Nueva York, 1986. Don Giussani visita a la comunidad de CL (©Fraternità di CL)

Estados Unidos. Donde acontece la vida

De "Huellas" de febrero, la búsqueda de Vanessa por Silicon Valley, Italia, Los Ángeles.... Y ese día en el funeral de Giussani. «Me bastaba la experiencia que vivía para comprender que la fe que él testimoniaba era razonable»
Anna Leonardi

Vanessa habla un italiano perfecto. Su acento californiano, mezclado con su cadencia florentina, lo convierten en algo único. Su historia comenzó hace cincuenta años en Saratoga, una pequeña localidad de Silicon Valley, y la llevó hasta Italia, primero a Milán y luego a Florencia, siendo muy joven. «Trabajaba como modelo para varias agencias italianas. Milán estaba de moda pero no era capaz de enamorarme de Italia, lo veía demasiado diferente de América y echaba de menos mi casa». En realidad, esta nostalgia la ha acompañado siempre, desde pequeña, cuando se fue a vivir con su padre después de que se separara de su madre. «A los siete años tuve una crisis de pánico, me aterrorizaba pensar que mi padre se muriera. Llorando, le decía: “¿Cómo no voy a verte más?”. A los nueve decidí aplacar mi ansiedad yéndome a vivir con mi madre a Los Ángeles, pero el dolor también me siguió allí».

Durante los años de instituto probó mil experiencias, buscando algo que pudiera ayudarla. Conoció a un grupo de jóvenes protestantes y se fue con ellos una Pascua. «Era una especie de campamento donde se alternaba la oración y el voluntariado. Estaba muy contenta». Pero a la hora de irse, antes de volver a casa, cuando les pidieron dar un paso adelante si querían dejar que Jesús entrara en su corazón, Vanessa no se movió. «Mientras todos daban ese paso, yo sentí que no podía hacerlo de verdad. ¿Cómo iba a prometer algo así yo sola? Jesús, tan unido a mis sentimientos en aquel momento, seguía siendo algo incierto».

Vanesa con su familia

A los 19 años, en las playas italianas conoce a Simone y se enamoran. Él también es un tipo inquieto y, paradójicamente, encontrarse con la chica de sus sueños reaviva esa inquietud. Un día, una amiga le invita a unas vacaciones del movimiento. «Me llamó a Nueva York, donde estaba trabajando, y me contó que se iba. Yo pensé: “Es que no le basto. Se acabó”». Lentamente Vanessa ve cómo Simone va cambiando, cada vez estaba más apegado a sus nuevos amigos, a los que ella también ve cada vez que vuelve a Italia. «Yo estaba acostumbrada al ambiente de los desfiles y esos chicos que discutían sobre política, cantaban juntos y organizaban vacaciones de trescientas personas me parecían de otro planeta». Una noche, Simone fue a recoger a Vanessa al aeropuerto a su regreso de Estados Unidos y en el coche ella se da cuenta de que cambia de trayecto. «Esta noche no vienes conmigo», le dice mientras aparca en el centro de Florencia. «Te he buscado un sitio en un piso de universitarias. Hay otra chica americana. Este camino también puede ser tuyo si quieres. No puedes seguir siendo solo mi novia». Vanessa lo mira con lágrimas en los ojos sin entender nada. Pero al final esa vida tan distinta la acaba cautivando. «Eran personas especiales, disfrutaban de cada cosa de la vida. Esa era la felicidad que deseaba encontrar desde niña. Y me querían». La ayudan a encontrar trabajo como secretaria en la universidad y, cuando tuvo que someterse a una operación importante, hicieron turnos para que nunca estuviera sola. «En aquella cama de hospital lo entendí todo. Me dije: “Ahora estoy preparada para casarme con Simone. Por este pueblo que veo, por esta vida distinta que nace de la fe y del carisma de don Giussani”». En la iglesia de la Santissima Annunziata, a los 23 años de edad, Vanessa recibe el Bautismo y la primera Comunión. Era el año 1995 y por fin se siente en casa.

Oyó hablar a don Giussani una sola vez, en los Ejercicios del CLU. «No entendí gran cosa, pero me bastaba la experiencia que estaba viviendo para comprender que la fe que él testimoniaba era algo razonable, que mantenía unidas todas mis exigencias. Así es como pude reconocer a Cristo en mi vida». Después de la boda llegaron los hijos. Vanessa empezó a dar clase en un colegio pero la vida de provincia, los niños y un marido que siempre estaba fuera por trabajo despiertan en ella la nostalgia de su casa. Habla con sus amigos y Giovanni, memor Domini, le dice un día: «Puedes vivir cualquier circunstancia sin soñar que estás en otra parte, pero para verificarlo tienes que hacer lo que hizo el conquistador Hernán Cortés cuando sus hombres empezaron a soñar con volver a España, tienes que “quemar los barcos”. Es decir, pedir que cada instante lo sea todo».

No será hasta unos años más tarde cuando Vanessa empiece a captar la profundidad de aquellas palabras. Amanece el 24 de febrero de 2005. Vanessa va en tren hacia Milán con varios amigos para asistir al funeral de don Giussani. Simone está en China y ella deja a sus cuatro hijos en casa con la niñera. «Al llegar al Duomo, la iglesia estaba ya llena y nos colocaron en un sector de la plaza. No sé cómo lo hice pero logré escabullirme y me colé dentro por un lateral». Allí, apoyada en una columna junto al altar, comprendió quién era aquel hombre para ella. «Entre las autoridades, los políticos y la familia cercana, ahí estaba yo, una chica de California llena de gratitud por la vida llena de alegría que había encontrado. Me sentía delante de un padre al que le debía todo».

LEE TAMBIÉN - Polonia. Giussani, educador de los que buscan la verdad

Ahora Vanessa, Simone y sus cuatro hijos viven en Redondo Beach, cerca de Los Ángeles. Las obligaciones laborales los han devuelto a Estados Unidos. «Nada más llegar buscamos amigos de CL y resulta que muchos eran italianos. Trabajan en empresas americanas, tienen amigos americanos y hablan inglés entre sí… Ellos también han quemado los barcos. Para ellos, la “casa” también es el lugar en el que acontece el significado de la vida».