Aset con sus amigos de Kazajistán

El Papa en Kazajistán. La historia de Aset

Él también esperaba a Francisco en Nursultán. Es un charcutero de Almaty de origen musulmán, que hace unos años conoció CL... Publicamos su testimonio en Vatican News
Antonella Palermo

Aset tiene 41 años, es de Almaty, es charcutero y proviene de una familia musulmana. A los 15 años entabló una «bella amistad» con varios padres misioneros vinculados al movimiento de Comunión y Liberación. Se convirtieron en «sus padres», como él los llama. Con ellos empezó a conocer algo que había buscado durante toda su vida, a Jesús.

La fascinación por Cristo y la Iglesia
Antes de estrechar su amistad con estos religiosos, Aset iba a la mezquita, estudiaba árabe y hasta tuvo un acercamiento al mundo budista. Pero se dio cuenta de que ese no era su camino. Entretanto, crecía su fascinación por Cristo y la Iglesia, que era «una vida». A los 21 años decide bautizarse. «Para mí era muy importante compartir esta decisión con mi madre». Cuando se lo contó, ella respondió: «Yo nunca lo haría, hijo mío, pero haz lo que sea mejor para ti».

Un matrimonio mixto y una vida feliz
«En medio de todos los problemas, con todos los dramas de la vida –subraya– tenemos la certeza de la fe. He tenido mis momentos de cansancio, de alejamiento, pero siempre acababa volviendo a este lugar, que me fascina. Siempre vuelvo aquí, donde tengo gente que me quiere». Aset se casó con Mayra, musulmana no practicante, originaria de Uzbekistán. El matrimonio se celebró libremente –como es necesario– y tienen dos hijos de cinco y tres años, ambos bautizados. «De vez en cuando vienen conmigo a misa. Lo más decisivo es que, si yo estoy contento con mi fe, eso influye en ellos, y eso vale también con todos en general». Sobre la relación conyugal, insiste en que no le asusta la diferencia religiosa. «Ambos miramos hacia la misma meta, yo la llamo Cristo y ella la llama a su manera. Ha sido precios cómo ella ha compartido conmigo la espera del Papa. Hemos ido juntos a la misa del 14 de septiembre y eso es algo que no se pue de dar por descontado. Me podría haber dicho que me fuera con mis amigos, pero hemos ido juntos».

No hay discusiones familiares, viven tranquilamente –prosigue Aset– «porque nos respetamos mutuamente. Me han educado así. Es más bonito ver a Cristo en la vida cotidiana que en las palabras. Eso me llena de alegría. Si el corazón del hombre está impactado por la humanidad que surge en la vida diaria, en las alegrías y en las penas, entonces uno se enamora de Jesús. Para mí, es un desafío continuo: mostrar la vida». Aset está muy agradecido al Papa. Dice que la humildad y el afecto con que vive todo lo que pasa en el mundo supone un desafío apasionante para él.

Vivir el cristianismo en lo cotidiano
Nos cuenta un episodio que para él es emblemático de lo que significa el coraje de la fe. «Nuestros amigos de Karagandá trabajan con niños con discapacidad que proceden de familias muy diversas. Este año, las madres han venido por primera vez con sus hijos a las vacaciones que organizamos todos los años con la fraternidad. Éramos 130 personas. Cuando dijimos que venía el Papa se inscribieron inmediatamente a la peregrinación para participar en la misa. En realidad, no sabían muy bien con quién se iban a encontrar, lo perciben como un padre –¿pero de quién?, preguntaban– pero lo más bonito es que se han fiado de lo que nosotros les contábamos porque les ha fascinado lo que han visto. En el fondo, eso es el cristianismo y por eso soy feliz. Eso es lo más importante».

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