Don Andrew Lee

Andrew Lee: «Un nuevo inicio, Cristo me tendrá consigo para siempre»

Nació en Corea del Sur, se trasladó con su familia a Vancouver. Es uno de los siete sacerdotes ordenados el pasado sábado
Paola Ronconi

«Me crie en Corea del Sur, donde nací. Mis padres se convirtieron al cristianismo y me bautizaron de pequeño». Con esos ojos de niño que aún conserva a sus treinta años, Andrew Lee, es uno de los siete sacerdotes de la Fraternidad San Carlos que se ordenaron el pasado sábado 24 de junio en Roma, junto a cinco nuevos diáconos.
Su padre era piloto aéreo y a finales de los 90 empezó a pensar que el mundo alrededor le resultaba cada vez más pequeño para sus hijos. «Para mi hermana y para mí, pensaba en una vida fuera de nuestro país», la cultura coreana era demasiado “cerrada” para suponer un trampolín de lanzamiento. De ahí surgió la idea de marcharse. «Nos fuimos a vivir a Canadá en 2002, cuando tenía 10 años. Allí iba a la parroquia coreana de Vancouver. Un año organizaron un retiro para los monaguillos en el monasterio benedictino de la ciudad. Fue amor a primera vista. Tenía 12 años recién cumplidos, pero la vida de los monjes me fascinó». Empezaron largas conversaciones en casa y su padre intentaba explicar a Andrew que «la felicidad debes encontrarla tú, yo no te la puedo explicar». Aquella visita despertó en él una intuición: podría ser feliz allí, en el monasterio. A su madre le preocupaba no volver a verlo, pero Andrew no se desanimó y a los 13 años entró en el seminario diocesano, dirigido por los benedictinos.

Pasaron los años y llegó la madurez. El joven decidió continuar su camino en el seminario mayor. En el segundo año hubo una semana de retiro, en silencio, que alguien de fuera iría a predicar. «Uno de mis amigos monjes había empezado a leer los libros de don Giussani en 2008 y quería conocer a alguien de CL. Por aquel entonces, Vincent Nagle acababa de volver de su misión en Tierra Santa». Quién sabe cómo contactó con él, y Nagle fue a Vancouver. Título del retiro: “Si Jesús es la pregunta, ¿cuál es la respuesta?”. «Ya no sé qué nos dijo en las lecciones, pero recuerdo que, después de siete años en el seminario, sentía el deseo de irme a la misión ese verano, así que hablé con él: ¿qué hago, dónde voy? “Hay una cosa que debes hacer: rezar y mendigar”. De aquel momento solo recuerdo una cosa: me había reencontrado con Cristo a través de Vincent. ¡Él me estaba volviendo a conquistar y yo quería seguirlo!». Hasta las últimas consecuencias. «Si Nagle me había traído al Señor de un modo tan excepcional, yo quería formarme donde se hubiera formado él. “¿De dónde vienes?”, le pregunté. “Pertenezco a la Fraternidad San Carlos, si quieres puedes ir a Roma”… Un poco lejos». Andrew empezó a leer a Giussani, El sentido religioso, pero le resultaba difícil entenderlo.
Decidió contactar con la sede de la San Carlos. «He conocido a Vincent Nagle y me gustaría conocer la Fraternidad». Le respondió por mail Francesco Ferrari, rector del seminario romano. «Querido Andrew, ¡qué alegría! Ahora está Antonio López en Washington. Habla con él». «Le escribí una carta contándole mi historia. Respuesta: “Habla con Pietro Rossotti, de Estados Unidos”. Otra carta, otra respuesta con pregunta: “¿Pero conoces CL?”. No conocía nada. Me propuso conocer el movimiento en Vancouver, una comunidad muy pequeña donde la gente vivía la fe y el resto de su vida como una sola cosa. Seguí con ellos los ejercicios de la Fraternidad de CL y fui a las vacaciones de la zona oeste de Canadá».

En marzo de 2015 Andrew vuela por fin a Roma, donde conoce al superior general, Paolo Sottopietra, y al rector, Francesco Ferrari. «Si quería cambiar de seminario y de vida, era el momento justo. Fui a ver al obispo de Vancouver, monseñor John Michael Miller. Le conté todo lo que me había pasado esos meses. “Me gustaría quedarme en Canadá, pero no puedo vivir con el peso de no haber verificado si Roma es mi camino”, le dije. Él conocía el movimiento y su respuesta fue decisiva: “Tú quieres ser sacerdote de la Iglesia, así que ve donde creas que sea mejor para ti”». Andrew comenzó su camino en la San Carlos.

Sentía la necesidad de conocer mejor CL. Fue al Meeting y a unas vacaciones con Giorgio Vittadini y Antonio Anastasio. Era el año 2017. Para Andrew empezaba su undécimo año en el seminario. «Me había pasado media vida en el monasterio, así que me tocaba estar un poco en el “mundo”: dos años en la parroquia de Santa Maria in Domnica de Roma con Sergio Ghio, y también dando clase de religión. Conocí a los bachilleres y a los universitarios. Fueron dos años preciosos para crecer». No había una hoja de ruta igual para todos, cada uno tenía su historia. El paso siguiente era ir a la casa de Eastleigh, en Inglaterra. Cuando estalló la pandemia, pudo seguir online sus clases de teología a pesar de estar en otro país. El camino llegaba a su fin.

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«Cada etapa me recordaba la razón principal por la que había entrado de pequeño en el monasterio de Vancouver: esa fascinación por la vida en común. Siempre me había movido en busca de una casa en la que poder estar para siempre. Ir tan lejos para poder crecer implicaba un gran riesgo para mí y para la San Carlos». Poco a poco la promesa se iba cumpliendo. «Jesús habla a través de la realidad. Él había entendido perfectamente mi deseo».
Desde Canadá, la madre de Andrew seguía todos sus pasos con no poca aprensión. Para la mentalidad coreana, eso de Comunión y Liberación sonaba a secta religioso-comunista… Pero luego los Lee viajaron a Roma. «¿Qué quieres que digamos? ¡Estás tan contento!», le dijo su padre. «Me alegro de que estés aquí. Tarde o temprano moriremos, pero tú tendrás muchos hermanos con los que vivir».

«Llevaba esperando la ordenación desde los 16 años. Por un lado siento una gran paz, he tenido mucho tiempo para conocer a Cristo y verificar este camino. Por otro, un poco de temblor al pronunciar las palabras de Jesús, llevando a Jesús en el sacramento».
Para su recordatorio, Andrew eligió el Salmo 27: “Una cosa pido al Señor, eso buscaré: habitar en la casa del Señor por los días de mi vida”.
«El sábado no era la meta de la maratón, sino un nuevo inicio, a partir del cual Cristo me tendrá consigo para siempre».