Fabio Saini, a la derecha, con sus hermanos Andrea y Lucia

Con el corazón en el trabajo 1. Del chocolate a la vida: cuestión de gusto

El abrazo de un amigo y una mirada nueva al frente de la empresa. Pero no solo eso. La historia de Fabio es la primera de una seria que muestra cómo la fe puede cambiar (y sacar provecho) el modo de hacer el propio oficio
Paolo Perego

Es cuestión de gusto. De chocolate, para ser exactos. Pero también de la vida. En el fondo, es una búsqueda continua de la calidad cotidiana, «algo que esté verdaderamente a la altura de la belleza que he encontrado». Fabio Saini, 45 años, es un empresario de Arona, en la provincia de Novara, frente al Lago Mayor. Junto a Lucia y Andrea, dos de sus cinco hermanos, está al frente de Laica, empresa productora de chocolatinas que fundó su padre en 1946 y que hoy factura 50 millones de euros al año y cuenta con 250 empleados en temporada alta.

La pasión de Fabio, ingeniero metido ahora a director técnico del establecimiento, viene de lejos. «En casa nunca sabíamos nada del chocolate. Papá dejaba el trabajo fuera, aunque alguna vez, cuando ya éramos mayorcitos, en verano nos llevaba a la fábrica a embalar para ganarnos un par de liras». Hoy, con camisa y gorra corporativas, habla de su padre, que se quedó huérfano a los 21 años. «Mi abuelo murió fusilado por los fascistas por oponerse a que secuestraran la carga de su molino, uno de los más modernos de Europa entonces, donde trabajaba mi padre». Dos años después nacía la chocolatera. «No sé muy bien cómo se le ocurrió. Pero recuerdo que nos contaba que pasó mucho tiempo viviendo con una tía y que por las tardes iba a comer pan cerca de una fábrica de chocolate… Se comía el pan sin nada, pero el aroma del cacao decía que le daba un sabor más rico».

En la línea de producción

Cuatro ingredientes en total: azúcar, leche, la masa y la manteca del cacao, so la base de todo lo que sale de Laica, desde las monedas de chocolate hasta las tabletas. «Y luego está la receta típica de cada empresa», con máquinas especiales, procesos de producción y “fórmulas” secretas. ¿Eso es todo? ¿Basta con hacer que una empresa funcione? ¿Qué tiene que ver con eso la búsqueda del gusto de vivir?

«Para mí, desde hace unos años, ir a la fábrica coincide con descubrir qué tiene que ver la fe con el trabajo». No se trata de un problema teórico, un cliché que aplicar, «todo lo contrario. Es un gran deseo de que la vida sea “una”». Profundizamos en ello durante una cena con él, su esposa, sus cuatro hijos y un par de amigos, para entender mejor este nexo.

Empezamos desde lejos. Con una madre «que siempre educó a sus hijos en la fe, viviéndola ella en primera persona». Luego, en la universidad, conoció a Maura, su mujer, y el movimiento de CL, al que ella pertenecía. «Me parecía interesante, aunque entendía poco de Giussani y algunas relaciones no me gustaban. Pero con el tiempo, los amigos de Maura empezaron a ser también amigos míos». Pero no le bastaba. «Me parecía poco. Incluso después del matrimonio. Tenía un buen trabajo, una casa preciosa, una hermosa familia que iba creciendo… Casi de película, pero siempre insatisfecho. Empecé a implicarme en la jornada de recogida de alimentos, los Bancos de solidaridad, la caritativa de la caja… Todo seguía resultando demasiado estrecho». Hasta que se encontró con Andrea Franchi, presidente de los Bancos de Solidaridad. «Le había escuchado en un evento, y me acerqué a conocerlo. Él hablaba de un cristianismo que me interesaba. Hablaba de la unidad de la persona, de poder vivir la vida unida, no en compartimentos estancos». Invitado a unas vacaciones de verano en La Thuile, Fabio se encontró a Andrea esperándole en la puerta del hotel. «Estaba allí por mí. Era Otro que venía a abrazarme, tal como yo era. A partir de ahí, todo cambió». Aquel abrazo se convirtió en un criterio nuevo también para ir a trabajar. «Como una nueva mirada, mía pero que no nacía de mí, sobre todas las cosas».

«Yo había cambiado, en la manera de actuar y de estar en la empresa, y en el modo de mirar ciertas cosas». Como, por ejemplo, el proyecto de ampliación de la empresa. «Se trataba de abrir un nuevo almacén para hacer que la producción fuera más eficiente. Trabajé con mi hermano Andrea durante meses… Cuando estábamos a punto de acabar, me llama mi hermano y me dice: “he pensado que podríamos hacerlo de otra manera”. ¿Cómo? ¿Después de todo lo que habíamos hecho? Podía reaccionar así o tomarme en serio la novedad que él me proponía, quizás se me había escapado algo». Unos años antes esa opción no se me habría planteado. «En cambio, lo revisamos todo y vimos que la propuesta de mi hermano podía servir en otro proyecto». ¿Pero qué tiene que ver con eso la fe? «Es algo que te permite no estar a la defensiva». ¿No basta con el genio emprendedor? «No lo sé, creo que es difícil. Uno siempre depende de algo. Estamos hechos así. Si no dependes de Dios, ¿de qué dependes?, ¿de tu orgullo? Apoyarse en uno que te abraza, como a mí, te pone en una posición de libertad y apertura. Yo antes no era así. Con mi hermano habría reaccionado instintivamente». Maura lo corrobora. «No es que uno de pronto acepte las cosas sin más. Aquella vez Fabio estaba muy enfadado. No es fácil, él tiende a tenerlo todo bajo control, y normalmente un empresario se ciñe a su propio proyecto. Es evidente que poco a poco ha dejado entrar otra cosa».

¿Qué? «Recuerdo, por ejemplo, cuando mi hermana Lucia se quedó en casa durante su maternidad», explica Fabio. «Su trabajo cayó sobre mis espaldas. Normalmente me gusta resolver problemas pero llegó un momento en que era demasiado, me agobié. La realidad que tenía delante no podía ser solo una serie de cosas que arreglar». Esa sensación de ahogo fue una brecha que rompió su esquema. «La realidad sucede y te descoloca». Te cambia. No es que de repente te vuelvas “más bueno y magnánimo”, «no. Pero poco a poco no consigues afrontar nada sin pensar en el abrazo que has recibido».

Como con un colaborador que, incluso con un aumento de sueldo, amenazaba con irse porque le había surgido otra oportunidad profesional. «Un gran tipo, que llevaba mucho años con nosotros. Nos mandó un mail bastante grosero, poniéndonos en duda, que nos molestó mucho. Mis hermanos y yo le podríamos haber dicho que se fuera». ¿Pero? «Te preguntas por qué lo ha hecho, qué razones tiene, a qué necesidad está intentando responder. Pero eso solo es posible porque también tienes en mente lo que verdaderamente necesitas tú mismo». Fabio habló con él, le explicó sus razones, lo “abrazó”. Él lo entendió y pidió disculpas. Unos días más tarde se cruzaron durante la pausa para comer y le dijo a Fabio: «pero… tú me quieres un poco».

Cuando nada te basta, tienes que pedir ayuda. «Nos pasó con un grupo de empresarios amigos». Dos empleadas se habían peleado duramente en la empresa. «Una de ellas fue despedida», cuenta Fabio. «Nadie tenía nada que decir, se trataba de un hecho grave. Pero un juicio tan esquemático se me quedaba estrecho. ¿Qué había realmente en el fondo de aquella historia, de esas personas?». Comentándolo con algunos amigos, surgió una idea. Fabio intentó hablar con ambas. «Con una la discusión fue difícil. Con la otra, la del despido, la situación era compleja. Le dije que propondría a todos los empleados que la volvieran a aceptar, siempre y cuando ellas estuvieran de acuerdo». Pero no era suficiente. «La invité a venir a preparar conmigo las cajas de alimentos del Banco de Solidaridad porque allí mis amigos y yo aprendemos a estar delante de nuestro propio corazón necesitado. Vino encantada, se sentía acogida». Pocos días después, en la cena de Navidad de la empresa, Fabio habló con los demás empleados. «Propuse su reincorporación pero solo algunos dijeron que sí, así que no pudo volver. Pero no me escandaliza. Mi mirada nacía del reconocimiento de un abrazo que yo he recibido, y sin eso uno no puede entender…».

La realidad, mirada así, se hace más fecunda. «Por naturaleza, un empresario es uno que tiene que meter las manos en la realidad. Según su consistencia, es decir, en función de “de qué depende”, podrá captar la positividad de lo que sucede ante sus ojos». Pero no solo eso. «La gran posibilidad es descubrir que el otro es un don. Un colaborador no es solo un operario sino una posibilidad de bien para mí». ¿Eso marca la diferencia? «No siempre funciona. Ni siquiera sé si podría haber una estrategia empresarial mejor. Pero mi historia es esta. Cualquier circunstancia vivida así es ocasión para crecer un poquito, y para saborearla».