanza de conseguir esta infinitud».

«Dios ensancha nuestro deseo» dice de nuevo Agustín. En el fondo la esperanza cristiana no es otra que la del deseo humano, pero en su contenido lleva un mundo diferente (no otro mundo), la certeza de la presencia de Cristo. Así el deseo humano es tomado en serio en su raíz profunda, en su potente dinamismo que tiende al Infinito: «Algo que no conocemos y hacia lo cual nos sentimos impulsados», dice el Papa, que en un momento dado utiliza una expresión magnífica, que demuestra cuan libre y valiente es: «Desconocida realidad conocida».

La fe que se convierte en esperanza «atrae al futuro dentro del presente». Es la reafirmación de la posibilidad de la experiencia cristiana y a la vez la denuncia de la reducción de la fe y la esperanza a un impulso subjetivo. La esperanza mira al futuro a partir de una certeza presente, la esperanza cristiana se apoya en una posesión cierta, en la certeza de Cristo, reconocido presente aquí y ahora.

El Papa libera a Cristo de los estrechos ropajes del moralista o del profeta escatológico, con los que mucha exégesis pretende revestirlo, reduciéndolo a un personaje “extraño”, ajeno a las verdaderas preguntas del hombre. En cambio, Cristo es una presencia dramática, que nos reclama a nuestro verdadero deseo y nos introduce al fundamento de la realidad, y lo hace con unas preguntas radicales: «¿Qué buscáis? ¿De qué sirve ganar el mundo entero si te pierdes a ti mismo? ¿Qué dará el hombre a cambio de sí mismo?». Cristo, camino, verdad y vida es el amante del destino del hombre, Áquel que toma en serio su deseo de felicidad incluso a través y más allá de la muerte. Ante esta reafirmación de la positividad del deseo del hombre, la duda –de la que tantos intelectuales hacen gala como exclusiva condición metodológica para descubrir y conocer– aparece como lo que paraliza el deseo mismo. En cambio, dice Benedicto XVI, cada deseo es profecía de infinito, como bien intuyó Giacomo Leopardi en el himno A su dama, cuya belleza lo remitía a una raíz última, a la Belleza sin la cual ninguna belleza es tal. Leopardi como «ignoto amante» clama a esa Belleza presentida (y por ello es profeta de Cristo, como siempre nos indicó sugestivamente don Giussani): «Si tú eres una de las ideas eternas, a las que la sabiduría eterna no vistió de forma sensible...». El drama radica en tomar en serio, hasta el fondo, la invitación de esta forma sensible.