Yersultan, estudiante de Historia en Astana, Kazakistan

Yo, musulmán, tengo sed de su felicidad

El encuentro con una profesora de italiano, el impacto por los “regalos” que recibe de sus nuevos amigos, enamorados de la vida: en "Huellas" de octubre, la historia de Yersultan, estudiante kazajo musulmán

Me llamo Yersultan, tengo 20 años, vivo en Astaná y estudio Historia. Conocí CL gracias a Ramziya, que da clases de italiano en mi universidad. La conocí porque tenía que traducir unos documentos para solicitar una beca de estudio en Roma. Enseguida me llamaron la atención sus ojos, su alegría y su vitalidad. Me trataba como si nos conociéramos desde siempre, aunque era la primera vez que nos veíamos. Al volver a casa me sentía muy mal porque, en realidad, había falsificado esos documentos y me veía incapaz de traicionar esos ojos, de utilizarla así. A los dos días volví a llamarla y le dije que al final no me iba a Italia pero que quería seguir estudiando el idioma con ella.

Un año después, me invitó a un viaje a Italia con otros compañeros y con un amigo suyo. Visitamos Nápoles, Sorrento, Siena, Florencia, Milán y Como. Fue una experiencia extraordinaria, que me hizo decidir seguir estudiando esta lengua y continuar la relación que surgió con los que ya eran mis amigos del CLU en Kazajistán.

Al principio no tenía ni idea de lo que era el CLU ni la Escuela de comunidad, ni quién era Giussani. Pero lo que tenía con esos jóvenes era una amistad tan fuerte que me daban ganas de conocer más y entender mejor. Me interesaba su forma de vivir tan intensa, tan abierta, tan enamorada de la vida. Quería ser como ellos. Me hubiera gustado poder robar sus ojos para llevarlos siempre conmigo. Tenía sed de esa felicidad y deseaba estar siempre con ellos. A finales del año pasado, Ramziya nos propuso ir a Rímini, a los Ejercicios espirituales de los universitarios. Allí conocimos a un grupo de italianos y nos hicimos amigos. Estaba deseando volver a Italia para volver a verlos, así que cuando este año nos propuso ir al Meeting de Rímini y luego al Equipe del CLU no me lo pensé dos veces.

Mi madre me ha enseñado que no hay que aceptar regalos de la gente porque recibir un don significa tener que devolver luego el favor, que no hay nada gratis de verdad. Y mis amigos italianos me hacían sentir fatal porque no dejaban de hacerme “regalos” a los que yo nunca podría corresponder. Me regalaban cosas que no merecía. Me costaba mucho y no sabía qué hacer. Así que un día le conté mi malestar a uno de ellos y me respondió que mi única responsabilidad era aceptar lo que se me donaba y llevar conmigo ese gesto de gratuidad. Al principio no lo entendí, pero he empezado a pensar que llegará un momento en que, todavía no sé cómo, podré devolver esta gratuidad.

Yo soy musulmán no practicante y en mi familia muchos piensan que es mejor seguir siendo un pésimo musulmán que volverse un fanático. Una amiga mía lleva el hijab y reza cinco veces al día. La conozco desde hace tres años y estos meses he pensado mucho en lo que significa mi relación con ella. Me pregunto por qué estamos juntos. ¿Nos ayudamos en nuestra relación con Dios? Ella me ha hecho notar que cuando estoy con mis amigos del CLU estoy más contento que cuando estoy con ella, y no le he sabido decir por qué. Yo también me lo sigo preguntando. Quiero ver los signos que Dios me da en mi relación con ella y en mi amistad con estos amigos. Lo que sé con certeza es que seguir al CLU me recuerda quién soy y me ayuda a ser más valiente y mejor musulmán.
Yersultan, Astana (Kazakistán)