David Horowitz al piano

Horowitz. El calor de un jingle

En su estudio, entre una nube de músicos, «creando la banda sonora de Nueva York». Su historia, sus encuentros, sus palabras. Así lo contaba un amigo en un libro hace unos años
Marco Bardazzi*

Hace años, cuando vivía y trabajaba en Nueva York, iba mucho a las oficinas de la DHMA (David Horowitz Music Associated), al número 373 de Park Avenue. La empresa ocupaba toda la segunda planta de un hermoso palacio de oficinas en una de las zonas más emblemáticas de la ciudad. La puerta de entrada estaba rodeada de la habitual y variopinta oferta de alimentos y servicios neoyorquinos: pizza al corte, un delicatesen coreano, el restaurante Dos Caninos, el hotel Giraffe, un negocio de esmalte de uñas. Arriba, en la segunda planta, en los estudios de grabación de DHMA, te recibía un equipo de músicos y creativos que contribuía a crear, día tras día, la banda sonora de Nueva York. Él era el alma de todo, un hombre amable llamado David Horowitz. Le dediqué algunas páginas de un libro que escribí en 2004, titulado ‘Bajo el cielo de América’, en el capítulo que narraba la historia de su colega y amigo Jonathan Fields.
Ahora que David nos ha dejado, arrancado de sus seres queridos por el maldito coronavirus, creo que puede ser hermoso recordarlo con las palabras que me confió entonces y que cito en este fragmento del libro.


Park Avenue, el calor de un jingle
(…) El despacho de David Horowitz en la DHMA tiene la atmósfera cálida y envolvente de su música. Las paredes están cubiertas de placas que describen una carrera en la cima. Hay incontables Clio Awards, los Oscar de la publicidad, junto a un disco de oro por las 150.000 copias de Sesame Street Fever y otros reconocimientos de clientes famosos. También había un cuadro de William Congdon, artista americano vivió varios años a dos pasos de don Giussani, y bien a la vista, enmarcada, la portada que Huellas, la revista de CL, dedicó a Horowitz y a su banda después del concierto inaugural del Meeting de Rímini en 1998.

David es uno de esos músicos que en treinta segundos o un minuto saben trasmitir con notas toda una gama de emociones. «Para mí, la música –explica– es la manera más directa con que un corazón puede hablar a otro». Lo demuestran los anuncios a los que dio banda sonora. En 2003 las televisiones americanas estaban bombardeadas por publicidad del New York Stock Exchange, acompañada por palabras del ex alcalde Rudolph Giuliani con notas majestuosas que parecían transmitir los mensajes clave del american way of life: libertad, coraje, ganas de soñar, tenacidad. Es inútil decir que iban firmadas por Horowitz. En 2003, Campbell, la empresa de las sopas en lata convertidas en obras de arte por Andy Warhol, pidió a David una música para un zumo de tomate dirigida a un público muy familiar, y le pidió que compusiera algo antes incluso de rodar una sola escena del anuncio. La indicación dada a DHMA por Young&Rubicam, un coloso de la publicidad, era la de recoger en treinta segundos de música un mensaje que hablara de los valores tradicionales de la familia. Cuando el anuncio con música de David empezó a salir en televisión, Campbell recibió una oleada de llamadas desde toda América, gente que quería saber «dónde encontrar el CD» con aquella música porque querían utilizarla en bodas y fiestas especiales…

«Recuerdo perfectamente la crisis de Jonathan y su conversión –cuenta David sentado en su rincón creativo, entre teclados electrónicos, un ordenador con pantalla de plasma y algunas plantas– y recuerdo el momento en que conoció CL. Por aquel entonces, solo sabía que había encontrado algo, no sabía nada más, pero se me hizo evidente enseguida que “aquello” le estaba ayudando a concentrarse, a volver a empezar. Luego, cuando conocí a la gente que estaba a su lado, comprendí. Por primera vez, estaba con gente que le miraba de una forma distinta a como le habían mirado hasta entonces».

A través de Jonathan, David también se encontró cara a cara con la experiencia del grupo nacido del carisma de don Giussani. Sin duda se trataba de una realidad bastante alejada de la que había acompañado la vida y la carrera de Horowitz.

Igual que Jonathan, David también procedía de un ámbito judío neoyorquino. Desde que tenía tres años, la música había entrado en su vida para no salir jamás, aunque la enseñanza de música tradicional, todo paciencia y solfeo, no le iba mucho al pequeño Horowitz, a quien le encantaba seguir las notas de oído. Obviamente, se enamoró del jazz. «Es una música que es estética, es libertad, es improvisación, y yo soy un improvisador. Siempre he sido un pésimo estudiante de piano porque me gustaba “adornar” las cosas que el maestro me mandaba tocar. Después de varios profesores, renuncié, aprendí solo y luego, en el college, formé mi grupo de jazz. Se llamaba “David Horowitz Quintet”, o sexteto o cuarteto, según la gente que hubiera en ese momento para tocar...». Eran los años sesenta y David vivía en uno de los lugares más creativos y concurridos del planeta Tierra, el Lower East Side de Manhattan.

«Aquel ambiente me cambió, pasé de la protectora realidad judía de Brooklyn a un mundo donde podía pasar de todo, y no solo a nivel musical. Era extremadamente excitante, había millones de cosas en cada momento: música, pintura, cultura, espectáculos “off-off-off-Broadway”. No podías dar ni un paso sin cruzarte con un músico o un artista famoso. Todos tenían su cosa, cada uno seguía lo suyo, convencido de tener la clave para cambiar el mundo del arte. De un modo un poco caótico, era una comunidad donde el sueño común era “ir Uptown”, es decir, profundizar». David se sumergió también en la literatura y poco a poco empezó a restringir el ámbito de sus preferencias musicales: Miles Davis, John Coltrane, Charlie Parker y Thelonius Monk sobre todos los demás. Llegaron las actuaciones con Gil Evans y Tony Williams, el cargo de compositor en el Arena Stage de Washington, los arreglos para el álbum de Peter Allen, Carol Hall y otros.

Más tarde, el éxito en el mundo de la publicidad junto a su mujer, Jan, cuyo despacho en DHMA, el epicentro organizativo de la empresa en Park Avenue, estaba decorado con recuerdos indios en honor a sus orígenes western (Jan es de Colorado). Poco a poco, se acercaron a David, aparte de Jonathan, artistas como Ed Walsh, uno en cuyo currículum se lee que ha estado de gira con John Lennon, Madonna, Diana Ross y Simon&Garfunkel. Además de Ben, Joe, Ted, Bruce y Jack Cavari, que compartió escenario con Frank Sinatra y Aretha Franklin.

Sin duda, un ambiente competitivo. «El movimiento –cuenta Jonathan– también me ayudó a afrontar las dificultades de esta competición. Al final, reconociendo mis debilidades, mi pobreza, fui capaz de pedir. Fue el inicio de la gran educación del movimiento en mi vida: reconocer que dependía y tenía necesidad. Pedía ayuda, sin problemas: para instalar un nuevo teclado o para estar al día de las nuevas tecnologías. Poco a poco, milagrosamente, las cosas empezaron a cambiar. Nos hicimos amigos, en un mundo donde es muy difícil serlo».

Un camino que Jonathan realizó al lado de Maurizio «Riro» Maniscalco, que se convirtió en una presencia insustituible en su vida después de la simpatía inicial que surgió tocando juntos, casi por casualidad, canciones de Simon&Garfunkel.

El encuentro de Jonathan con CL dejó huella en el microcosmos de DHMA, en una realidad de fuertes individualidades artísticas. Pero sobre todo, dejó huella en Horowitz.

«Cuando Jonathan llevaba algún tiempo con estos nuevos amigos –cuenta David– me dio un ejemplar de El sentido religioso de don Giussani. Era la primera versión en inglés, me atrapó totalmente, me fascinó. Luego Jonathan me presentó a Riro, que me invitó a hablar de mí y de mi trabajo en el Meeting de Rímini en 1997. Inmediatamente dije que sí, por el libro y por lo que estaba pasando en la vida de Jonathan. La preparación de aquel testimonio me obligó a hacer cuentas con mi vida. Me preguntaba qué podía pensar la gente de alguien que compone música comercial. Pero luego empecé a darme cuenta de que buena parte de la música que componía tenía vida propia, un valor autónomo. Creo que fue el efecto del modo en que Giussani me introdujo para juzgar la manera de estar delante del propio trabajo. Siempre me ha impactado cómo considera el trabajo como parte decisiva de la experiencia humana y de la definición de la persona. Antes y después de aquel testimonio, empecé a pensar en mi trabajo de manera distinta, a reconocer que creaba algo que antes no existía, y que podía tener un significado que iba más allá del objetivo comercial de aquella música. Ahora comprendo mejor que tiene un significado porque nace de mí, porque expresa lo que soy».

La primera experiencia con el Meeting y la insistencia amistosa de Riso animaron a David a volver a decir sí enseguida cuando, el año siguiente, llegó la invitación a tomar en el concierto inaugural de Rímini con la banda de DHMA. «¡No sabía qué me estaba pasando! Durante meses, y hasta el momento de subir al avión para ir a Italia, trabajé como un loco porque no tenía ningún material preparado para un concierto de dos horas». El redescubrimiento del valor estético de su propia música volvió temerario a David hasta el punto de volver a sus orígenes, a la época en que estaba al frente de una banda y no una empresa de jingle para multinacionales.

«Había miles de personas escuchándonos. Nos lanzamos. Creo que hablé más de lo que toqué. Fue una gran experiencia».

En el Meeting, David se convirtió, con el paso de los años, en una presencia habitual. Su relación con los amigos italianos y con el movimiento desembocó en un encuentro con don Giussani. «Nos miramos un instante, nos saludamos e inmediatamente sentí que lo conocía de toda la vida. Sorprendente. Estuve muy a gusto, hablamos durante una hora de un montón de cosas, sobre todo de la relación entre el judaísmo y el cristianismo».

De don Giussani, Horowitz admira, entre otras cosas, el papel histórico que asigna a los judíos. «Por otro lado, en el movimiento nunca me he sentido como si fuera un outsider o como algo que mostrar en una exposición, el judío que mostrar al público. Algunos amigos judíos intentaron ponerme en guardia: “¿Cómo puedes estar con esta gente, con católicos? ¿No entiendes que te quieren utilizar?”. Siempre les respondí que el interés, la comprensión y la compasión que había encontrado eran totalmente genuinos. Y me considero muy sensible con estas cosas».

David se arrepiente de haberse alejado en su juventud de la experiencia religiosa, después de su bar mitzvah. No es practicante, va a la sinagoga –como él dice– solo para bodas y funerales. «Pero cada vez que entro, me impresiona mucho y no sé por qué. Mi relación con el movimiento, la lectura de los libros de Giussani, me han ayudado a mirar a lo alto, me suscita deseos que hace tiempo no tenía. Un día saqué un libro de mi librería y empecé a leer: “En el principio existía el Verbo…”. Me sumergí, lo leí todo en tres traducciones distintas para asegurarme de que era correcto. Era un deseo de esos que te vienen cuando ves a alguien más grande que tú, más vivo que tú».

Estando en el estudio de Horowitz, se oyen por los pasillos las notas de otros creativos que trabajan en DHMA. Podrían tener las puertas cerradas y aislarse, esperar a juntarse en la sala de grabación. Pero es como si lo que le ha sucedido estos años al grupo de artistas que trabaja aquí, en Park Avenue, hubiera hecho ineludible su necesidad de comunicar. Las piezas musicales que flotan en el ambiente son una forma de diálogo entre amigos.

(…) En DHMA, ni siquiera David, el antiguo chaval del Lower East Side, criado con pan y jazz, y con su sueño de “ir Uptown”, parece tener la intención de dejar que, después de la experiencia de estos años, una capa de cinismo lo acabe sepultando todo. «Hay veces que compones música pensando solo en la fecha que te han dado los clientes. Pero si me siento a reflexionar, no puedo evitar reconocer que dentro de mi música hay un mecanismo misterioso que me hace captar algo en el aire y hacer que suceda. Es la belleza del acto creativo de algo que antes no existía. Pero cada vez veo más claro que en realidad ya existía. El arte nos sitúa momentáneamente más cerca del Acto inicial, con mayúsculas, la creación. Debes alcanzarlo, abrirte a él, de otro modo el trabajo es solo un empleo, cuando en cambio es aquello de lo que estoy hecho, lo entendí mejor gracias a Giussani. Alguien preguntó a Beethoven de dónde venían sus notas y él respondió: “No tengo ni idea, me limito a fiarme de la Providencia”. Me he pasado muchos años dejando la realidad fuera de mi puerta. Pero desde que conocí a toda esta gente loca de CL… bueno, al principio, a decir verdad, estaba un poco perdido. Pero luego comprendí que hay mucha grandeza fuera de mi puerta, mucha vida, entusiasmo, deseo de emprender. Me sirvió para tener una mayor perspectiva, para sentirme más en relación con todo».

Y para hacer frente al ímpetu creativo, no siempre fácil, de sostener la música de un anuncio destinado al intervalo entre dos tiempos de fútbol por televisión, David Horowitz empezó a escribir poesía.
*periodista y director de comunicación externa de Eni