Una fiesta de La Mongolfiera

La vida en la Mongolfiera

El deseo de acompañar a otros padres con hijos con discapacidad en sus necesidades. La implicación con la vida de otros, de la que nace una obra que consiste en ser amigos
Paolo Perego

Podríamos hablar de La Mongolfiera como de otras muchas asociaciones benéficas y enumerar varios datos. Por ejemplo, que desde hace once años apoya a un número creciente de familias (actualmente casi 180) con hijos con discapacidad mediante becas que reparten los fondos que recaudan mediante la organización de eventos y actividades de fundraising. Estamos hablando de casi doscientos mil euros, casi la mitad del presupuesto que necesitan para hacer frente a todas las peticiones de ayuda que reciben y para ofrecer apoyo escolar, terapias y equipos.

Pero también se puede optar por ir directamente allí y conocer a alguno de sus protagonistas. Desde los primeros que pusieron en marcha la obra hasta los últimos en llegar. Su nombre significa en italiano “globo aerostático”, cuyo aire se mantiene caliente entre otras cosas gracias a la parrilla, siempre encendida durante estos años para saborear los momentos organizados para recoger fondos. De hecho, nos encontramos en torno a la barbacoa que Davide y Sara han preparado con unos amigos, y es que en el fondo la Mongolfiera nació aquí, en su casa. «La vida era perfecta. Al poco tiempo de casarnos llegó el primer embarazo, de dos gemelas, Simona y Teresa. Luego llegó el baño de agua fría». Era el año 2008. La ecografía reveló ciertos problemas. «Teresa no creía. Nos aconsejaron un aborto selectivo. En ese momento estás como a oscuras, no entiendes nada y solo te preguntas: ¿por qué a mí?». Acudieron a sus amigos, con los que él compartía la experiencia de CL, que respira desde pequeño en casa, luego en la universidad y por último en la Fraternidad. «Hablamos con una amiga nuestra que es pediatra para ver la posibilidad de llevar a término el embarazo». Y así lo hicieron. Fue un camino difícil, pero nunca estuvieron solos. Tampoco cuando ingresaron a Sara con otras madres con embarazos de riesgo. «Te das cuenta de que la idea que tienes de la maternidad como algo bello por naturaleza no la puedes dar por descontado, pues no siempre va bien. Ves que realmente un hijo es un don». Teresa nació sanísima. Fue Teresa la que acabó en cuidados intensivos, donde vieron que probablemente sufriría una discapacidad. «Allí sucedió algo. Yo estaba en cuidados intensivos solo con ella. Después de tres días sin comer, lloraba desesperada y yo estaba ahí, mirándola. Hubo un momento en que me puse a pedir ayuda a gritos, insultando al hospital entero y amenazando con poner una denuncia». Una vez, Enzo Piccinini, cirujano italiano muerto en 1999 y gran amigo de don Giussani, contaba cómo este le había corregido en su manera de querer a sus hijos. «“Amar su destino”. Para don Giussani, el Destino era Cristo. De repente, esas palabras se hicieron mías delante de esa cuna. Solo podría salvar a esa niña si la amaba tal como era. Además, me di cuenta de que en realidad no estaba solo, que ese peso no lo tenía que soportar yo solo».

Davide De Santis durante un torneo benéfico

Pasó lo mismo con las cuestiones más prácticas. Como cuando Simona entró en la guardería, en una escuela concertada donde cada familia se las tenía que arreglar para pagar de su bolsillo a la profesora. «Pedí ayuda a mis amigos y a mi familia y nos ayudaron, ¿pero cuántos padres afrontarían esta situación solos?». Conocí a muchos en nuestro itinerario por hospitales y centros especializados. Davide empezó a compartir con sus amigos su preocupación por esas familias, y así fue como una preocupación “entre amigos” fue adquiriendo una forma asociativa con voluntarios, becas, colaboración institucional, actos, cenas y torneos.

De momento no existe una estructura física. «Nuestra sede son las relaciones que tenemos». Pero hay una “regla”, porque no basta con ayudar económicamente. Los voluntarios de la asociación escuchan a las familias que acompañan cada dos semanas y comen juntos una vez al mes. Le pusieron el nombre de Mongolfiera retomando una expresión de Enzo. «Decía que su vida era como un globo aerostático (mongolfiera)», recuerda Davide mientras nos sirve costillas y salchichas. «Cuanto más se elevaba, cuanto más se adentraba en la vida, más aspectos inesperados iba descubriendo: amistad, fidelidad, indomabilidad. Y hablaba de una gratitud que le hacía perder el miedo a entregar su vida entera».

Esa gratitud se ve en la cara de Davide cuando empieza a hablar de todos los amigos que ha conocido estos años. Como Alessandro y Fortuna, con su hijo Christian de 16 años. «Conocí a Davide buscando ayuda en la parroquia», cuenta Alessandro mientras agarra de un brazo a Christian, que no deja de abrazarlo y acariciarlo. Al principio era simplemente una ayuda para conseguir un tratamiento en América, pero luego «descubrí qué es la amistad. Cuando vives una dificultad de este tipo, el problema no es tanto el dinero sino estar solo, es fundamental tener a alguien de quien fiarte, alguien que te hable de esperanza. Aquí, con vosotros, hay algo que me permite vivir “ligero”, algo que me hace respirar». «Aquí me siento querido», le interrumpe Salvatore, que lleva años viniendo con su mujer, Marianna, por los problemas de su hijo Diego. «Ya no puedo separarme de estos amigos. Cada vez que los veo, vuelvo a casa distinto, voy a trabajar y me acuerdo de lo que hemos hablado, sobre la Iglesia, sobre la fe, sobre la educación de los hijos. Siempre están ahí». Recuerda el periodo de crisis que pasó justo antes del confinamiento. «Lo veía todo negro. Llamé a Davide y Marco, y quedamos para tomar una cerveza. Yo les decía: “¿Y si no puedo? ¿Y si me muero? ¿Quién se ocupará de mi familia?”. “Estamos nosotros”. Eso me bastó. Yo soy adoptado, me crie en residencias y reformatorios. Cuando nació Diego, mi padre, que es médico, me dijo que no le tomara demasiado afecto; y mi madre, que éramos unos inconscientes por tener un hijo así… Pero llegas aquí y te quieren».

Igual de querido que se siente “Davidino”, 13 años, que también tiene sus problemas y que va ofreciendo a todos un trozo de tarta para celebrar que acaba de recibir los sacramentos. Su padre, Fabrizio, murió el año pasado. Era un gran hombre y un gran amigo. «Y un gran cocinero», dicen los que ahora tienen que encargarse de la parrilla. No solo porque se le daba muy bien sino «porque se daba por entero en todo lo que hacía», dice Cristina, la madre de Davidino. «Era así porque con estos amigos hemos experimentado una gratuidad inmensa, que luego empezamos a vivir también nosotros». «Fabrizio nos dejó el inmenso regalo que es su hijo», afirma Davide. Y a su hijo también le ha dejado esta gran familia.

Francesco conoció a Sharon hace once años. «Tenía una hija de cuatro años, Asia, con una discapacidad. Nos enamoramos». Amigos y conocidos intentaron prevenirle antes de meterse en una relación tan complicada. «Una joven madre, encima con una niña con problemas. Yo era un treintañero que vivía solo y hacía lo que quería. Nada que ver con la vida de Davide…». ¿Y ahora? Francesco mira con el rabillo del ojo a Asia, que ya tiene 15 años, y dice: «Ahora aquí estoy, compartiendo esta amistad en la que he descubierto una humanidad que nunca había visto». Como buen apasionado del pádel, ha organizado un torneo benéfico en el que participan varias personalidades de Bolonia.

Nunca faltan las dificultades, «pero hay algo…», sigue diciendo Francesco. «Por ejemplo, intenté enseñar a Asia a montar en bicicleta durante meses y no lo conseguí. Luego se fue unos días a la playa con su abuela y me mandan un video donde la veo pedaleando. Se me saltaron las lágrimas. Tú puedes intentarlo todo y empeñarte. Y cuando piensas que has fracasado, que no lo lograrás, siempre sucede algo que… te rescata. No sé muy bien lo que es, pero existe».

«Cuando tuvimos problemas con las gemelas, me pasó lo mismo», cuenta Sara. «De la fatiga y del dolor no sale uno solo. Pero justo ahí, en el punto más complicado, recibes una gracia inmerecida. Lo que nos ha salvado ha sido alguien que venía a rescatarnos cuando creíamos que ya no podíamos más».

Con los años, se ha ido incorporando gente. «No sabría decir cuantos, sinceramente», sonríe Davide. Entre ellos está Marco, un empresario que está desde el principio. «Aunque no estoy tan implicado operativamente, veo lo que sucede aquí. La necesidad de uno se ha convertido en una oportunidad para todos: esa es la expresión más completa de la amistad». Es algo que toca todos los aspectos de la vida. Como le pasa a Chiara, la pediatra de la que hablaba Davide. «En el hospital, viendo las necesidades de mis pacientes y sus familias, delante de su deseo de felicidad, te das cuenta de que la respuesta no puede ser solo un tratamiento. Porque solo puedes ayudarles hasta cierto punto. ¿Quién responde entonces a ese deseo? Para mí está cada vez más claro que la Mongolfiera es un lugar donde poder descubrirlo».

Isaac también dice que su concepto de amistad ha cambiado, que ahora tiene como horizonte el mundo. «Esta obra, si se puede llamar así, no es algo “tuyo” sino de quien se implica, cada uno la hace suya y por eso te encuentras con gente que viene de otros mundos para echarte una mano», añade Paolo, que se encarga de la parte más técnica y administrativa de la asociación. «Te preguntas cuál es el origen y qué es lo que nos une». Porque las cuentas no cuadran si las mides en función de las capacidades o intenciones de cada uno. Como recuerda Fabio: «Cuando Davide me preguntó si en Forlì, donde yo vivo, había alguien que necesitara ayuda, me quedé de piedra. No estaba dentro de mis planes…». Pero se fio de la amistad con él «y empezamos, aunque éramos dos. No eres capaz de hacer gran cosa, pero lo poco que haces se convierte en ocasión de memoria. ¿Qué es lo que vale en la vida?». Lo mismo pasó en Rímini con Maria Grazia, para quien era imposible pagar los gastos que suponía mantener a su hija y ayudarla se convirtió en el motor de una cadena de iniciativas para recaudar fondos. «Que mi necesidad pueda ser de todos, que otros te acompañen, es maravilloso. Es un regalo para el mundo entero». En Ferrara viven Enrico y su mujer, que perdieron un hijo recién nacido el año pasado. Por casualidad conocieron a estos amigos. «Ha sido una revolución. De esas que te hacen “volver” a lo esencial, a lo que te fascinó de don Giussani y del movimiento».

«Es una amistad que se ensancha y no deja de convertirme», dice Tommaso, compañero de Davide en la Universidad de Bolonia, que ahora vive en Monza. «Aquí no existe La Mongolfiera, pero la relación con ellos nos ha abierto a nuevas amistades». Con Samuel, por ejemplo, que tiene un hijo con discapacidad. «Tenía las mismas preguntas que Davide: ¿por qué a mí? ¿Mi hijo podrá ser feliz? ¿Y yo?».

«Lo que me une a ellos no es su necesidad, sino la certeza de haber visto algo grande», afirma Davide mirando a sus amigos, a los de siempre y a los nuevos. «He descubierto, y descubro cada día, que abrazar lo que tienes delante es abrazar a quien te lo da a Cristo. Tu hija es un tesoro. Don Giussani nos ha dado algo inconmensurable: nos ha dado un nombre, un rostro, un tesoro, a Aquel que lo da todo».