Voluntarios de Pro Terra Sancta (Foto Giovanni Dinatolo)

Líbano. El arte de construir la paz

La crisis económica, política y la amenaza de una nueva escalada violenta. Pero en el convento franciscano de Trípoli siguen ofreciendo ayuda a todos. Crónica de un encuentro con el padre Toufiq y el padre Quirico
Alberto Perrucchini

Venganza pide venganza. Un camino lógico pero irracional porque es un callejón sin salida. Pero las potencias de Oriente Medio parecen haber empezado a recorrerlo, respondiendo a los bombardeos con explosiones, a la muerte de inocentes con ataques contra los presuntos responsables. Una cadena peligrosa que de un momento a otro puede desencadenarse involucrando a una región entera que vive desde siempre en un equilibrio precario. Un escenario desalentador incluso para aquellos que, como nosotros, hace unas semanas, antes aún de la última escalada, tuvieron la oportunidad de visitar el Líbano gracias a la Asociación Pro Terra Sancta, lo que nos dejó profundamente impresionados por la belleza de esos lugares y la acogida de la gente.

«El pueblo libanés –nos contaba el vice-patriarca maronita, Joseph Naffah, en la sede del Patriarcado junto al valle de Kadisha, en cuyas cuevas se escondían los cristianos huyendo de la persecución otomana– es pacífico, no quiere la guerra, pero por desgracia su historia está marcada por intromisiones de otras potencias que con el tiempo han impedido que este país pudiera vivir unido y en paz». Ante la amenaza de una nueva escalada, esas palabras toman fuerza, como las jornadas compartidas con los que viven en este país, con una crisis económica y política sin precedentes, con una de las tasas de inflación más elevadas del mundo y sin un gobierno real. Pero esas dos semanas que pasamos en el Líbano fuimos testigos directos de cómo la certeza y la esperanza pueden entrar en cualquier espacio y circunstancia.

Lo primero que recuerdo pensando en esos días son los ojos del padre Toufiq, franciscano de la Custodia de Tierra Santa, que nos contó que una bomba había explotado destruyendo la calle por la que acababa de pasar para dirigirse a Deir Mimas, ciudad situada a dos kilómetros de la frontera israelí. Y es que el padre Toufiq va allí habitualmente para llevar alimentos y celebrar misa para las once familias cristianas que permanecen en el epicentro de los enfrentamientos entre Tel Aviv y los milicianos de Hezbolá. «Dios nos protege», nos decía con un brillo en los ojos que desvelaba el origen de esa paz.

La Custodia está presente en el Líbano desde hace más de 800 años, cuando pidieron a los franciscanos que apoyaran a las comunidades cristianas presentes en Tierra Santa. «Aquí el diálogo religioso no es una opción, sino un dato de hecho, una dimensión de nuestra vida diaria», apunta el padre Quirico, superior del Monastero de Trípoli, ciudad portuaria que es el segundo centro del país después de la capital, Beirut. Mirada decidida, carácter rudo pero capaz de reírse abiertamente, “abuna” (que en árabe significa “padre nuestro”, y así es como le llaman aquí) nos describe su vida desde que, con 18 años, dejó su país para irse de misión. «Un hombre suele estar dispuesto a sacrificarse por su familia, y la construye partiendo de su origen pero mirando más allá de su presente, no solo al pasado». La cuestión es darse totalmente en el lugar donde uno está. «Solo así –prosigue– se pueden descubrir los planes que Dios tiene para nuestra vida».

Padre Quirico (Foto Giovanni Dinatolo)

El padre Quirico marchó a Tierra Santa fascinado por dos padres de la Custodia a los que conoció. De ahí sacó fuerzas para dejar a su familia y, al terminar sus estudios, irse a Nazaret, donde vivió 21 años, y después otros 18 en Acre. En 2016 se trasladó al Líbano, a Trípoli, donde faltaba un superior de la Custodia desde 1975, año en que estalló la guerra civil en el país de los cedros.

Hoy el convento franciscano de Trípoli se ha convertido en un lugar de reunión y un punto de referencia para los que viven en la ciudad. En verano se celebra un campus estival con niños de todos los credos. «La única forma que tenemos de saber la religión de estos niños es mirar a sus padres. Si las madres llevan velo o te saludan con la expresión inshallah es que son de fe islámica, los demás no hay forma de distinguirlos», cuenta Theresa, profesora de arte en la Universidad de Trípoli, que da clases de dibujo a los chavales que vienen aquí.

«Normalmente, cuando hay una crisis, ámbitos como el arte y la cultura son los últimos en valorarse, pero nosotros hemos querido que fueran lo primero», cuenta el padre Quirico. Así surgió la idea de crear la Tau Band, formada por jóvenes cristianos y musulmanes que aprenden a tocar juntos y actúan en los momentos de fiesta. De esa misma intuición nació la obra San Francisco y el Sultán, un espectáculo teatral dedicado al encuentro entre el cristianismo y el islam, escrita por el “abuna” junto a varios amigos y con el apoyo de la Custodia. El resultado fue la interpretación de cuatro representaciones, dos en Trípoli y dos en Beirut: concretamente, el 22 de marzo de 2022 –día en que musulmanes y cristianos celebraban la fiesta de la Anunciación– se representó en la sede de la UNESCO en Líbano. El evento fue una ocasión para que los miembros del gobierno nacional, que llevaban tiempo sin encontrarse, pudieran reunirse. Eso es lo que los franciscanos quieren promover y apoyar en toda Tierra Santa: ocasiones de encuentro y diálogo que permitan, según el padre Quirico, «mostrar a todos la belleza de vivir juntos».

Los contrastes que caracterizan el Líbano se amplifican aún más en Beirut. Últimamente es mejor huir de los barrios chiítas de la ciudad y pasa lo mismo con los campos de refugiados palestinos ubicados en la periferia. La capital contiene las fracturas que sufre todo el país. En pocos minutos puedes ver la zona del puerto, marcada aún por las ruinas de la gran explosión del 4 de agosto de 2020, para pasar a los barrios ricos de la ciudad, donde el precio de los apartamentos no tiene nada que envidiar a las ciudades más adineradas de Europa, y llegar después a las zonas populares donde viven los que no tienen nada. Ahí es donde la asociación Pro Terra Sancta realiza su labor, con personas que en muchos casos viven solas y con las crisis se han quedado totalmente abandonadas, como Hayat y Joseph, marido y mujer, que antes de 2019 trabajaban ella en un colegio y él vendiendo fruta. Cuando llegaron las dificultades económicas y la salud empeoró, ambos se quedaron sin trabajo y sin recursos para adquirir las medicinas que precisaban. No tienen hijos y viven en una casa pequeña, polvorienta y llena de fotos que recuerdan una vida muy distinta de la actual. Nada más verlos te sorprende cómo dan gracias a Dios y a Pro Terra Sancta por la ayuda que reciben. En su rostro asoma una sonrisa que desvela que su primera necesidad no es otra que la de no estar solos y sentirse preferidos.

En Beirut, Pro Terra Sancta sostiene y promueve también tratamientos psicoterapéuticos para los más vulnerables y frágiles ante la complicada situación que vive su país. Terapia psicológica, cursos de música, baile y teatro a los que suelen llegar los casos más difíciles, de personas hundidas en sus dramas e incapaces de relacionarse con nadie. Pero estar con otros y ver cómo se abren a quien les guía mueve algo incluso en los más duros, mostrando que solo es posible dar un paso en un clima de confianza y necesidad compartida.

Dar pasos. Eso me recuerda a un largo cortejo de personas pertenecientes a la comunidad drusa que hace unos días acompañaba a los féretros de doce niños atacados por error por un bombardeo cuando estaban jugando en el parque, un pueblo entero que se movió unido porque compartía el dolor y la incredulidad por lo que había sucedido. Esto me suscita una pregunta espontánea: ¿qué puede permitir al pueblo libanés, y a toda la región, hacer verdaderamente un camino? Probablemente no existe una única respuesta. La crisis sigue siendo profunda, las causas y los factores que la han desencadenado son múltiples y en gran parte difíciles de identificar, mientras la sociedad se rompe en bandos incapaces de relacionarse entre sí.

El vicepatriarca maronita, Joseph Naffah, se preocupa a diario por sostener a su Iglesia en una situación social y política especialmente compleja. Sin embargo, cuando se habla de futuro, de paz y de esperanza para el Líbano, su Excelencia no se detiene en cuestiones políticas o en la necesidad de comprometerse. «No seríamos cristianos si no tuviéramos esperanza incluso en una situación así de complicada». ¿Y la paz? «Jesús decía que el Reino de Dios está en nuestros corazones. La paz no es el resultado de un cálculo social, sino que se trata de un tesoro que ya posee cada uno de nosotros». Solo hay que reconocerlo.