«¿Qué está pasando?»

Jóvenes de veinte años o adultos. Viven situaciones muy diferentes pero con un rasgo en común: se dejan “convertir” por lo que sucede. Un recorrido por ciertos hechos compartidos al final del verano. Frutos de un camino
Davide Perillo

Empezamos con Wafa, palestina en Belén, y con su mirada de antes, de una vida atrapada en la jaula de la historia y la política, como les pasa a los cristianos de esta zona («aquí vivimos segregados, no podemos vivir nuestra libertad como queramos. Y yo le echaba la culpa a Jesús: “¿Por qué me has elegido para ser mujer cristiana en Tierra Santa? ¿Por qué me castigas? Quiero ser libre, quiero emigrar, quiero dejar esta tierra aunque sea la Tuya, porque estoy cansada”»). Luego conoció a un grupo de peregrinos italianos. Una amistad que le fascinó. Fue el principio de un camino: la Escuela de comunidad, las cenas juntos… «Ahora ya no quiero emigrar», cuenta. «He dejado de ver como un castigo el hecho de ser cristiana en Tierra Santa. He empezado a verlo como una oportunidad, la oportunidad de todos los cristianos. Y he decidido quedarme para mantener viva la historia de esta tierra».

Luego está el testimonio de Min-Je, en Taiwán, otro mundo en comparación con el nuestro. «Yo también vivo este tiempo sacudida y asustada por el Covid», le decía a un amigo sacerdote. «Antes de conocernos no sabía qué hacer ni a quién pedir ayuda. Pero en vosotros veo una fe diferente a la mía y a la de mis padres. Nosotros rezamos movidos por el miedo, vosotros parece que no teméis. O que en todo caso hay algo que está antes, que vence ese miedo. Ahora sé que existe un lugar que me puede acompañar para atravesar este momento y quiero comprender su origen. Quiero conocer a ese Dios del que habláis». Aquí también se abre un camino.

Aún podemos desplazarnos unos miles de kilómetros al suroeste para oír la voz de Mireille desde Camerún. Cuenta cómo la lectura de Ezequiel 16, después de escucharla el día anterior, le ayudó a caer en la cuenta de la verdadera naturaleza del cansancio de estos meses. «¿Por qué tener miedo si es justamente en este desierto donde Dios me sale al encuentro? Este es el lugar del encuentro. Por tanto, quisiera decir gracias, por este lugar y por esta familia que me ayuda a recuperarlo todo».

De eso se trata, de «recuperarlo todo». No dejar que se pierda ni un cabello de la cabeza, que ni siquiera un instante de la vida sea inútil para nuestro crecimiento. Lo ves suceder en Wafa, Min-Je, Mireille, y entonces te das cuenta de golpe de lo decisiva que es esa pregunta que ha acompañado últimamente el camino de Comunión y Liberación –y ahora la vida de todos–: ¿qué nos arranca de la nada? Son muchos, muchísimos, los que están aceptando el desafío de estos meses de pandemia. Una propuesta que se puede resumir en esa expresión de don Giussani que Julián Carrón ha hecho suya de tantas maneras, en El despertar de lo humano, en Un brillo en los ojos, en multitud de encuentros, diálogos, conversaciones: «vivir intensamente lo real». Verificar si incluso en esta circunstancia tan excepcional la fe puede hacer que la vida sea más rica y plena. Más humana.

Sobre esto hay un trabajo en marcha. Un trabajo profundo, un movimiento dentro del movimiento, que ha marcado este extraño verano en el que han faltado tantos gestos, al menos en su forma habitual –las vacaciones comunitarias, la peregrinación a Czestochowa–, y otros han cambiado de formato, como el Meeting de Rímini. Pero en el que todo está marcado desde dentro por una lucha intensa y oculta, tan sutil como el instante, pero decisiva: la lucha «entre el ser y la nada», como decía Carrón hace poco en un encuentro con un grupo de amigos. «Durante todo el verano, en los gestos en los que hemos participado, hemos podido ver vencer a uno u otro. El ser o la nada. La diferencia era tan evidente que cada uno de nosotros ha podido verificar lo que generaba en él aquello que veía y escuchaba. Cada uno de nosotros ha podido verificar si el nihilismo ha entrado en escena o no».

Ahí están los hechos. Tan numerosos que la selección resulta forzosamente sumaria. Recogidos en diferentes ámbitos (como las asambleas de responsables celebradas puntualmente al final del verano, aunque online), muestran caminos realizados en circunstancias y lugares totalmente dispares. Pero todos ellos tienen un dato en común: quien acepta el contragolpe y el camino del conocimiento que se abre ante la sorpresa de un acontecimiento –quien se deja desplazar por los hechos– poco a poco se hace más sólido, se llena de certeza, y al mismo tiempo deja de estar a merced del oleaje. Se pone en camino, y eso es otra historia. En este sentido, el Meeting ha sido imponente, dentro y fuera de los muros del Palacio de Congresos de Rímini. Pero las semanas del verano han estado sembradas de acontecimientos de este tipo.

Algunos están a la vista de todos. Como los que ha vivido Ignacio Carbajosa, responsable de CL en España, «herido y desplazado» por las cinco semanas que pasó como capellán en un hospital Covid (tanto que las ha contado en un precioso diario que fue el “libro del mes” de septiembre, Testigo de excepción, Encuentro). En un encuentro, describía así el origen de este privilegio: «Estaba en la barca durante la tempestad, pero estaba con Jesús. En medio de la tempestad tenía la propuesta del carisma –una mirada hacia todo lo que estaba pasando–, que hacía contemporánea la presencia de Cristo en la barca». La hoja de ruta estaba clara: «Vivir intensamente lo real nos hace más religiosos, más conscientes de la relación con el Misterio; esa era la propuesta. Y para mí era la hipótesis de partida para hacer un trabajo. La travesía de esos meses me ha servido para verificar esto, nada se ha perdido». Resuena el «recuperarlo todo» de Mireille. «Es un juicio nuevo», dice Nacho, otro modo de mirar las cosas que «nace de esa convivencia estrecha con Jesús en la barca».

Lo que genera un juicio así lo podemos leer en su libro. Pero hay otros hechos menos evidentes, vinculados a un ámbito más ordinario pero igualmente imponente. Por ejemplo, los que salían a la luz a finales de agosto en el equipe de los universitarios de CL. Como la historia de Giovanni, por ejemplo. Estudiante en Milán, se quedó de piedra al ver lo que sucedía ante sus ojos con una amiga a la que le diagnosticaron una grave enfermedad. «Tenía ante mí a una chica de 23 años completamente abandonada, con una alegría sorprendente». Ni rastro de rabia, miedo, huida. «Una alegría sorprendente». «Pensé en el camino que hemos hecho durante el confinamiento y tuve una intuición: “El Señor me está pidiendo, a mí, a ella, a los que somos sus amigos, que nos convirtamos”».

Maria estudia en Padua y «a menudo me pregunto si ha cambiado algo desde marzo o si, en el fondo, todas las mañanas reinicio de cero». Y la respuesta es que no es igual a cero. «Ahora cuando me atasco –todavía me pasa mucho– sé dónde volver para mendigar una mirada más verdadera sobre mí misma. Salgo en busca de esos rostros donde, como dice Un brillo en los ojos, se hace evidente que Cristo vence». La fragilidad, en vez de frenar, se convierte en ocasión para profundizar en la fe.

Como le pasa a Mateo, estudiante de Física. «Repasando el camino de estos meses –llega a decir– es una alegría darme cuenta de que todo lo que considero basura en mí mismo se ha convertido en criterio para interceptar qué es lo que me puede responder, ahí está el inicio de mi relación con Cristo. Por eso puedo decir que he vuelto a tener la experiencia del encuentro. No por hechos clamorosos de los que haya sido testigo sino por un cambio de mentalidad. Creo haber ganado un uso nuevo de la razón».

Ante relatos como estos, ante el espectáculo de chavales de veinte años que, en medio de la radical confusión actual, «ganan un uso nuevo de la razón», Carrón señalaba conmovido: «Lo sorprendente es cómo cada vez se hace más vuestra esta capacidad de abrazar toda vuestra humanidad, vuestro mal, vuestra debilidad, vuestra tristeza… Este hecho despierta la pregunta: ¿pero qué está pasando para que yo empiece a mirarme así?».

Tal vez esta sea la pregunta decisiva ante este tipo de hechos, la más sencilla: «¿Qué está pasando?». ¿Cuál es el origen de este cambio, de esta posición? También se lo preguntaba Germán, universitario de Barcelona, ante la muerte de su abuelo, «y después, viendo a mi madre ante la enfermedad de mi padre. La miré durante las tres semanas que estuvo en el hospital y no tenía miedo, parecía que ya lo tuviera todo, que no le faltaba nada. ¿Por qué le pasaba esto?». Se daba cuenta perfectamente de cómo la fe se convertía en ella en una experiencia posible también para él. «Me dijo: “Germán, solo puedo estar agradecida por todo lo que el Señor me da”. Y añadió una cascada de cosas que ella veía y que estaban pasando». Hechos. «Así uno sí puede fiarse de la realidad. No hace falta más que atención».

Es el mismo descubrimiento que hizo Fiorenza, que se quedó bloqueada en Omán por una sucesión de circunstancias que le ofrecían muchos motivos para agobiarse («primero el confinamiento, luego el toque de queda, después un recorte en el sueldo, todos mis amigos que se marchan, el cierre de vuelos en pleno verano…»), pero se sentía liberada gracias a una certeza: «Qué bonito ver que hay un camino por recorrer, ¡un camino humano!». Lo contó en la asamblea de Oriente Medio (también online, naturalmente), añadiendo hechos y episodios que la han abierto de par en par al «mayor descubrimiento del coronavirus: hay Alguien que no me abandona y no deja de llamarme», haciéndole sentir como en casa incluso con una familia desconocida a la que conoció en una excursión, tomando un té de azafrán, porque «Él habita ahí. La realidad está habitada por el Misterio, siempre».

Entonces, «vivir intensamente lo real» coincide con «obedecer a lo que Dios me da para vivir cada día», como cuenta Silvia desde los Emiratos Árabes. En su caso, cuatro hijas pequeñas y el descubrimiento de otra en camino, cambiando todos los planes y planteando la posibilidad de mudarse a Nueva York, donde ofrecieron trabajo a su marido. «He vuelto a obedecer, no sin fatiga, pero con la certeza de experimentar el ciento por uno». Y cuando «el ciento por uno apareció con el rostro inesperado del Covid –es decir, confinamiento, clases online, problemas– fue una ocasión para preguntarme si de verdad mi fe y mi pertenencia al movimiento me podían ayudar a estar delante de todo eso. La Escuela de comunidad nunca me había ayudado tanto».

La verdadera ayuda es darse cuenta de que esa pertenencia es radical, que incide en la conciencia de uno mismo. En otro momento del final del verano (un encuentro con profesores), Cinetta, que da clase en un liceo de Roma, contaba el impacto que le había causado una asamblea con “sus” bachilleres y un grupo de universitarios, que surgió de tomar en serio la necesidad que le expresó una alumna. «Durante todo el verano he pensado: ¿por qué me ha impactado tanto? Creo que la pandemia ha puesto en evidencia que el movimiento soy yo cuando me dejo provocar por lo que sucede y vivo de esta compañía».

Volvemos a los hechos: un camino que ayuda a vivir y que, si uno está dispuesto a dejarse desplazar, cambiar –en una palabra, «convertirse»–, genera sujetos así. Hombres y mujeres donde «se vence la sospecha», como decía Carrón en uno de sus encuentros al final del verano. «Esto no puede suceder en un discurso. Solo sucede en un “yo” que tengo delante. Ahí es donde Cristo demuestra Su victoria sobre la nada», ganándose nuestra confianza «instante tras instante, un hecho tras otro, tras otro, tras otro. Esta es la diferencia».

Uno de los hechos más conmovedores de estas semanas tan plenas lo contaba Donato Contuzzi, misionero en Taipéi. Es la historia de Xiao Ping. Bautizada hace cinco años, cayó gravemente enferma. «Últimamente se ha convertido en el corazón de la comunidad por la manera en que está afrontando su enfermedad», cuenta él. El motivo lo explica en las últimas líneas de su carta: «me he dado cuenta de que mi trabajo ahora no consiste tanto en aprender a afrontar el dolor o la muerte que viene, sino en utilizar el tiempo que me queda para contar a todos lo que he encontrado». Para decir «sí». Y dejarse arrancar de la nada.