San Ricardo Pampuri

San Ricardo Pampuri. El mayor milagro es que somos amados

Sábado 7 de septiembre, peregrinación a Trivolzio. Ante el jubileo por los 30 años de su canonización, recordamos cómo nació la devoción de don Giussani por san Ricardo. Así lo cuenta la biografía de Savorana
Alberto Savorana

En el mes de enero de 1995 Giussani se enteró por una amiga de los Memores Domini, Cristina Bologna, de una curación inexplicable atribuida a san Ricardo Pampuri (1897-1930), médico de la orden de los hermanos de san Juan de Dios, muerto jovencísimo y canonizado por Juan Pablo II en 1989. El mismo Giussani refirió los hechos tal como se los habían contado: «Una pariente de una amiga nuestra de Coazzano enferma muy gravemente de la médula espinal: trasplantes y autotrasplantes, una de las cosas más graves que haya. Y Laura le dice a esta compañera suya: “Hagamos una peregrinación aquí cerca, a san Pampuri”. Daos cuenta de que eligieron a san Pampuri porque estaba más cerca y esto no producía escándalo alguno; si hubiera estado más cerca la Virgen de Caravaggio, habrían ido a Caravaggio. Y van allí, compran una imagen del santo y Laura le dice a Cristina, su amiga: “Nosotras tenemos necesidad de lo concreto, así que toca con tu imagen los vestidos de san Pampuri”. Y ella toca con su imagen el gorro de su uniforme de la banda musical. Van al hospital y se la dan a la mujer enferma. Mientras están allí todavía leyendo la oración, llega el médico con el resultado del último examen: “Debo de haberme equivocado –dice muy agitado– hagamos un nuevo examen”. Media hora después llegan los resultados ¡iguales que los de antes! Entonces el médico dice: “Mirad, tenéis derecho a hablar incluso de milagro. Váyase usted a su casa”. “¿Cómo?”. “¡Váyase a casa, está curada!”». Comentando el episodio, Giussani exclamó que esto había sucedido «no hace dos mil años para la viuda de Naín, sino ahora». Y añadía: «bajo todo esto se oculta el desarrollo de la jugada más “astuta” que Dios le hace al hombre».

Desde aquellos días de enero, Giussani empezó a recomendar prestar atención a la figura de ese joven santo: «Rezad a san Pampuri, porque san Pampuri es algo espectacular. Pensad que nació en nuestros campos, confundiéndose con todas las cosas que había, era una brizna de hierba como las demás, una flor como las demás, un árbol como los demás, un campesino como los demás, un médico como los demás, un profesional. Rezad algún Gloria a san Pampuri –debemos valorar a los santos que Dios nos ha dado entre nosotros, en nuestra época y en nuestra tierra–. Tenemos que invocarle: un Gloria a san Pampuri todos los días». Él mismo dará ejemplo: desde entonces, en efecto, la iglesia de Trivolzio, en la que se conservan los restos de san Pampuri, se convertirá en una meta habitual; de hecho, él mismo irá frecuentemente en coche desde Gudo Gambaredo, donde vivía entonces.

Giussani hizo que se publicara en el número de Tracce de febrero de 1995 la carta de Cristina Bologna, junto a un artículo sobre la figura del santo. Y de repente el párroco de Trivolzio, don Angelo Beretta, empezó a recibir llamadas de teléfono de todas partes: eran personas que pedían información sobre los horarios de las misas y las posibilidades de rezar delante de la urna del santo. Gracias a Giussani, «llegaba gente de toda Italia de todo el mundo a honrar a san Ricardo», declara don Angelo, que recuerda su primer encuentro en 1995: «Me habían telefoneado para decirme que iba a venir un “cura” a las 11.00 para celebrar misa en honor a san Ricardo, salí a la plaza de la Iglesia y vi que llegaba monseñor Giussani. (…) Tras pocas palabras, parecía que me conociera desde siempre. Celebró la santa misa, y luego vino al oratorio a tomarse un café». Los dos sacerdotes hablaron largamente, «luego me dijo que por qué no compraba una antigua granja que estaba al lado de la plaza y que acababa de quedar deshabitada, para crear un lugar de acogida. Yo estaba perplejo, pero él me animó».
Don Angelo recuerda: «Luego vino otras veces, casi todos los años, a celebrar la santa misa y una vez (…) también para una boda».

Giussani habló en muchas ocasiones de san Ricardo, subrayando su proximidad a su propia vida: «Dios expresa su presencia en el tiempo, el signo de su presencia, a través del milagro de la santidad. El milagro tiene que venir de algo cercano, de algo que esté dentro de nuestro horizonte. Y así, el lugar en donde nació san Ricardo Pampuri está dentro del campo visual de Gudo: desde el último piso de Gudo (de la casa donde vivía Giussani, nda) se ve Trivolzio».
Y subrayaba de nuevo la cercanía y la normalidad de la vida de Pampuri: «En la historia de la gran amistad cristiana, san Ricardo se revela como un hermano mayor, que indica a nuestra vida, poco evolucionada aunque deseosa de la santidad, la raíz de lo que cuenta, esto es, la pertenencia a Cristo, y el camino que ella abre, el seguimiento a Él. La suya no es una historia clamorosa en cuanto a obras, si bien la extraordinaria participación del pueblo en sus funerales demostró cuánto había trabajado entre su gente y con qué amor».

Lo que le sorprendía a Giussani era que san Ricardo «no llegó a ser grande por haberse comprometido de forma voluntariosa a afrontar la realidad, cosa inevitablemente destinada a provocar desilusión por el pecado original de nuestros progenitores». Por el contrario, «es para nosotros un testimonio clarísimo de lo que dice san Pablo de sí mismo: “Aun viviendo en la carne vivo en la fe del Hijo de Dios” (Ga 2,20). Y aunque la vida de san Ricardo fue breve, señalará para siempre el destino para el que estamos hechos: reconocer a Aquel que está entre nosotros, el rostro bueno del Misterio que hace todas las cosas, presente aquí y ahora».
El 9 de diciembre de 1995, durante los Ejercicios espirituales de los universitarios de CL, Giussani volvía a hablar de san Ricardo leyendo la carta que había recibido de una estudiante que, para curar un tumor, se estaba sometiendo desde hacía un año a ciclos de quimioterapia, pero la situación empeoraba progresivamente. Acogiendo la invitación de Giussani, la joven fue muchas veces a Trivolzio para invocar la intercesión del santo médico. «El 2 de noviembre, día de los Difuntos, me citaron en el hospital; después de una larga espera quedó libre una habitación: era inminente el trasplante de médula. No estaba tranquila, sabía que era una operación difícil y dolorosa (…), las enfermeras me pusieron el camisón y me llevaron a cortar el pelo: parecía que todo estaba a punto de cumplirse. Me pasaron mil pensamientos por la cabeza, pero solo uno tomó forma: pedí al Señor que me hiciera partícipe de su pasión, que no desperdiciara nada de mí. Le pedí poder entregar mi vida por usted, don Giussani y por mis amigos. En aquel instante me invadió una calma, una paz sorprendente. Tenía miedo del dolor, de la muerte, que en aquel pasillo del hospital, entre las habitaciones estériles, se intuía aunque no se viera. (…) Deseaba vivir mi anonadamiento no como desesperación, sino como sacrificio. Estaba completamente confiada, podía sucederme cualquier cosa. Pero ya estaba salvada, porque estaba en relación con el Eterno. Cuando pienso en ello ahora, quisiera poder vivir toda mi vida como aquel momento. Miraba mis manos, mis pobres manos que se iban a llenar de pequeños tubos y agujas, miraba el rostro de mi padre, sufriente pero dulce».

La mañana y la tarde transcurrieron entre pruebas de todo tipo, repetidas muchas veces. Y por la noche llegó el resultado, absolutamente imprevisible: no había necesidad de diálisis ni de trasplante, «la médula había comenzado de nuevo a producir sorprendentemente por sí sola. Era como si mi cuerpo, inmóvil y mudo desde hacía más de un año, de repente hubiera vuelto a funcionar como antes. “Cosas que suceden, dijeron los médicos. Los tratamientos han hecho efecto finalmente”. ¡No me basta! No me puede bastar una respuesta así. Les miré aturdida e incrédula. (…) Él me ama. Todavía no comprendo lo que puede haber sucedido, o al menos lo sé, pero tiemblo solamente de pensarlo. Y estoy inundada de gratitud».
Al terminar la lectura, Giussani comentó: «Estas personas, en la historia del hombre y en nuestra historia personal, son objeto de una iniciativa particular, inexplicable para el hombre. Pero una voz lo dice, su misma voz: (…) “Él me ama”. (…) El mayor milagro es que somos amados. Es lo que ha sentido nuestra amiga (…). Sois amados. Este es el mensaje que llega a vuestra vida, lo queráis o no lo queráis».