Francesco Zarpellon entre los viñedos de Mocine

Trabajo. El reclamo de la naturaleza

Francesco Zarpellon lleva treinta años trabajando en una empresa agrícola. «Como decía don Giussani, la fatiga del campo es la condición más sencilla para vivir nuestro ideal, que es la memoria». De Huellas de Mayo
Maria Acqua Simi

Desde hace 33 años, Francesco, Domenico y Valerio comparten vocación, casa y trabajo. A finales de los años 70 y por insistencia de don Giussani nació en la región de Toscana la empresa agrícola Mocine –hoy también dedicada al agroturismo y reserva de caza– donde se cultiva la tierra con viñedos y olivos. Francesco Zarpellon, que el próximo mes de julio cumple 60 años, cuenta el origen de esta aventura. «El deseo del Gius, desde los primeros años del Grupo Adulto, era que alguno de los Memores Domini (laicos que viven en casas donde se practican los consejos evangélicos de obediencia, pobreza y virginidad, ndt.) se acercara al trabajo del campo. Con el tiempo la cosa se fue concretando y encontramos este terreno a la venta, gracias a nuestra relación con la abadía de Monte Oliveto Maggiore. Poco antes de morir, don Giussani trazó con pocas palabras lo que luego daría forma a la entrega de nuestra vida: “He querido que existiera este lugar, he querido que hubiera hombres dedicados a Dios que trabajaran la tierra porque esta es la condición más sencilla para vivir nuestro ideal, que es la memoria. De la naturaleza, de la realidad, cuando se afronta sencillamente, sin interponer nada, brota la memoria”».

¿Cómo es la vida aquí?
Hermosa y rica. Tenemos la siembra de los campos, la viña con la producción de vino, cultivamos olivos para obtener aceite y, desde hace unos años, hemos abierto también una iniciativa de agroturismo y una reserva de caza. Los tres trabajamos prácticamente siete días a la semana, pero también recibimos ayudas externas porque la tarea es inmensa. Nuestro trabajo está diversificado: Valerio se encarga más del aspecto administrativo de gestión de la empresa, Domenico del agrícola y yo de la bodega, la oficina y todo lo que haga falta. Pero según la época del año y lo que vaya surgiendo, nos vamos acercando unos a otros. Por ejemplo, la vendimia la hacemos juntos, pero si hay que atender a los clientes por la noche en el restaurante, suelo ir yo porque Domenico acaba agotado después de una jornada entera en las viñas. Nos ayudamos siempre y nos vamos turnando. Es un tipo de trabajo que lo abarca todo y que deja poco tiempo libre porque hay que responder a las peticiones del cliente y sobre todo debemos “respetar” los tiempos de la tierra y de la naturaleza. Ese es el aspecto más interesante.

¿Por qué interesante?
Porque en nuestro trabajo hay una dependencia estructural de la realidad. Si quieres hacer algo, tienes que respetar los tiempos de la naturaleza, del turista y del cazador. Debes plegarte a algo que inevitablemente no es tuyo. La única forma de disfrutar del trabajo que haces es servir, servir al trabajo y servir a la realidad.

¿Nunca tienes la sensación de tener que sacrificar algo, sobre todo el tiempo libre?
Experimento toda la fatiga y sacrificio que supone. Por ejemplo, una noche te apetece ir a comer una pizza con tus amigos y tienes que renunciar porque llegan por sorpresa unos turistas que quieren cenar. Pero eso plantea una pregunta aún más profunda sobre el significado del tiempo. No existe el “tiempo libre”, existe el significado del “tiempo”. Da igual si es libre u ocupado. El problema es a quién entregas ese tiempo: ¿qué hago con el tiempo que estoy viviendo? El tiempo libre también podría ser aburrido. Si tienes claro a Quién entregas tu vida y de Quién es la realidad, te das cuenta de que estás sirviendo a Aquel que te la da. Por supuesto, es muy importante el tiempo de descanso, pero nuestros antepasados no tenían el concepto de “festivos”. Trabajaban para su familia, para vivir, y el tiempo libre era para ir a misa porque ese era el momento de tomar conciencia. El día festivo es para recordar a Quien nos lo da todo.

¿Cómo lo has aprendido tú?
De pequeño quería ser campesino, era mi pasión. De mayor me hice carpintero. Cuando se me presentó la ocasión de mudarme a la Toscana para ser agricultor, aparentemente se cumplía el sueño de mi juventud, pero al llegar aquí me di cuenta de que mi cumplimiento estaba en decir “sí” a Jesús. Y basta. Aunque me encanta lo que hago, sé que en el trabajo no está mi cumplimiento. De hecho, no tendría ningún problema en cambiar. ¿Doy la vida a mi trabajo? ¿O se la doy a Jesús dentro de las circunstancias que se me dan y por tanto también en el trabajo? La segunda hipótesis es la más verdadera.

Eso es muy interesante, ¿puedes explicarlo mejor?
Frente a la realidad, es justo e inevitable que nos surjan deseos y expectativas, pero si no reconocemos que todo lo que tenemos delante nos lo da Otro, siempre seremos esclavos del resultado. Un resultado que además nunca nos parecerá totalmente satisfactorio. En cambio, cuando reconocemos que todo es un don, la realidad se convierte en un espacio de libertad donde todo mi empeño, mis energías y mi creatividad se ven exaltados con una paz última: “Con nuestras manos, pero con Tu fuerza”, como recitaba una exposición preciosa del Meeting que mostraba la obra de los monjes benedictinos. Digamos que en nuestro trabajo esto se entiende de una forma un poco más inmediata, pero vale para todos y en cualquier oficio del mundo.

¿Cómo es trabajar juntos, sacar adelante juntos, durante tanto tiempo, un lugar tan bonito pero tan exigente?
Ese es otro fruto de un trabajo vivido como posibilidad de memoria. Siempre me ha parecido que la amistad entre nosotros tres es una gracia y un milagro. Tenemos temperamentos distintos, vivimos y trabajamos juntos desde hace 33 años y una sintonía así no se puede dar por descontado, evidentemente no puede ser fruto de sensibilidades afines, sino que nace de tres hombres que, con historias y formas distintas, dan su vida conscientemente a Jesús. Esta conciencia abre a una comunión que de otro modo sería imposible, entre nosotros y con el mundo que nos rodea. Cada día, todas las relaciones laborales o con nuestros clientes pueden ser ocasión de una humanidad distinta que uno ofrece y al mismo tiempo recibe.

Recuerda a la vida de los monasterios, a la regla benedictina del Ora et labora, con esa campana que llama nueve veces al día a los monjes y monjas a la oración al mismo tiempo que marca el tiempo del trabajo.
Si pienso en estos treinta años es así, es verdad. Nosotros, como todos los Memores, rezamos la liturgia de las horas durante el día. La realidad es para nosotros lo que la campana es para los monjes, un reclamo constante al origen de todo. Para nosotros la campana es la realidad. Si la realidad no fuera el punto educativo, ni siquiera tendría sentido rezar. Para mí, la oración, levantarme por la mañana para rezar laudes, es una ayuda continua. Es como si cada día volviera a repetirme: “Lo que lees ahora en estos salmos es lo mismo que leerás a lo largo de tu jornada”. Si no fuera así, el rezo de las oraciones solo sería un acto piadoso que no da fruto. En la mesa, con Domenico, Valerio y los demás que viven en casa, nos contamos los encuentros que hemos tenido, la belleza del cielo del campo, y esa es la campana que me recuerda “de quién soy”.