El Via Crucis en Nueva York (foto di Paul Martinka)

Estados Unidos. En camino siguiendo la cruz

En muchas partes del mundo, las comunidades de CL han celebrado el Via Crucis por las calles de la ciudad. Publicamos algunas cartas recibidas desde EE.UU

Este año ha sido mi segundo Via Crucis con la comunidad de CL en Atlanta. Me ha impactado especialmente la belleza de la jornada. Hacía sol, 24 grados, con una brisa ligera. Los estudiantes jugaban en el campus universitario. Pero nuestro Salvador, maestro y esposo moriría ese día. No podía dejar de pensar en aquel día de hace dos mil años. Cristo recorriendo el camino al Calvario. ¿Era un día hermoso? ¿Un día normal en que cada uno iba a lo suyo? ¿La gente pasaba delante de nuestro Cristo con la misma indiferencia que estos estudiantes que miraban y pasaban de largo? ¿O se detenían y sabían quién era ese hombre? Mientras caminábamos por Freshman Hill, una mujer corría. Nada más vernos aparecer a lo lejos, llevando una cruz de madera de metro y medio, cayó de rodillas. Arrodillada nos miró pasar a todos, luego se levantó y continuó su carrera. Esta mujer reconoció a Cristo en nuestra presencia. CL me ha mostrado cómo Cristo, en su Pasión y resurrección, habita en mí. Me ha enseñado cómo Cristo puede tocar los corazones de quienes se encuentran en este campus con nuestra comunidad haciendo memoria de su Pasión en un hermoso día.
Kayla, Atlanta

Nueva York (foto de Giulietta)

Miro mis fotos y enseguida recuerdo el silencio que reinaba, el silencio que observamos y el silencio que ese gesto llevaba a los que veían Su cruz. Y pienso también en el silencio que Él mismo debió experimentar.
Jackie, Kansas City

Steubenville

En un campus que normalmente está lleno de estudiantes a la hora de comer, caminamos en silencio siguiendo la Cruz de madera. Me encontraba en el mismo lugar que aquellas mujeres que siguieron a Cristo a lo largo del camino, acompañándole llenas de dolor. A veces se paraba algún viandante para mirarnos o incluso para rezar con nosotros unos instantes. Tal vez ellos también quedaban impactados por esta intrusión de la presencia de Cristo en sus vidas.
Vanessa, Universidad de Notre Dame

Atlanta

«Fac ut ardeat cor meum in amando Christum Deum» (haz que mi corazón arda de amor por Cristo) son palabras del Stabat Mater que me han acompañado en la preparación del Via Crucis en el centro de Chicago durante el Viernes Santo. Un gesto que daba espacio al reconocimiento de que el tiempo y el espacio le pertenecen verdaderamente y Él entra en ellos mediante un sencillo “sí”. No puedo dejar de pensar en el don que supone tener de vez en cuando algo de tiempo libre para dedicarme a ciertas tareas del Via Crucis, a pesar de tantos compromisos laborales, y ser testigo, por ejemplo, de la belleza de una cena que tuvimos con el obispo Mark y otros sacerdotes de la diócesis con los que ha nacido una nueva amistad. Gracias al abrazo y a la implicación paternal del obispo, este año hemos podido experimentar el valor de la memoria de su Pasión caminando en silencio, cantando, rezando y siguiendo Su cruz junto al personal y los voluntarios de la organización “Kolbe House Jail Ministry”, que se unieron a nosotros con sus antiguos presos, con monseñor Roman y otros católicos de la comunidad ucraniana, o con Parris, un representante de la oficina del sheriff de la cárcel del condado de Cook, entre otros. Dentro de nuestra pobreza, estoy lleno de asombro y gratitud por cada “sí”, que ha marcado todos los aspectos, pequeños o grandes. Un “sí” a Ti, oh Cristo, que brota humilde y sorprendentemente incluso por debajo de capas de distracción y olvido diario. Como decían algunos amigos, «allí donde el hombre moderno vive absorbido por las tareas ordinarias de un viernes por la mañana habitual, camina un grupo de gente extraña que sigue en silencio una cruz de madera bacía, entonando cantos de hace siglos, escuchando en silencio las lecturas del Evangelio. El Misterio de la Pasión del Señor vuelve a encontrarse con la indiferencia y el desprecio humanos, a veces con la curiosidad, y rara vez con signos de respeto por parte de los viandantes, exactamente igual que hace dos mil años. Sería absurdo recordar un hecho que sucedió en un pasado tan remoto… si no fuera por la certeza de la resurrección. Si no fuera por el anuncio de que Cristo ha muerto y resucitado para mí, para ti y para todos. Si no fuera por la promesa de que Él viene a redimir nuestro mal, nuestra muerte, nuestro pecado, y al final viene a mendigar nuestro corazón, el corazón del hombre que, casi sumergido en los ruidos de la ciudad, de hecho solo le desea a Él de manera irreductible».
Benjo, Chicago

Philadelphia

«¿Me ayudarás a llevar la cruz?». La mañana anterior a nuestro Via Crucis, mi hijo Xavier, de cuatro años, volvía a plantearme seriamente esta pregunta. Siempre que me lo preguntaba, respondía que sí un poco distraída, claro que le ayudaría. Era más fácil calmarle así que explicarle que es demasiado pequeño para llevar la cruz y que solamente iría caminando y rezando como todos los demás. Por fin, embutidos para hacer frente al frío y al viento, llegamos al punto de partida. Para ser honestos, casi me había olvidado del deseo de Xavier de llevar la cruz. Ya habíamos recorrido las tres primeras estaciones e íbamos a reanudar el camino cuando levanté la mirada y vi a mi pequeño Xavier llevando la cruz con su padre. Me quedé realmente conmovida. Mientras a mí me bastaba con ser una espectadora más, Xavier no estaba contento si no podía participar personalmente en este gesto. Algo despertó en mí recordándome que, bajo los escombros de mi distracción y mi cansancio, yo también quiero ser protagonista. Para Xavier, aquellos pasos que dio llevando el peso de la cruz eran su oración y su manera de amar a Jesús.
Steph, Crosby

Crosby

La comunidad de CL en Rochester (con las comunidades vecinas de Cortland, Auburn y Houghton) recorrió la Pasión de nuestro Señor caminando en silencio durante cinco kilómetros, deteniéndose en las estaciones (en su mayoría áreas de servicio abandonadas y aparcamientos) a lo largo del recorrido. Mientras caminábamos, la gente salía de su casa o tocaba el claxon de sus coches. Un hombre paró nuestra procesión y nos preguntó por qué, si Jesús resucitó de entre los muertos, lo seguimos llevando en la cruz. El padre Peter explicó que queremos hacer memoria de cuánto nos ama y de todo lo que ha hecho por nosotros. Invitamos a aquel hombre a unirse a nosotros para la última estación y al terminar nos dijo: «Qué bueno es que te inviten».
Rita, Rochester

Cincinnati (foto de Jessica Rinaudo)

Mientras iba en coche hacia el Via Crucis, me preguntaba: «¿Por qué hacemos esto en medio de la ciudad? La gente nos mirará como otro grupo de fanáticos, ¿qué finalidad tiene todo esto?». Agobiada por estas preguntas, llegué un poco confusa al Boston Common, donde mi marido, que canta en el coro, me dejó a mis dos hijas, Teresa (tres años y medio) y Mary (año y medio). Mary solo quería bajarse del carro y Teresa corría por todas partes. Empezó el Via Crucis y mi situación no mejoraba. De hecho, iba a peor. Teresa no quería escuchar y en cuanto me despistaba Mary se ponía a chillar. Estaba a punto de marcharme a casa pero algo dentro de mi corazón me obligaba a quedarme, como susurrándome: “quédate”. En ese momento, el padre Luis, al oír los gritos de Mary, se acercó y empezó a explicarle muy bajito lo que estaba pasando. La niña se calmó y en ese instante vi a Paolo, un compañero de clase de Teresa. Empezaron a caminar juntos y se tranquilizó. Entonces me quedé sin palabras al ver lo acompañada que estaba. Sentí una gran ternura por mí misma pues, viéndome acompañada, también me encontraba dispuesta a acompañarle a Él. En ese momento entendí que la primera razón por la que voy al Via Crucis es por mí misma, porque necesito seguirle. Y eso sería imposible (¡literalmente!) sin una compañía cristiana. Algunos se preguntarán quiénes somos, algunos se alejarán, otros nos ignorarán por completo, pero aunque este gesto suscite ciertas preguntas en algunas personas (oí a una chica diciendo: “Se me había olvidado que estábamos en Semana Santa”), este gesto es ante todo para mí, para mi conversión. Una conversión que debe suceder en cada instante.
Laura, Boston