Luca Salvi, cirujano ortopédico en el hospital de Alzano Lombardo

«Una última mirada de ternura con los que mueren solos»

Luca Salvi trabaja en el hospital de Alzano Lombardo (Bergamo), uno de los focos de la epidemia. Allí todo ha cambiado por completo, desde la concepción del trabajo hasta la relación con los compañeros
Paola Bergamini

Durante más de treinta años, Luca Salvi solo se ha dedicado a huesos. El 22 de febrero, mientras estaba de vacaciones en la Toscana, la llamada de uno de sus colaboradores le cambió la vida. En el hospital de Alzano Lombardo, donde trabaja Luca, estaban llegando los primeros casos de coronavirus y la situación empeoraba de manera exponencial cada hora. En cuestión de días, la región se convertía en uno de los focos de la epidemia. Reestructuraron el hospital. Todas las plantas se adaptaron a los enfermos de Covid19. Luca y los demás especialistas tuvieron que aprender de sus compañeros los protocolos estándar sobre cómo tratar el virus. Turnos de seis horas que a menudo eran ocho o doce, según las necesidades. «Para entendernos, diez horas en quirófano equivalen a una hora con estos enfermos. Pero quiero subrayar una cosa: no somos héroes», cuenta por teléfono. «Ninguno de nosotros se siente como tal. Solo estamos haciendo aquello para lo que hemos sido educados: atender a los enfermos. Nuestra tarea consiste en hacerlo bien. Amamos la atención al paciente. La realidad nos ha obligado a ponernos en juego dándolo todo y nadie se ha echado atrás. Esta historia tan dolorosa ha creado una simpatía nueva, una amistad, un nuevo sentido de la responsabilidad entre nosotros. Estar dentro de esta experiencia extrema nos ha llevado a todos a reafirmar que la vida es un don que hay que respetar hasta el fondo, superando los propios límites».


Cuando empezó la emergencia, un colaborador paró un momento a Luca para decirle: «Yo no estoy preparado para hacer de internista, así que necesito que alguien me ponga por escrito que puedo atender a estos enfermos sin incurrir en posibles sanciones en el futuro». Luca intentó explicarle que eso no era posible, los enfermos no dejaban de llegar. «La realidad impone una nueva percepción de nuestro trabajo». El médico no aceptó aquello: «Entonces me marcho». Al día siguiente, Luca se lo encontró en la planta. Después de doce horas extenuantes, se acercó a su compañero, que le dijo: «He reflexionado. Mi tarea ahora es esta, atender a estos enfermos y estar con vosotros».



Todos los días tienen que enfrentarse al miedo: a enfermar y sobre todo a contagiar a otros. Aparte del miedo que ven en los ojos de los enfermos, que mueren solos porque sus familiares no pueden acompañarles, ni siquiera pueden despedirse de ellos. «Eso es lo más triste y angustioso. Les acompañamos nosotros, sustituyendo a sus hijos, a sus padres, ofreciéndoles una mirada de coraje cuando podemos y siempre de ternura. Es difícil explicar lo que sentimos en esos momentos». El obispo de Bergamo, monseñor Francesco Beschi, invitó a los trabajadores sanitarios a bendecir a los que sufren y están a punto de morir. «Yo he empezado a hacerlo», continúa Luca. «Creo que para esa persona puede ser importante».

Las relaciones dentro del hospital ahora van a la raíz. «Después de esta experiencia, estoy seguro de que nuestro trabajo cambiará. Algo está pasando entre nosotros. Una manera nueva de tratarse, diría una nueva amistad que brota en los detalles concretos de la jornada». Como con los enfermeros que hasta el 22 de febrero le trataban de usted rigurosamente y que ahora, cuando le ven, le dicen con total naturalidad: «¿quieres un café?».

Hace unas semanas, la anestesista que trabaja con Luca en quirófano, cayó enferma. Decidió quedarse en casa, pero la situación empeoró y tuvo que ingresar. Luca le enviaba todos los días mensajes de ánimo, hasta que la intubaron. Logró salir y cuando le dieron el alta le escribió: «Esta experiencia me ha marcado mucho». Luca le envió entonces el artículo de Carrón y algún que otro texto. «Ella siempre ha sabido de mi experiencia religiosa, frente a la que era bastante escéptica, pero ahora la relación es más directa, ha surgido una sintonía nueva. Me he dado cuenta de que es verdad que esta ocasión es favorable para ir al fondo de la verdad de mí mismo, está siendo la sorpresa de este tiempo. Ha sucedido con ella, pero también con otros». ¿En qué sentido? «Resulta paradójico, pero la realidad a la que nos enfrentamos, con toda su dureza, induce a reflexionar sobre la consistencia de uno mismo, como forma y como pensamiento. Los rostros de mis compañeros son la ternura de Dios hacia mí. Veo en ellos la victoria de Cristo. Por eso digo que nada podrá volver a ser como antes, por la profundidad que está adquiriendo nuestra amistad».

Para la reestructuración del hospital, en cierto momento era necesario revisar los procesos de limpieza que los sanitarios tenían que realizar al entrar y al salir. Para ayudar, llegaron unos militares que conocían bien los protocolos de actuación necesarios. Luca estuvo unas horas con ellos y al final acabó con la moral por los suelos: quedaba muchísimo por hacer. En la entrada se encontró con don Daniel, el capellán del hospital. Le propuso ir a la capilla y delante del crucifijo, el sacerdote le dijo: «Pidamos al Señor, es el único que puede sostener nuestra fatiga». «Fue liberador y al mismo tiempo me dio fuerza porque mi necesidad es la misma que la de mis pacientes, y todo está en sus manos. Él nos sostiene».