La skyline de Nueva York

Anne Snyder: «Estamos en una gran sala de partos»

Dirige el magazine cultura "Comment" y es una observadora atenta de la sociedad americana. Desde su “refugio” de Maryland dice: «Nada nos había preparado para este terremoto de incertidumbre, ahora nos toca aceptar la llamada del cambio»
Luca Fiore

«Estos días no estamos en nuestra casa de Washington, sino en el campo, en Maryland, donde hay más espacio. Han venido para estar con nosotros algunos familiares de mi marido (David Brooks, columnista del New York Times) y otras personas que no tenían dónde pasar la cuarentena. Yo me dedico al trabajo de la casa y a sacar adelante el próximo número de Commment». Se llama Anne Snyder y desde hace unos meses dirige una importante revista cultural vinculada a Cardo, un think tank de inspiración cristiana con sede en Canadá. A lo largo de su carrera ha colaborado con The Atlantic Monthly, The Washington Post, National Journal, City Journal y otras cabeceras norteamericanas. Recientemente publicó The Fabric of Character: A Wise Giver's Guide to Supporting Social and Moral Renewal (“La fábrica del carácter: una guía de donación prudente para apoyar la renovación social y moral”). Participó como ponente en el New York Encounter de 2019 y este año volvió, ya como amiga. Hablamos con ella en su “refugio” de Maryland para saber qué está aprendiendo de sí misma y de América estos días de pandemia.

¿Cómo está viviendo estos días tan extraños?
Los que me conocen dicen que soy una persona a la que no le gustan mucho los cambios. En cierto modo, tal vez sea cierto. Pero una parte de mí siempre busca la aventura. Y veo que estos dos aspectos de mi personalidad entran en juego tanto en mi nuevo papel de “Maria von Trapp” como en el de directora de una revista cultural. La cuestión es que todos nosotros, según la historia personal de cada uno, hemos experimentado el miedo, el cansancio, el sufrimiento, pero es como si nada nos hubiera preparado para vivir este terremoto de incertidumbre que ha sacudido al mundo entero.

¿Qué es lo que más le cansa?
Una cosa es guiar un barco cuando sabes la dirección hacia la que te diriges. Es relativamente sencillo. Otra cosa es hacerlo cuando no sabes dónde te están llevando las aguas agitadas. Sobre todo pienso en el trabajo de la revista, que es un trabajo intelectual donde tratas de indicar una dirección a tus colaboradores.

Anne Snyder, directora de ''Comment''

¿Qué ha sacado a la luz esta crisis en las personas que la rodean?
Veo que los más valientes, o los que tienen una libertad espiritual más acentuada, tienden a ser más honestos sobre sus propias fragilidades interiores. Independientemente del hecho de que sean creyentes o no. En un momento como este, todas las respuestas de conveniencia sobre Dios y sobre cómo debería ser el mundo se ponen a prueba. ¿Creemos de verdad en la providencia? Sabemos que existe, pero la forma en que decide actuar sigue siendo un misterio. Me parece que toda esta incertidumbre nos está haciendo más humildes.

¿Cómo valora la situación que estamos viviendo, desde el punto de vista social?
Hasta ahora, como muchos, tengo la impresión de que estamos atravesando un momento histórico comparable al de la Gran Depresión, después de 1929, o la Segunda Guerra Mundial. Estamos en un punto de inflexión. No tengo el don de la profecía y podría equivocarme. Tal vez consigamos volver a la normalidad, tal como vivíamos antes de la pandemia. Pero no lo creo. Ahora no sabría decir la naturaleza de este cambio, pero será algo radical. Veremos morir ciertos aspectos de nuestro estilo de vida en común. Pero la metáfora que yo usaría para describir lo que estamos viviendo es positiva, sería la del parto.

¿En qué sentido?
No lo digo a la ligera, sin sentir un profundo dolor por toda la gente que está muriendo. Pero creo que se nos están abriendo oportunidades. Todavía estamos al principio del proceso, pero ya se ven signos positivos.

¿Como cuáles?
Me encuentro con personas que hacen algo que nunca antes habían hecho, interrogarse sobre el sentido de la vida, sobre la manera en que deberíamos tratarnos, sobre cuál es la naturaleza del bien común, qué es la justicia… También para nosotros se abren preguntas nuevas: ¿qué es una comunidad, ahora que no podemos juntarnos físicamente? ¿Y qué era cuando podíamos reunirnos? ¿Qué es esa ansiedad que era tan característica de la vida en nuestras ciudades? En cierto sentido, la pandemia ha acelerado reflexiones que ya estaban en el aire en cierto modo en todo el mundo. Y esta dinámica creo que es buena.

¿Qué valor tiene hacerse estas nuevas preguntas?
Si entendemos que el mundo va a cambiar, debemos reconocer la responsabilidad de cada uno en este proceso. Si el mundo se va a reconfigurar, ¿cómo lo hará? Es una invitación, para mí y para cualquiera que desee tener un papel dentro de este cambio. Cada uno participará en este proceso contribuyendo con sus propios talentos, pero también con sus debilidades y heridas. Con sus dones. La pregunta es cómo poder devolver todo esto, humildemente, de manera que sea útil para realizar una sociedad más justa. Percibo esta circunstancia como un llamamiento, una llamada para formar parte del equipo de esta gran sala de partos.

En este sentido, ¿sobre qué puntos hay que trabajar?
En Estados Unidos vemos que la gente sufre de manera distinta todo lo que está pasando, vemos a los que mueren y a los que no, a los que son más vulnerables y los que tienen un plan.

¿Qué cambios ha visto ya a su alrededor?
No lo sé. Quizás todavía sea pronto para saberlo de verdad. Pero me doy cuenta de que estoy aprendiendo qué significa vivir en serio, dentro de una comunidad durante un tiempo prolongado e indefinido. Con personas que no son parientes pero que, por las circunstancias, durante un tiempo, se convierten en tu familia. ¿Cómo vivir juntos? Al principio me sentí un poco abrumada por la gran “amplitud de banda emotiva”, pero ahora veo que ha sido precioso encontrarnos mutuamente, aun dentro de las vulnerabilidades de cada uno. El don del encuentro entre debilidades. En Norteamérica no estamos acostumbrados a seguir un cierto ritual a lo largo de la jornada, como sucede por ejemplo en vuestro país, que coméis juntos todos los días y dedicáis una parte de la jornada a charlar. Y está siendo todo un descubrimiento. Como el Zoom. Yo, que tiendo a desconfiar de las tecnologías, debo admitir que está siendo realmente útil. Técnicamente sabemos que un encuentro a distancia no tiene la misma dinámica ni intensidad que un diálogo presencial, pero nos estamos dando cuenta de que, a pesar de todo, algo sucede. Y es útil. Tengo mucha curiosidad por ver cómo acabará. Tal vez hasta nos convirtamos en una sociedad más disciplinada y sabia, donde la tecnología puede ayudar a crear y promover relaciones sanas, al contrario de lo que marcaba la tendencia hasta ahora. Luego hay un eslogan que siempre me ha parecido un cliché y que ahora podría asumir un significado muy real, por el riesgo de colapso de la economía mundial: Think global, act local (piensa en global, actúa en local, ndt).

¿Por qué?
Creo que hoy tenemos la oportunidad de echar raíces realmente en un lugar, algo que en América sucede muy raramente. Tener conexiones con el mundo pero volver a vivir la dimensión de pueblo. Pienso en el caso de las madres profesionales que, sobre todo cuando tienen niños pequeños, luchan mucho más que sus maridos. El valor del barrio podría ayudar en este sentido, convirtiéndolo en una especie de familia ampliada.

¿Hay alguna “pequeña ideología” de la que se haya liberados estos días?
Tal vez aún sea pronto para decirlo, es como si todavía estuviera en “modo crisis” y no lograra mirar con distancia lo que me está pasando. Pero hace seis o siete años viví un momento en que cambiaron muchas cosas de repente: familia, certeza vocacional, situación geográfica… Todo patas arriba en poco tiempo. Esto, de por sí, no me preparó para lo que estamos viviendo ahora, pero entonces yo llegué a un punto de ruptura que me permitió adquirir un mayor nivel de conciencia. Esta situación es muy distinta de la de entonces, pero ahora sé que se trata de una dinámica que se puede repetir en un plano distinto. Puedes tocar fondo y luego salir, no con una respuesta pero sí con una luz, teniendo en cuenta que hay un contexto distinto en el que ver las cosas que suceden y tu vida.

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Dice Julián Carrón que lo único que puede vencer el miedo es una presencia, como la madre para un niño.
Si no tuviera que ver con una presencia humana, el miedo, el abismo que se abre en mi mente y en mi corazón, sería aún más palpable. Es una especie de miedo a lo desconocido. Recuerdo que hace unas semanas, nada más empezar el confinamiento, cuando ya era evidente la gravedad de la pandemia y entendí que no estábamos preparados, sentí un gran peso. Mi revista se llama Comment, y lleva como subtítulo Public theology for the Common Good, “teología pública para el bien común”. En ese momento me pregunté: si esta crisis cambia por completo el funcionamiento de nuestra sociedad, ¿qué será del bien común? ¿Qué será delante de todos estos muertos? Sentí una rebelión dentro de mí. Era como si, en el fondo, dentro de mí quisiera seguir adelante como si nada estuviera pasando. Unos días después, iba sola en el coche y sentí la necesidad de pedir la fuerza necesaria para afrontar esta situación, que alguien me guiara para reorientar mi mirada y ser dócil al dolor que esta situación estaba suscitándome. No sabía si estaba preparada para ello, pero ahí seguía mi pregunta: si no eres un médico en primera línea salvando vidas sino que tu trabajo es hacer un periódico, ¿qué hay pueden decir, en un momento como esto, las ideas arraigadas en el Dios del amor y la esperanza? Siento ser tan imprecisa, quizás se deba al momento de gran incertidumbre que estamos viviendo.

Pero antes decía que miraba al futuro de manera positiva…
Para describir este momento me viene a la mente la imagen de una serie de obras del artista contemporáneo japonés Makoto Fujimura, realizadas recomponiendo con juntas de oro cocido vasijas pertenecientes a sus antepasados. Así vemos que la vasija antigua está llena de “cicatrices”, pero esas heridas son lo que la hacen más valiosa y hermosa. Tal vez en el futuro nos veremos a nosotros mismos como una de esas vasijas.