Cometa. «Ven conmigo»

La desgana de David, el aburrimiento de Alessandro, el odio de Antonio… Erasmo Figini, fundador de la Cometa de Como, ha conocido a un montón de chavales así. Nos cuenta su experiencia de paternidad con ellos, «porque las palabras ya no sirven»
Paola Bergamini

«¡Pero mira a tus hermanos! Van al colegio, a la universidad, estudian, hacen deporte, ¿y tú? ¿Dónde nos hemos equivocado contigo?». Él, llamémosle David (nombre ficticio), no hace nada. Y mucho menos responder a la enésima bronca de su madre. A los 19 años, ha dejado de estudiar y vive encerrado en su habitación. Su padre, exasperado, llama a Erasmo Figini, uno de los fundadores de Cometa (una realidad dedicada a la acogida de menores en Como). «No sé qué más hacer. ¿Puedes hablar con él?». «Solo lo he visto un par de veces. ¿Con qué excusa le llamo?». «Tengo unas sillas viejas que podríais restaurar. Convenzo a David para que haga de recadero y os lleve una a Contrada», donde maestros artesanos enseñan el oficio a jóvenes que en la mayoría de los casos han abandonado los estudios. «Vale». El chaval llega allí una mañana y Erasmo le pregunta: «¿Qué tienes que hacer hoy?». «Nada». «Ven conmigo». Dan una vuelta por los laboratorios, David se para varias veces a mirar. Está a punto de irse cuando Erasmo le dice: «Parece que te gusta este sitio, ¿por qué no restauras tú la silla?». Dicho y hecho. No solo la de su padre sino también otras sillas, con la ayuda de Pilar, su maestra, pasan por sus manos, transformándose. Solo entra en su habitación para ir a dormir, ya de noche. Esos meses en Contrada generan en él las ganas de hacer, de proyectar el futuro, de ser. «Ha empezado a conocerse y ha descubierto su carácter único, su talento. Y eso no ha pasado dando “lecciones abstractas” sino en su experiencia», explica Erasmo.

Alessandro, en cambio, sí iba a clase, al liceo clásico, pues sus padres pensaban que era la mejor opción: «abre todas las puertas», le decían. Pero las notas del primer cuatrimestre decían justo lo contario. Un desastre. Se pasó al liceo científico y las cosas mejoraron, desde el punto de vista académico: solo le quedó una en junio. Pero Alessandro no tenía ninguna intención de estudiar, no entraba en sus intereses. Ese era el problema: interés cero. El verano fue pasando marcado por el aburrimiento y decisiones equivocadas. En septiembre le dice a sus padres que no va a volver al instituto. A ningún instituto. «Ya no tenéis que decirme lo que debo hacer, lo que es mejor para mí», añade. Se pasa unos meses sin hacer nada, deambulando por Como. Su madre consigue llevarle a Cometa, aunque cuando se entera de que allí puede haber una escuela intenta escapar. Pero la propuesta es otra: aprender un oficio. La idea de ganar dinero no le disgusta, pero le da miedo fracasar. Paolo Binda, responsable de Cometa, le acompaña para hacer prácticas en un hotel en el lago. Durante la entrevista, el maître pregunta en un momento dado: «¿Me puedo fiar de este chico? Necesito uno bueno». «¡Claro! Es buenísimo, sabe hacer de todo. Te doy mi palabra», responde Binda. Alessadro se queda descolocado, le parece imposible que un adulto prácticamente desconocido se fíe así de él. Durante las prácticas da el máximo de sí mismo, apasionándose por el trabajo. Y al acabar, dice a sus padres: «Vuelvo a estudiar, pero en Cometa».

La nada de David, el aburrimiento de Alessandro, ese nihilismo serpenteante «es un dato de hecho», explica Erasmo. «Los jóvenes tienen razones para ser así. Nada funciona. Las grandes “propuestas” se han agotado. El comunismo ha caído, el consumismo está llegando a su fin. Las palabras ya no sirven, porque son contenedores vacíos. ¿Les vas a hablar de la familia cuando la mayoría están deshechas, de una belleza que ellos no ven? La única posibilidad es que lo puedan experimentar ellos, que vean que les “conviene”. Pero eso solo es posible dentro de una relación privilegiada, es decir, dentro de una paternidad que no es obligatoriamente fisiológica. Así fue para mí al principio». El principio es su encuentro con don Giussani, hace casi cuarenta años. Erasmo, diseñador de éxito con una vida prácticamente “perfecta”, se encuentra delante de alguien que «cuando me hablaba hacía que mi corazón saltara. Nunca antes me había pasado. Me propuso abrir mi familia a la acogida, justo a mí, que poco antes había rechazado la posibilidad de tener hijos naturales. Obedecí porque percibí una correspondencia con mi vida, un plus para mí. En aquel momento no era más que un presagio, pero lo vi claro. Fue el descubrimiento de la paternidad y ahora, leyendo la Jornada de apertura de curso y repasando mi historia, puedo decir con más conciencia que fue el descubrimiento de la autoridad, es decir, de algo que ya es imprescindible en mi vida».

Erasmo Figini

Con los años, esa paternidad se ha renovado y restituido con los hijos que han acogido. A veces de manera dolorosa. Antonio tenía diez años cuando cruzó la puerta de Cometa. Por decisión del Tribunal, le alejaron de su familia de origen, que luego se trasladó al sur. A los 19 años le dijo a Erasmo: «Me voy. Vuelvo con mis padres». Pero mantienen la relación. Erasmo va a verlo, sin pedirle ni pretender nada. Un día el chaval le llama. Gritando de rabia le dice: «¡Os odio porque me habéis dado una conciencia que ya no me permite hacer lo que quiera!». Lo que quiere, lo que quieren sus padres biológicos, no se corresponde con la experiencia de plenitud que ha vivido en Cometa, y tampoco se corresponde ya con él. Aguanta un poco, y más tarde regresa a Como. Hoy está casado y tiene dos hijos acogidos. «En Antonio volví a verme a mí mismo, mi recorrido. Paternidad significa hacer experimentar al otro su libertad. Es decir, acogerlo, acompañarlo para que aflore su yo. Eso es posible dentro de un perdón mutuo, que se renueva todos los días».

Según los psicólogos, Giacomo (nombre ficticio) estaba en la peor situación posible para un niño: abandonado primero por su madre biológica y luego por la familia adoptiva. Para él, la palabra familia solo tenía una acepción negativa. Llegó a Cometa durante unas vacaciones navideñas. «No me gustaría que tuviera que pasar estos días en un centro», les dijo el asistente social. Solo serían unos días. Pero nunca se marchó. Hay muchas situaciones complicadas, «pero él, en su experiencia de acogida, encontró una paternidad dispuesta a perdonar, a volver a empezar siempre de cero», dice Erasmo. Hace dos años, pidió permiso para hacer una fiesta. Todos pensaban que sería por su cumpleaños. En cambio: «Quiero celebrar la familia. Porque después de siete años, me siento en familia».

En la organización familiar, a Erasmo le toca a veces dar el biberón. «A mis sesenta años, ¿quién me manda hacer esto? Y vuelvo a ver que no solo me conviene, sino que me corresponde. Lo veo cuando al alba este bebé me agarra la mano, apoya su cabeza en mi espalda. Y de verdad que no estoy hablando de nada sentimental. Tendría que estar desesperado, pero en cambio vivo mejor. Para mí, la paternidad es acoger de manera amorosa a este pequeñín, único e irrepetible, que Dios me ha puesto al lado, es decir, desear ser su compañero de viaje. Pero eso es posible porque estoy en Cometa. La paternidad es este lugar. Este es el camino que Dios ha querido para mí».

Ocho de la mañana, un chaval se acerca a Erasmo, le da un abrazo y le dice: «“Tío”, ya te echaba de menos. Nos vemos luego para tomar un café. ¿Te gusta mi abrigo?». «Interesante». Cuando no está fuera por trabajo, Erasmo sale todos los días a la puerta de Cometa a recibir a los chicos. «Cuando llegó ese chico, no se lavaba, digamos que su comportamiento no era precisamente impecable. Pero se fio, gracias a las relaciones que hizo, experimentó que estudiar, lavarse, comportarse de una determinada manera es mucho mejor. Te lo muestra incluso físicamente, dándote un abrazo. Para mí es como el bebé al que doy el biberón».

Antes de empezar las clases, en la capilla de Cometa se celebra la misa. «Me sorprender ver cuántos jóvenes participan. Para algunos significa tener que despertarse al alba para poder llegar a tiempo. Ahí está el origen de nuestro ser, de nuestra paternidad. Nunca hemos tenido que explicarlo. Ellos lo han visto».