Las "velas" de Scampia

Las estrellas de Scampia

«Tengo talento, ¿te das cuenta?». En el barrio de Nápoles famoso por Gomorra, el libro de Saviano, las chicas que han dejado la escuela se convierten en costureras. Pero hay mucho más que aprender que un oficio antiguo. De Huellas de Noviembre
Paola Bergamini

El barrio de Scampia se ha convertido en el símbolo de una sociedad, la napolitana, asfixiada por el crimen organizado y el negocio de la droga. En el umbral de la habitación, Anna grita: «¡Irene, despierta!». La chica abre los ojos y parpadea consternada: «¿Pero qué haces aquí?». «He venido a buscarte. Pronto empieza el curso. Vamos, levántate. Te espero en el coche». Ya no queda nadie en casa. Irene, de 16 años, se viste rápido. A los pocos minutos de trayecto, llegan al Centro de formación profesional “Alberto Hurtado”, dirigido por los padres jesuitas, en el corazón de Scampia, un barrio popular al norte de Nápoles, conocido por su alto índice de delincuencia y marginación. Antes de entrar, la niña pregunta: «¿Pero tú vienes?». Anna sonríe: «¡Claro! Soy la tutora. Avanzamos juntas». No confiesa que ella también está nerviosa y llena de preguntas. Es 15 de mayo de 2017, hace unos días comenzó el curso profesional de tres años para operadora de confección. Junto a Irene, diecisiete chicas, de entre 14 y 17 años, que como ella habían dejado la escuela, están allí para aprender un oficio milenario, propio de la tradición napolitana: el de la sastrería. Pero Irene y las otras chicas probablemente no lo sepan. Y hay mucho más en juego que aprender simplemente un oficio. «Queríamos que estas chicas fueran las protagonistas de su vida. Que descubrieran qué es lo que desean hacer en la vida y que crecieran humanamente», dice Roberto Sanseverino, fundador de EITD, entidad dedicada a la formación y consultoría empresarial, de la que depende el proyecto de sastrería. «Soy un hombre afortunado, siempre me han ido bien las cosas. En cierto momento, me di cuenta de que no me bastaba con ganar licitaciones y cuadrar las cuentas a final de mes. La preocupación por los jóvenes y la pasión educativa que surgió en mí hace muchos años al encontrarme con el cristianismo, me empujaba a hacer algo más. Así que me puse manos a la obra. Y en estos tres años, la sorpresa ha sido que ver florecer a estas chavalas ha puesto en movimiento mi humanidad». He aquí las dos palabras que se repiten en esta historia: pasión y humanidad.

En 2017, el proyecto fue aprobado y apoyado por la Región de Campania como un curso profesional. Podían arrancar. Primera pregunta: ¿dónde? La elección recae en Scampia, un vecindario con una elevada tasa de abandono escolar. Pero no es solo eso. En Scampia está el padre Fabrizio Valletti, jesuita y fundador del Centro Hurtado, un polo de agregación y formación cultural. «Llevábamos años vinculados a él y a su comunidad por una relación de estima y amistad», explica Filomena Oricchio, coordinadora del curso. «Nos fascinó su método educativo al que llama “pies, corazón, cabeza, manos”, para decir que toda la persona debe estar involucrada. También habíamos colaborado en algunos proyectos, entre ellos el de una pequeña cooperativa social de sastrería, “La roca”. Nos pareció ideal para el curso: las chicas podrían aplicar de manera concreta lo que estaban estudiando». El padre Valletti puso el local a su disposición y se involucró en el proyecto ayudando en la búsqueda de profesores, que tienen un punto en común: todos son jóvenes graduados nacidos y criados en Scampia. Solo faltaban las alumnas. Mediante los padres jesuitas, las asociaciones de voluntariado y las referencias de los servicios sociales, empezaron a entrar en contacto con las chicas. Anna Florio, licenciada en Pedagogía y tutora del curso, va a visitarlas a casa y, cuando es posible, habla con sus padres. Muchos de ellos tienen detrás situaciones familiares difíciles, a menudo dramáticas. «Nunca hemos seguido una estrategia particular, el único método ha sido salir al encuentro de su humanidad», explica. El enemigo a derrotar es la desconfianza, que a menudo se convierte en agresividad.



Mashia, a los tres días de su primer curso en la escuela secundaria, ya había decidido quedarse en casa. «Porque no fueron, digamos, muy amables conmigo». Y ella había reaccionado duramente. Las trabajadoras sociales la citan para conocer a Anna y el proyecto de sastrería. Acepta «porque no tenía más opciones». En tres años, nunca se ha saltado un día de clase intencionadamente. Les dio batalla a todos. Una simple reprimenda era motivo para una reacción violenta. Pero nadie se rindió. «Aunque no es que me interesase mucho la moda, casi todo me ha gustado en esta escuela. En particular, estudiar inglés. Lo necesitaré mañana para viajar. Ahora puedo decir que valió la pena venir aquí», dice con una media sonrisa. No cuesta mucho darse cuenta de que es el mejor cumplido que podía haber hecho.
Federica Esposito es profesora de Lengua Italiana e Historia. Los primeros días de escuela, las chicas la estudian sometiéndola a un aluvión de preguntas, sobre ella, sobre su vida privada. Se da cuenta de que la única manera de ganarse su confianza es no retirarse. «Sentían que me estaba entregando a ellas y poco a poco se fueron abriendo. Durante los tres años, incluso durante el confinamiento con las clases a distancia, hemos guardado siempre un espacio para comentar un hecho, un sentimiento, un diálogo que les había llamado la atención».
Ganarse su confianza va de la mano del interés por sus asignaturas. La gramática es clave para escribir un currículum, para presentarse a una entrevista de trabajo, para describir el vestido que querrían para sus 18 años. Pero si la clase es aburrida, inmediatamente estallan: «Qué royo, profe». Es algo que Federica ha aprendido de ellas: no ponerse máscaras. El rostro de Naomi cuando levantó por primera vez el patrón, Assunta (a la que todas llaman Susy) Severino, profesora de Moda y Modelado, nunca lo olvidará. «¡Profe, lo conseguí!». Días de trabajo para reproducir la falda con volantes de su diseñador favorito, Yves Saint Laurent. Naomi se había apuntado al curso porque le gustaba la moda. «Pero mi pasión nació aquí. Por mis profesores, primero porque me dieron la oportunidad de creer en mí. Y porque veo pasión en ellos, por cómo enseñan. Tengo talento, ¿te das cuenta?». También lo notaron en la empresa de alta costura masculina donde trabajaba de aprendiz. Junto a los cumplidos, llegó la propuesta de un contrato de trabajo a tiempo parcial para que pudiera seguir con el curso. Le llevó mucho tiempo y empeño llegar a esa falda. Los primeros días de clase Susy había estado retando a sus profesores, gritando, poniendo caras burlonas. «Más que clases de Moda, parecían horas de Educación Física. Ha hecho falta mucha paciencia y trabajo en equipo con los demás profesores para mostrarles lo que podrían haber creado». Los gritos mudaron en exclamaciones de alegría ante el primer proyecto realizado: un bolso de mano de tela. Uno para cada profesora.

Plaza de San Pedro, 27 de febrero de 2019. Al final de la audiencia del miércoles, el Papa Francisco dice en el momento de su saludo: «Saludo a las costureras de Scampia». Mashia mira a sus compañeras, a los profesores, y exclama: «¡El Papa me ha saludado! Soy costurera de Scampia». La mayoría de ellas nunca había salido del barrio antes de comenzar el curso. Su mundo estaba delimitado por los edificios grises de Scampia. Roma, el paseo marítimo de Nápoles, la ciudad grecorromana de Paestum, son algunas de las salidas organizadas como actividades didácticas. «Queríamos mostrarles la belleza que existe fuera del barrio. Una belleza que también es para ellas», explica Roberto. En Scampia las “leyes” que no deben romperse son las del crimen organizado. Para las alumnas del curso, los policías eran los “guardias”, los que se llevan a sus padres, hermanos y amigos. Inicialmente, las clases de Educación cívica son acaloradas discusiones sobre la justicia. Enfrentamientos abiertos con la profesora Eloise D’Avino, criminóloga y voluntaria del Centro Hurtado para menores en riesgo, también profesora de Informática e Inglés. Es una prueba diaria. «Comprendí que tenía que mirar el mundo con sus ojos, encontrar un hueco para entrar y hacerles entender que había otra forma de vivir y de pensar». Entonces comienza a explicar qué es un crimen, por qué un policía realiza una detención, la labor del fiscal. «Llegar a decir lo que está bien y lo que está mal. Sabía que estaba tocando un punto delicado, pero quería que empezaran a pensar con su propia cabeza, no según lo que pensaran sus padres o, peor aún, lo que a veces “enseña” el barrio. Quería acompañarlas a convertirse en protagonistas de su vida también en este aspecto». Hasta que un día, una estudiante le dice: «¿Sabe una cosa, profe? El comandante Spina (subcomisario de policía que, entre 2007 y 2013, llevó a cabo una importante operación contra el narcotráfico y el crimen en Scampia, ndr.) hizo bien, cumplió con su trabajo». #Napolillegal es la marca creada para la línea de ropa deportiva diseñada durante el curso. Esa “i” es el discriminante: depende de a cuál de las dos palabras se vincule. «Las reglas en abstracto no tienen ningún impacto para las chicas. Por eso, partiendo de la marca hemos construido un itinerario formativo para que la gente entienda que en la vida hay que elegir de qué lado estás», explica Roberto. «Que respetar las leyes y los sacrificios vale la pena». En el perfil de Instagram dicen: «#Napolillegal es una marca creada por un grupo de chicas de Scampia. Queremos mostrar que en toda oscuridad puede brillar una gran luz».

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En julio, tras los meses de confinamiento, alumnos y profesores volvieron a reunirse para acudir al examen de calificación al terminar el curso de tres años. En una conexión por vídeo, también la ministra de Trabajo, Nunzia Cataldo, se congratuló con ellas. Mientras les escucha explicar sus proyectos, contestar a las preguntas, confiadas, brillantes, llenas de entusiasmo, Anna recuerda el camino que han hecho: «Ha sido una aventura humana para mí, junto con ellas. Nunca me han dejado tranquila, me han retado todos los días, muchas veces con dureza». A Eloise le han ofrecido una cátedra en Roma: «Estoy haciendo todo lo posible para conseguir un contrato a tiempo parcial para seguir enseñando aquí. Ellas me han formado más que muchos años de voluntariado».
Al final del examen, una chica se acerca a Filomena: «Ahora entiendo lo que nos dijiste, que el Señor nos creó como estrellas, no como bombillas. Ahora puedo brillar con luz propia».