Vilna

Lituania. Lo positivo que hay

Ha desarrollado la cultura de la acogida allí donde solo había internados de carácter soviético y leyes sospechosas de la familia. Y lo ha hecho mediante el testimonio. La historia (y el método) de Sotas
Luca Fiore

La sede de Sotas se encuentra en Verkiu, un barrio popular en la periferia de Vilna, lleno de bloques de cemento armado, lejos –no solo geográficamente– del elegante centro histórico de la capital lituana. Sotas, sobrenombre de los “Voluntarios del servicio social”, se dedica a los huérfanos, menores acogidos y familias en situación de riesgo social, grupos vulnerables de los que Lituania está aprendiendo a ocuparse de un modo nuevo. Pidiendo ayuda incluso a sujetos no estatales, como es el caso de Sotas.

Independiente desde 1990 y miembro de la OTAN y de la Unión Europa desde 2004, Lituania parece oscilar entre dos complejos: el de no haberse emancipado todavía del todo de la herencia soviética, y el de no haber sido aún reconocida como país europeo de pleno derecho. En todo caso, en las tiendas se paga con euros desde hace once años y en las universidades los estudiantes han nacido ya después de la independencia. El pueblo lituano es el más europeísta de todos. La tasa de confianza en las instituciones de Bruselas es la más alta de la Unión (66 por ciento, frente al 44 español y el 36 en Italia).

«Sotas nació en 2002, en vísperas de la entrada en la UE», explica Lijana Gvaldaite, una de las fundadoras de esta ONG. «Al principio nos dedicábamos a las adopciones internacionales y a distancia en colaboración con AVSI, pero nuestro mayor trabajo ha sido desarrollar la cultura de la acogida, con formación y acompañamiento a las familias acogedoras».

A principios de los años dos mil, el modelo de asistencia para huérfanos y menores separados de sus familias seguía siendo el soviético del internat, el orfanato estatal, donde se dejaba a los niños hasta su mayoría de edad. «Pocos sabían qué era la acogida, casi nadie hablaba de ello. Así que cuando las instituciones abrieron esta posibilidad, empezamos a promoverla en los medios y ofrecer cursos de formación». El método era el testimonio. Primero con historias de parejas que venían de Familias para la Acogida en Italia y, con el tiempo, con casos de acogida en Lituania.

Hoy esta ONG es una realidad sólida, con 15 empleados que, además de los cursos, el acompañamiento a familias acogedoras y las adopciones internacionales (26 casos complicados solo en 2018), ha abierto un centro diurno para menores de familias en situación de riesgo en Verkiu. «Sotas ha contribuido a un cambio de mentalidad en este ámbito», afirma Tomas Milevicius, funcionario del Ministerio de Servicios Sociales y miembro del Consejo directivo de la ONG. «Al principio, el Estado no sabía si fiarse de organizaciones como la nuestra, pero con el tiempo se ha generado una estima que antes era impensable».

Cuando los empleados de la ONG hablan de su trabajo, en lo que más insisten es en el método. «Lo hemos aprendido de AVSI, que ha intentado traducir los principios de la Doctrina social de la Iglesia», cuenta Nijole Gikniene, que trabaja en Sotas como asistente social desde 2004. «Los hemos sintetizado en cinco puntos: centralidad de la persona, partir de lo positivo, actuar juntos, subsidiariedad y partenariado. Con el tiempo hemos intentado modelar nuestro trabajo según estos criterios». Lo que eso significa lo explica con detalle Andrius Atas, psicólogo. «Cuando nos encontramos con una familia con problemas, no analizamos la situación detallando sus dificultades, sino que buscamos los recursos positivos de las personas implicadas. Relaciones, capacidades, deseos. La gente no se da cuenta de lo positivo que hay en su vida. Si se lo haces ver, cambian de actitud e intentan volver a empezar».

Vilma Jarmalaviciene, una de las trabajadoras de Sotas

Tanto para Nijole como para Andrius el encuentro con Sotas también ha significado su encuentro con la experiencia de Comunión y Liberación. «Seguir la vida del movimiento me ayuda a trabajar de verdad», afirma él. «He aprendido que no somos nosotros los que cambiamos a mejor el mundo sino que el Misterio actúa y nos hace observar y participar del espectáculo de la vida de esta gente. Cuando ya no sé qué hacer, pienso: “Cristo, haz Tú algo por nosotros, que somos unos pobrecillos”. Esta es la mayor contribución que puedo ofrecer a las personas a las que ayudo. Sé que, incluso cuando parece que estamos en un callejón sin salida, ese no es el fin».

En diciembre Sotas vivió el cambio de dirección, de Paola Fertoli, memor Domini que lleva veinte años en Lituania, a Martynas Palonis, 27 años, que trabaja en la ONG desde 2014. Martynas no participa de la experiencia de CL, pero con el tiempo ha aprendido a valorarla, pues lo considera la fuente del trabajo que hace la organización. Cuenta Andrius que «hace poco, en una reunión con Martynas, dije algo un poco provocador. Sotas no responde ante el Estado ni Conferencia Episcopal lituana, pero lo que hacemos es lo que hace la Iglesia». El joven presidente quería entenderlo bien. «Después de discutirlo me pareció entender lo que Andrius quería decir. Él no concibe la Iglesia como se hace normalmente, es decir, como una organización, sino como el conjunto de hombres que viven su vida como cristianos».

Pero eso no es lo único que Martynas ha aprendido en Sotas. «En la universidad estudié que ayudas a la persona cuando entiendes cuáles son sus carencias y buscas la manera de colmarlas. Aquí, en cambio, se parte de los recursos que ya existen. Este método vale también entre compañeros dentro de las dificultades que tenemos que afrontar en el trabajo». Algo de lo que también se ha dado cuenta Andrius. «Lo que nos distingue es la atención a los empleados, el cuidado a los que tienen que ayudar». No es casual que Vilma Jarmalaviciene, después de dos maternidades seguidas que la mantuvieron alejada cuatro años, decidiera volver a pesar de tener varias ofertas de trabajo económicamente más interesantes. «Cuando trabajas, tienes que estar contento. Tengo que enfrentarme a problemas muy serios, pero aquí no los afronto sola».

Kristina Ciginskiene, que se dedica a la gestión de proyectos, cuenta el episodio de aquella vez en que Dalija, una joven con problemas que empezó a colaborar con ellos, dejó una nota en el escritorio (“Perdonadme”) y se fue a intentar suicidarse. «Salimos inmediatamente a buscarla. Por suerte no lo consiguió. Desde entonces ha entrado y salido dos veces del hospital psiquiátrico. Es fácil asustarse ante situaciones así. Pero aquella vez en mí prevaleció la certeza de que ella, Dalija, también era amada por el Misterio tal como era. Pensar esto te responsabiliza y te libera al mismo tiempo».

Paola, repasando sus 17 años en Sotas, piensa sobre todo en una persona: Povilas, un chaval criado en un internat. «Cuando salió, a los 18 años, primero fue a ver a sus padres biológicos, que en ese tiempo habían perdido la patria potestad, y luego vino a verme a mí. Nos habíamos convertido en un punto afectivo para él. No le resolvíamos todos los problemas, pero estábamos con él. Lo acompañábamos en sus dificultades. Eso es lo que podemos hacer».

Con los años, la experiencia y la competencia de Sotas también han obtenido el reconocimiento de la administración municipal de Vilna y de los organismos estatales. La ONG está implicada en el proceso de actualización de la Ley de protección de menores. La normativa, aprobada por primera vez en 1996, está en continua evolución, intentando adecuarse a los estándares internacionales. Pero, sintiéndose tal vez demasiado atrasado, el país ha exagerado su exceso de celo. «Querer introducir en la ley una definición explícita de “violencia” hacia un menor, como pasó en 2017, significa introducir automatismos que reducen la posibilidad de comprender la naturaleza y el contexto de lo que pasa en una familia», explica Lijana contando el caso de una madre denunciada por haber dado un bofetón a su hijo y que acabó en la cárcel por esto. «Nuestra contribución en este debate consiste en hacer entender que el niño debe ser tomado en consideración dentro de su familia y no, como se hace ahora, prescindiendo de las relaciones que lo constituyen. Ver al menor dentro de su familia cambia hasta el enfoque de la asistencia social. La ley lituana actual mira con sospecha a la familia. En las comisiones en las que se nos ha invitado a dar nuestro parecer, estamos intentando abrir paso a la idea de que debe existir la posibilidad, allí donde es posible, de encontrarse, ayudar y acompañar a los padres con dificultades. Así es como se protege verdaderamente a los niños».