Kerrie con sus hijos

«Agradecida, hasta de mi debilidad»

Desde Irlanda hasta Corea para recuperar la fe que había abandonado con el paso del tiempo. Kerrie cuenta su historia y sus dramas, con esa “puerta” abierta tras encontrarse con don Giussani y con el movimiento

Nací en Irlanda y ahora vivo en Corea. Cuando era joven empecé a alejarme de la fe de mi infancia. Lo que decíamos en misa me resultaba ajeno a mi vida. Poco a poco, dejé de ir a la iglesia y de rezar. Cuando lo hacía solo era en señal de respeto a la tradición de mis padres.

Dos años después de tener a mi primer hijo, tuve un aborto espontáneo al tercer mes de embarazo. Lo viví sola porque mi marido estaba en el extranjero. Di sepultura a los restos de mi niño en un lugar tranquilo de un parque público porque no teníamos jardín. Estaba muy enfadada y me preguntaba: «¿Por qué pasa esto? ¿Por qué ha empezado esta vida haciéndome sentir el latido de su corazón?». Odiaba cuando oía a la gente dando gracias a Dios por esto o por aquello. Pensaba que ese agradecimiento podía acabar convirtiéndose en una trágica farsa. Fuera lo que fuera mi antigua fe, era algo que ya se había apagado. Me encontraba sumida en una oscuridad tremenda. Durante años me dije que solo la debilidad y la soledad podían empujar a las personas a buscar consuelo en la idea de Dios.

Pero no conseguía conciliar el sueño. La cuestión de Dios no me daba tregua. Una noche que no podía dormir sentí que el corazón me latía a una velocidad de locura. Era incapaz de pensar al mismo tiempo en lo mucho que quería a mis hijos y en la idea de que todo eso pudiera acabar en nada. Entonces le pedí a Dios que me respondiera: «¿Existes o no?». Era como llamar desesperadamente a una puerta que nadie abría.

En 2020 murió mi madre y no pude regresar a Irlanda para ir al funeral a causa de la pandemia. Tuve que seguirlo sola online. Al empezar la misa oí las palabras que decían como si nunca las hubiera oído antes en mi vida. Por primera vez tuve la sensación de que se dirigían directamente a mí. Nunca me había dado cuenta de la belleza de la misa y desde ese día empecé a seguirla diariamente online. Era el único momento en que sentía un poco de paz. Pero también debía ser honesta conmigo misma. Mis preguntas seguían sin respuesta. Empecé a buscar en internet y hablé con amigos cristianos. Había algo que me impedía participar en la vida de una comunidad cristiana. El cristianismo que conocía me parecía cargado de una especie de “positividad tóxica”. No parecía algo donde pudieran tener cabida mis preguntas, mis dudas y mi lucha. Los cristianos me daban la sensación de ser un club exclusivo, elitista y arrogante.

Pedí ayuda al sacerdote de mi ciudad natal en Irlanda y me recomendó leer varios textos de Luigi Giussani que creía que podían ayudarme. Entre ellos había un fragmento titulado Simón, ¿me amas? Me quedé tan impactada que quise conocer todo lo que decía ese cura italiano. En lo que escribía había una sinceridad profunda y una gran compasión por lo humano.

Al poco tiempo empecé a conectarme a los encuentros de Escuela de comunidad por Zoom con gente coreana y japonesa para conocer mejor sus enseñanzas. Pero lo que he aprendido ha sido mucho más. He conocido a un grupo de personas que comparte sinceramente las dificultades de la vida y trata de encontrar a Dios en sus fatigas y en sus límites. Un lugar donde «cada límite da paso a una realidad infinita», como me dijo uno de mis nuevos amigos. En Crear huellas en la historia del mundo leemos que «el hombre se debe sentir siempre, sincera y humildemente, en búsqueda. (…) El que sufre la ilusión de haber descubierto ya todo, de no tener ya nada que buscar, corre el riesgo de dejar que se queden en nada, a lo largo de su camino, precisamente los encuentros que pueden ser más significativos». En la Escuela de comunidad de Seúl he encontrado compañeros que comparten mi vida y mi búsqueda con sinceridad y humildad.

La fe de mi infancia se resquebrajó ante las dificultades de la vida. Mi fe adulta, la que tengo hoy, se apoya en que soy demasiado débil para seguir adelante yo sola. Estaba acostumbrada a mirar con desprecio mi debilidad, pero ahora la agradezco. Me recuerda lo que verdaderamente necesito. No puedes encontrar algo que no buscas. Y no buscas algo seriamente si no lo necesitas. He empezado a buscar ansiosamente a Dios porque lo necesito. Eso no significa que ya tenga todas las respuestas, pero sí compañeros de Escuela de comunidad que me acompañan en este viaje.
Kerrie, Daegu (Corea del Sur)