Presentación de la escuela San Agustín

Una escuela ecuménica para “construir un pueblo”

Dieciocho alumnos católicos, coptos ortodoxos y rusos ortodoxos. La primera clase de la escuela parental San Agustín, que nace de la amistad entre varias familias con el deseo de ofrecer una educación verdaderamente cristiana
Maria Acqua Simi

Dieciocho alumnos católicos, coptos y rusos ortodoxos. Una escuela media parental que arranca estos días en el oratorio San Pío X de Cinisello Balsamo, en Milán. La amistad inesperada entre varios profesores y tres religiosos (un cura católico, un sacerdote copto y otro ruso-ortodoxo), el deseo de varias familias de ofrecer una educación verdaderamente cristiana a sus hijos, la disposición del Ayuntamiento, son los ingredientes de esta aventura educativa.

¿Por qué una escuela de este tipo ahora? ¿Para qué? ¿Acaso no hay ya estructuras públicas capaces de satisfacer las exigencias de todos? Planteamos estas preguntas a Giuseppe Meroni, director de la nueva escuela San Agustín. Y él responde sencillamente, contando una serie de hechos y encuentros que le han llevado por este camino junto a otros amigos.

«Todo surgió tomando un café con el padre Simone Riva y con el ingeniero Salama, uno de los primeros de la comunidad copto ortodoxa que llegaron a Milán por motivos laborales. Fue él quien lanzó la idea, casi como una broma: “Sería estupendo hacer juntos una escuela que pudiera ser un lugar de encuentro para las diversas comunidades cristianas…”. Nació así un grupo que llamamos Educare ancora, con el deseo de dar importancia a las presencias cristianas implicadas en la educación: escuelas paritarias, iniciativas sociales e Iglesias ortodoxas. Este grupo ya había dado sus primeros pasos unos meses antes, en un encuentro con Elio Cesari, director de las Obras Educativas Salesianas, que cuentan en la zona con uno de los complejos escolares más grandes e innovadores de Europa. Gracias a su valor e implicación, nuestra perspectiva fue madurando lentamente, así como nuestra relación, cada vez más estrecha, con el párroco copto Raffaele Gebrail y con Ambrogio Makar, archimandrita de la Iglesia ruso ortodoxa del patriarcado de Moscú».



Nos hemos juntado para discutir de muchas cosas, experimentando una correspondencia inesperada: el juicio sobre la secularización de la sociedad, la necesidad de una educación en la fe para las jóvenes generaciones y, además, la hipótesis de una escuela que sea a la vez copta, ruso ortodoxa y católica. El padre Ambrogio, un tipo rudo al que le gusta hablar claro, asegura de hecho que la educación cristiana, dentro de la unidad entre las diversas tradiciones, es absolutamente necesaria, y que «este es el futuro del cristianismo».

Con esta conciencia, Meroni invitó a algunos alumnos rusos y coptos a una jornada de tres días con un grupo de alumnos suyos. En total, cincuenta chavales de tres confesiones, con sus adultos responsables, en unas vacaciones a las que también se invitó a monseñor Francesco Braschi, presidente de Rusia Cristiana, que quedó impactado por la vivacidad del grupo: «Esto es nuevo, ¡todavía no existe algo así!».

«Inmediatamente –sigue contando Meroni– se implicaron varios amigos de siempre de la comunidad del movimiento, que son como la tierra buena, sin la que resulta imposible que una semilla plantada crezca lentamente y madure. Con estos nuevos y viejos amigos, iba avanzando el trabajo de nuestro grupo educativo como el cauce de un río en el que todas estas ideas iban tomando forma».

Uno de los resultados de este trabajo fue en 2019 el congreso “Construyamos un pueblo”, donde el testimonio de los jóvenes volvió a dejar claro qué es lo más querido para nosotros: Cristo, centro del cosmos y de la historia.
Justo aquellos días se presentó de manera concreta la idea de la escuela parental, una posibilidad garantizada por la Constitución pero todavía poco conocida y difundida en nuestro país. A los pocos meses, la pandemia dio un vuelco a todas nuestras exigencias, pero no logró apagar este sueño educativo común.

Simone Riva, Ambrogio Makar y Raffaele Gebrail

A nivel práctico, hacía falta concretar si se podían comenzar las clases en 2021. «La Providencia nos ha acompañado en este sentido. Desde el principio hemos contado con el apoyo entusiasta de la administración municipal y del alcalde Giacomo Ghilardi, reconociendo la bondad de esta libre iniciativa, donde padres y comunidades cristianas se han implicado para poder ofrecer una educación cristiana a sus hijos sin delegar esta tarea en nadie, y mucho menos en el Estado», cuenta Simone Riva. Según el padre Ambrogio Makar, «vivimos en un mundo secular y hoy el aspecto cultural es más decisivo que nunca para ayudar a nuestros jóvenes a afrontarlo. Queremos que crezcan con una hipótesis positiva para su vida y por eso nos hemos puesto en marcha. Fíjate lo grande y hermosa que era la Europa cristiana. Hoy estamos llamados a vivir el cristianismo igual que entonces, a ser verdaderamente cristianos en el tiempo que se nos da. No somos Iglesia si no somos capaces de decirle al mundo quiénes somos. No se trata de criar a nuestros hijos en una burbuja ni en mundos paralelos, sino de acompañarlos y darles instrumentos para vivir mejor dentro de la realidad. Es un desafío, y esta escuela forma parte de él».

Así que esta “locura” se fue concretando poco a poco, empezando por su nombre, San Agustín, uno de los padres de la Iglesia reconocidos en Oriente y Occidente como símbolo perfecto de las raíces cristianas comunes. Todavía faltaba una sede y un cuerpo docente, pero sorprendentemente en poco tiempo todo fue cuadrando. El párroco de San Pío X ofreció el espacio del oratorio, mientras que los tres religiosos implicados y otros amigos del movimiento (profesores a punto de jubilarse, profesionales de la educación…) dieron su disponibilidad para dar clase de manera totalmente gratuita. Un grupo de madres y abuelas también colabora activamente: en la cocina y el comedor (la comunidad copta, que gestiona numerosas pizzerías, ofrecerá pizza una vez a la semana, mientras que una madre rusa que es cocinera se encargará de la comida los otros cuatro días), y también en los recreos y otros espacios. Además, como algunos alumnos rusos viven lejos de la escuela, durante la semana se alojarán en dos apartamentos. Para que todo funcione, a nivel administrativo y organizativo, se ha creado el Club Santa Mónica, madre de san Agustín y excelente “custodia” de sus hijos.

Cuando la empresa se puso en marcha encontró una gran acogida, tanta que hubo que decir “no” con gran pesar a muchas familias, pues el espacio disponible no permite un aforo superior a los 18 alumnos. Los responsables de las Iglesias implicadas, los obispos y responsables de las comunidades copto-ortodoxa y ruso-ortodoxa, también están entusiasmados. «Citando una expresión de Agustín, “los hechos están delante de los ojos”, y agradecemos especialmente el ánimo recibido por los pastores de las Iglesias», añade Meroni.

Rusia Cristiana también se ha involucrado y se dedicará a la enseñanza de historia del arte. Nos lo cuenta Francesco Braschi, uno de los pilares de esta nueva escuela. «Es sin duda un inicio, un intento al que solo podemos mirar con admiración y esperanza. Nadie niega la complejidad de un proyecto como este, pero es algo digno de agradecer con asombro. La preocupación educativa y el deseo de una escuela que permita ver también la conexión entre fe y vida nacen de hecho de una exigencia común de católicos, coptos y ortodoxos. Prevalece lo que une sobre todo lo que pueda diferenciarnos en la manera de vivir la fe en nuestras tres comunidades. Así, la fe ha generado una pregunta sobre la educación de los hijos», explica el presidente de Rusia Cristiana.

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«Hay un aspecto nuevo nada banal: el deseo de protagonismo, de ser sujetos generadores de cultura por parte de estas comunidades que ya son parte integrante del rostro con que el cristianismo se presenta en nuestra sociedad. Es una conciencia nueva que debemos aprender y mirar. Ante el desierto y la secularización actuales, quien hoy intercepta el cristianismo ya no lo intercepta solo mediante la Iglesia católica. Estas comunidades también son testigos del rostro de Cristo y es justo su deseo de ser reconocidas en el ámbito civil y eclesial por la riqueza que aportan. ¿Acaso no es así la “iglesia de las gentes” de la que habla monseñor Delpini, arzobispo de Milán?».
Pero sus últimas palabras Braschi se las dedica a los padres de estos alumnos. «¿Cómo no mirar con ternura la apuesta de estas 18 familias, tan llena de amor por sus hijos? La manera más grande de amar a los hijos es darles la posibilidad de aprender más lenguas y conocer contextos culturales distintos. En la escuela tendrán la posibilidad de acercarse también a la cultura, a la tradición y a la lengua de los demás, integrando los programas de las diversas naciones, para que coptos y rusos puedan hacer los exámenes en sus respectivos países de origen. No será fácil, habrá que trabajar, pero es una iniciativa conmovedora y entusiasmante que debemos apoyar y agradecer».