Tomoko Sadahiro "Sako"

Japón. Como la lava de un volcán

De su pasión por la música al encuentro con don Giussani y a la decisión de entrar en los Memores Domini. Sako cuenta su historia desde Hiroshima
Paola Ronconi

«Durante los años de la universidad, como budista no practicante, no sabía nada del cristianismo. Mi único vínculo eran los cantos en las misas de Navidad y Pascua con el coro». Eso era todo para la joven Tomoko Sadahiro, a la que todos llaman Sako, alumna de canto en la Universidad de música “Elisabeth” de Hiroshima, de los padres jesuitas.

En casa, miraba llena de curiosidad las imágenes de arte de la Piedad en los libros que compraba su padre. Pero nada le hacía relacionar a esa mujer tan sufriente inclinada sobre el cuerpo de un hombre al que veía crucificado en algunas aulas del ateneo. «Luego empecé un curso de canto con Uchida Yoichiro, un profesor que era diferente de todos los demás». En Japón, la gente es muy reservada con su vida personal. Las relaciones son muy formales en un pueblo que se caracteriza por una timidez extrema. Por eso, «un profesor que llega a presentar a su familia a una alumna es algo muy raro». El profesor Uchida estaba casado con una italiana, Angela, que llevaba años en Japón pero aún tenía dificultades con el idioma. «Cuando estábamos juntas, tomando un café después de clase, yo la ayudaba y ella me enseñaba un poco de italiano»: el idioma de la música por excelencia. «La vida aquí es muy estresante», le dijo un día Angela. «Para retomar fuerzas, nosotros vamos a misa, ¿te vienes?». Sako empezó así a ir a la iglesia, a interesarse por el cristianismo y por esa gente tan acogedora. Era mediados de los años ochenta. Alrededor de Angela, que había conocido el movimiento y a don Giussani en Italia, diez años antes, empezó a formarse un grupo de jóvenes de CL.

«“No te impliques demasiado”, me decía mi madre, a la que le preocupaba mi futuro afectivo. En Japón las mujeres siguen la religión de sus maridos. Ser cristianos sería un obstáculo para un posible matrimonio japonés». Pero Sako siguió avanzando por ese camino. Sus nuevos amigos se convirtieron en una compañía cada vez más importante. Por su cultura y educación, no era inmediato comprender las palabras cristianas. «Estos amigos decían: “La realidad es Cristo”, pero no lo entendía del todo». Poco a poco, fue madurando su deseo de pertenecer totalmente a esa experiencia. Sako recibió el Bautismo el 13 de octubre de 1985.

El cristianismo con esos amigos era una vida. CL se convirtió en WIK, un acrónimo de términos japoneses que resumen la “comunión con Dios”, “comunión con los hermanos” y “liberación”. Sako siguió con sus pasiones: la música y el canto. Pensaba formar una familia pero con el tiempo sus deseos iniciales se fueron diluyendo porque no llegaban a satisfacerla del todo. «Angela empezó a hablarme de una forma de vida llamada Memores Domini. Me llamaba mucho la atención. Era una manera de testimoniar a Cristo viviendo en el trabajo. ¿Será para mí?, me preguntaba. Empecé a caminar con la sensación de estar llamada a ir en esa dirección».

En Japón no había Memores Domini. Así que en 1990 se fue a Italia. Angela quería que pudiera conocer a don Giussani. Se presentaron en la puerta del aula magna de la la Universidad Católica de Milán, donde ese cura daba clase. Al verlo llegar, Angela le detuvo: «Tengo una amiga japonesa que quiere entender qué son los Memores Domini». «Tráela mañana a Via Martinengo», le respondió. Al día siguiente Sako salió de aquel encuentro con una tarea. Mejor dicho, con tres: «reza a la Virgen para que te aclare el camino, haz la Escuela de comunidad y sé fiel a los sacramentos».

De vuelta a su país, Sako siguió dedicándose a la música, organizando operetas y dando clases de canto. Vive a cuarenta kilómetros del centro de Hiroshima, donde está situada la iglesia, con misa diaria a las siete de la mañana. La tarea que le encargó Giussani no le resultó muy inmediata. Una noche, volviendo de un concierto, estaba en la parada del taxi. Allí también estaba esperando el obispo de Hiroshima, Joseph Misue. Empezaron a hablar y se pusieron en contacto. Cuando, al cabo de dos meses, Sako se quedó sin trabajo, se convirtió en la primera candidata para una oferta de trabajo en el obispado y se mudó a vivir a la casa de los empleados del obispo. A esa casa irían periódicamente tanto Francesco Ricci como Ambrogio Pisoni cuando don Giussani los enviaba a visitar a los japoneses del movimiento.

En 1994, a finales de mayo Sako vuelve a Italia, con el permiso del obispo, para vivir en una casa de los Memores durante un tiempo y poder verificar si ese era su camino. «Sabía algo de italiano gracias al canto, pero me costaba muchísimo expresarme. “Soy una mujer de 35 años y no soy capaz de decir lo que pienso”, pensaba… ¡Qué frustración!». Hubo algo que le llamó mucho la atención. «Entre las personas que me acompañaban, oía hablar mucho de la “fe que se hace cultura”. Japón e Italia son dos mundos totalmente distintos, pero esas palabras encontraban en mí una sintonía absoluta. Don Giussani insistía en las “exigencias elementales” propias de cada hombre. Se trataba de ir hasta el fondo de mi propia vida, de mi pasión por la música, de llegar hasta allí, hasta mi corazón y todas sus preguntas. Eso iba más allá de mi país de procedencia y de mi cultura».

En 1998, otro viaje a Italia. Paso a paso, el camino se va aclarando hasta llegar a la profesión definitiva en los Memores Domini, en el verano del año 2000.

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Hoy Sako vive en Hiroshima, en casa con Marcia, también Memor Domini, originaria de Brasil, que pasa en Japón varios meses al año. Ya no trabaja con el obispo, sino en un orfanato que nació por iniciativa de unas monjas después de la guerra, donde acogen a niños que, por diversos motivos, no pueden estar con sus familias. «El carisma de don Giussani es una presencia que sigue vivo aquí a través de nosotros», concluye Sako. «En nuestra pequeña comunidad de una docena de personas. Cuando el corazón no se puede contender, estalla la lava como un volcán, incluso en la tímida sociedad japonesa. Quien llena este corazón es Cristo, que es la realidad. Y yo quiero seguir diciéndole sí».