Danny y Leila Abdallah durante su intervención en el Aula Nervi (Foto: World Meeting of Families 2022)

El perdón como camino de santidad

En 2020 Danny y Leila, una pareja libanesa que vive en Australia, perdieron a tres hijos atropellados por un conductor borracho. Este fue su testimonio en el Encuentro Mundial de las Familias
Danny y Leila Abdallah

Danny
Me llamo Danny Abdallah. Soy marido de una mujer encantadora, Leila, y padre orgulloso de siete hijos: Antony, Angelina, Liana, Sienna, Alex, Michael y nuestra recién llegada, la pequeña Selina. Mi mujer y mis hijos son la razón de mi vida, el motivo por el que me levanto cada mañana.
Antony cumple hoy 16 años. En 2015, cuando tenía nueve, soñó con Jesús y Jesús le preguntó: «¿Qué quieres ser?». En el sueño, Antony respondió que quería ser santo y Jesús le dijo: «Te llevaré conmigo al cielo».
Resolví ese episodio como un sueño. Pero el 1 de febrero de 2020, Jesús cumplió su promesa.
Era un día de verano ideal. Siete niños amados y adorables daban un paseo para ir a tomar un helado por el decimotercer cumpleaños de mi sobrina.
Lo que iba a ser un paseo sencillo y alegre se convirtió en uno de los peores accidentes de tráfico que ha habido en Australia en los últimos tiempos.
Los niños fueron atropellados por un conductor borracho y drogado que circulaba por esa tranquila calle de la periferia a 150 kilómetros por hora: tres veces el límite de velocidad permitida. ¿Cómo puede atropellar un coche a siete niños a la vez? Parecía la escena de una película de terror.
Cuando llegué al lugar de los hechos fue como entrar en un escenario de guerra después de la batalla. Cuatro niños muertos. Sus pequeños, frágiles y delicados cuerpos eran casi irreconocibles. ¿A quién atender primero?
Con Antony, Angelina y Sienna, también murió su preciosa prima Veronique Sakr. Otro primo, Charbel Kassas, sufrió heridas tan graves que estuvo en coma varios meses. Su hermana Mabelle y mi hija Liana también sufrieron el impacto y fueron testigos de todo.
Cuatro vidas perdidas. Tres familias destrozadas. Una gran familia devastada. Una comunidad incrédula y una nación de luto. Llegaron policías, enfermeros, ambulancias y bomberos. Acordonaron la zona y me echaron de allí. Vi de lejos cómo los agentes tapaban a Antony, Angelina, Sienna y Veronique con una sábana blanca. Desaparecieron. Desde mi corazón le dije a Dios: «Esto es demasiado grande para mí, te lo entrego».

Leila
Llegué poco después de Danny al lugar donde habían atropellado a cuatro de mis hijos, más de la mitad de mi familia. Fue horrible. La gente gritaba a mi alrededor, pero yo estaba en calma. Empecé a rezar y a pedir a la gente que estaba allí que rezara conmigo porque creía que Dios haría un milagro. Con Jesús nada es imposible. Confiaba en que Él no habría hecho daño a mis hijos.
Liana vino hacia mí sangrando. Debía ir al hospital. Subí con ella a la ambulancia, pensando aún que el resto de niños nos seguiría. Solo cuando Danny llegó al hospital con cuatro sacerdotes me di cuenta de que tres de mis hijos habían muerto. Lloraba, gritaba e imploraba que no fuera verdad.
Dos días después, cuando operaron a Liana, volví al lugar de los hechos. Estaba cubierto de flores. Me arrodillé en el punto en que yacía cada uno de los niños tras el atropello y recé un Padre nuestro, un Ave María y la oración de Fátima. Recé siete veces, una por cada niño. Sentía un gran peso, como si estuviera recorriendo un Via Crucis y solo pudiera ver a Jesús en la cruz.
Cuando se me acercó la prensa, me quedé sin palabras. ¿Qué esperaban de una madre que ha perdido a la mitad de sus hijos en un abrir y cerrar de ojos? Hablé con el corazón y les dije: Danny y yo hemos sido bendecidos con seis niños preciosos. Les encantaba dar de comer a los sintecho del Team Jesus. Hemos enseñado a nuestros hijos a rezar el rosario, a amarse y a leer la Biblia. Cuando me preguntaron por el conductor, dije: «No le odio, creo que mi corazón le ha perdonado, pero quiero que el tribunal sea justo». No sabía el impacto que podían causar estas palabras. Creo que el Espíritu Santo movió mis labios para pronunciar palabras de perdón. Los periodistas me preguntaron cómo podía ayudarme la gente y les pedí que fueran allí a rezar como un Via Crucis. Esa noche se presentaron miles de personas. Les propuse rezar el rosario y miles de personas volvieron la noche siguiente. Y la siguiente. Todas las noches hasta el funeral. Los informativos hablaban más del perdón y de la fe que del accidente. ¿Cómo puede perdonar? ¿Por qué habría que perdonar a un hombre que ha atropellado a siete niños? ¿Cómo es posible mantener la fe? ¿Cómo puede seguir amando a un Dios que le ha hecho esto? Como decía Danny, se trataba de algo mucho más grande que nosotros.

Danny
No me sorprendió que Leila decidiera perdonar tan rápido. Cualquiera que la conozca sabe que elegiría el perdón. Venimos de una familia libanesa muy numerosa, católica maronita. Cuanto más grande es la familia, mayores son los problemas y la cantidad necesaria de amor y de perdón.
Leila y yo construimos nuestra familia sobre la oración. En estos 18 años de matrimonio siempre hemos rezando el Padre nuestro pidiendo a Dios que «perdone nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden». Es una oración muy potente si se dice en serio.
Amigos, el perdón es nuestro camino hacia la santidad.
Días antes del accidente, estaba paseando por la playa con mi hijo Antony. Estaba a punto de empezar el curso. Como padre, me preocupaba cómo elegiría a sus amigos. Le expliqué detalladamente que las decisiones que tomara día tras día irían definiendo el tipo de hombre que llegaría a ser. En ese momento no sabía que aquellas palabras eran para mí.
El día que mis hijos entraron en la vida eterna, tuve que tomar una decisión. ¿Qué camino tomar? ¿Tomo el camino de la destrucción o el de la construcción? ¿Trato de anestesiar el dolor con drogas y alcohol o decido abrazar este dolor?
El dolor es insoportable. Lo llevo conmigo desde el día de la tragedia. Paso noches sin dormir y hay días que me siento sin esperanza. La decisión que tomara no iba a eliminar mi dolor, pero definiría dónde íbamos a estar mi familia y yo para el resto de nuestra vida. Podíamos quedarnos bloqueados en un valle de dolor y de luto o bien podía guiarlos hacia lo alto.
Decidí perdonarme a mí mismo por invitar a mis hijos a dar aquel paseo. Decidí perdonar al agresor obedeciendo a mi Padre que está en los cielos. Si mis hijos estuvieran hoy aquí, me dirían: «Papá, perdónalo».
Jesucristo, mi guía y mi maestro, es el mayor ejemplo de perdón. Tras ser golpeado, escupido y colgado en la cruz, dijo: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen». Su Madre contempló el sufrimiento de su hijo durante horas sin tocarlo y luego decidió perdonar a los discípulos que habían abandonado a su hijo. He oído la historia de la Pasión muchas veces durante mi infancia, pero solo ahora, después de un dolor tan fuerte, comprendo su significado. Ahora tiene sentido. Yo no sirvo a un Dios que me pone a prueba. Sirvo a un Dios que ha sufrido mucho antes que yo. Servimos a un Dios que es un padre bueno que nos dice: «Déjame ir yo antes. Te mostraré cómo comportarse en el peor sufrimiento que se pueda imaginar». La vía de salida es el perdón.
El perdón ayuda más a quien lo de que a quien lo recibe. Cuando perdonas a la otra persona, te empiezas a curar.
El perdón no es una acción puntual de un solo momento. Han pasado más de dos años y tengo que decidir perdonarme a mí mismo y al conductor todos los días para no encerrarme en el odio. Decidir perdonar cada día no es fácil, pero es nuestro camino hacia la santidad. Debo pedir perdón a Dios todos los días y seguir perdonando para que mi familia no sea esclava del trauma de aquella noche.
Si vivo con deseos de venganza, amargura y rabia en el alma, mis hijos vivirán igual porque hacen lo que tú haces, no lo que les dices. Me he dado cuenta de que debía hacer por ellos lo que Dios hizo por mí. Él me mostró cómo pasar por el peor tipo de sufrimiento y perdonar siempre a los que se lo causaron.

Leila
Danny y yo os traemos un mensaje de Dios para todos. Es el mensaje central del cristianismo. Son las últimas palabras que pronunció Jesús en la cruz: el perdón.
Es una decisión que tomamos. La decisión de dejar que la rabia y el rencor se vayan.
Hay poder en el perdón.
Hay libertad en el perdón.
El perdón es signo de fuerza, no de debilidad.
El perdón es un don que os hacéis a vosotros mismos y a los demás.
El perdón permite alcanzar la grandeza.
Jesús nos pidió que perdonáramos y nos explicó por qué debíamos hacerlo: porque no saben lo que hacen. La gente vive cegada por el pecado.
Mi preciosa hija Liana, mi inspiración, me recuerda que hay un “yo” en el perdón. Eso significa que empieza en cada uno de nosotros. Tomad la iniciativa y perdonad incondicionalmente. No tuve que esperar a que el conductor se excusara o pidiera perdón. Tomé la iniciativa. La iniciativa partió de mi corazón y se extendió a mi familia, a toda nuestra familia, a nuestra comunidad local, a nuestro país y –puesto que hoy estamos aquí– al mundo entero.
El perdón ha permitido que mi matrimonio sobreviva. Nos ha enseñado a Danny y a mí a mirarnos con los ojos de la compasión y la empatía. El perdón ha preparado el proceso de curación de todos nosotros. Nuestros hijos pueden mirar el futuro, pueden soñar de nuevo y sobre todo pueden tener fe en Dios. Liana ha sido capaz de mirar al conductor con ojos de empatía y perdonarlo.
Nunca me habría imaginado estando en el Vaticano el día del cumpleaños de Antony para hablar de perdón al mundo y desear desde aquí a mi hijo un feliz decimosexto cumpleaños en el cielo. Agradezco a nuestro obispo, Antoine-Charbel Tarabay, que nos diera la oportunidad de estar aquí. Él nos ha elegido y el Señor ha hecho posible todo lo demás. El Señor nunca nos ha abandonado.
Hemos podido perdonar por la gracia y misericordia de Dios. Jesús nos pidió perdonar setenta veces siete, practicar el perdón diariamente. Si queréis ser capaces de perdonar algo grande, empezad perdonándoos a vosotros mismos y a vuestra familia. Buscad la misericordia, el amor de Dios y el perdón de los pecados en la confesión.
No hablo de un lugar de perfección. No soy perfecta en absoluto.
Podéis preguntarle a Danny en privado y os dirá la verdad.
¿Alguno de vosotros es perfecto? Nadie es perfecto. Nuestros hijos no eran perfectos. Los santos tampoco eran perfectos. Cuanto menos perfectos somos, más posibilidades tenemos de pedir perdón. El amor consiste en amar a alguien en su imperfección y en su pecado y perdonarlo siempre. Todos estamos llamados a ser santos mediante el amor y el perdón. El perdón como camino hacia la santidad no empezó el día que nos arrancaron a nuestros hijos, ni acabó el día que perdonamos al conductor. El perdón es como un músculo. Se hace más fuerte si lo sigues ejercitando. Debe ser una parte estable de la vida diaria de cualquier familia cristiana.
El perdón nos ha traído sanación y paz. Tengo el corazón roto pero estoy en paz porque sé que mis hijos están en el cielo. Están con Jesús. Cuando voy a misa estoy más cerca de mis hijos. Cuando seáis más débiles, id a la iglesia y llorad sobre los hombros de Jesús. Todos tienen una cruz que llevar. No podemos controlar lo que nos pasa, pero podemos decidir cómo reaccionar. Tomad el control de vuestra vida: arrepentirse, amar, perdonar, confesar y ser humildes, ese es nuestro camino hacia la santidad.

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Danny
Considero la fe como una cuenta corriente espiritual. Cada buena acción, cada detalle amable, cada oración, cada vez que perdonáis y cada vez que amáis, estáis haciendo un depósito. Lo hacéis de tal manera que el día más oscuro de vuestra vida, cuando ya no tengáis nada que dar, podáis acudir a vuestra cuenta de la fe y canjear. Nosotros tuvimos que hacerlo el 1 de febrero de 2020.
Pidamos que nunca tengáis que vivir un sufrimiento o un duelo como el que hemos vivido nosotros. Esperamos que nunca tengáis que perdonar algo tan grande. Pero debéis prepararos para cualquier sufrimiento que venga. Si algo podemos hacer hoy, es animaros a rezar, a practicar el perdón cada día y a enseñar a vuestros hijos a hacer lo mismo.
Después de cada muerte hay una resurrección. Leila y yo hemos tenido el privilegio de oír a muchas personas que han perdonado y se han reconciliado después de conocer nuestra historia. Cada una de estas historias es una resurrección.
En memoria de nuestros hijos, hemos transformado la tragedia en un día de perdón. i4Give Day es un evento que se celebra todos los años en Australia el 1 de febrero y es un movimiento que dura todo el año.
La gente desea el perdón y empieza a entender la libertad que comporta. No es solo un mensaje para los católicos o cristianos. Es para el mundo entero. Es un mensaje humanitario. Es un camino no solo hacia la santidad, sino hacia la libertad. Como católicos, tenemos la obligación de difundir el mensaje del perdón. Con la ayuda de Dios, marcamos la diferencia en el mundo.