Padre Zacharie Bukuru

«Así continúa el testimonio de los 40 jóvenes mártires de Buta»

«Si no hubiéramos perdonado, estaríamos muertos de corazón». De la matanza de sus alumnos al camino que le ha llevado a fundar el primer monasterio masculino de Burundi, donde educan a los jóvenes en el trabajo y en la paz. Habla el padre Zacharie Bukuri
Luca Fiore

«Para salir, hemos tenido que hacer un camino de memoria». Son palabras del padre Zacharie Bukuru, antiguo rector del Seminario menor de Buta, en Burundi, pensando en las consecuencias de la masacre de cuarenta de sus alumnos el 30 de abril de 1997. «Empecé a pensar en los años previos al ataque. El Señor nos había preparado. Llevaba diez años preparándonos. Nos dio muchos signos. Nos habló en la oración. Lo que pasó es algo que supera la comprensión humana. Parece inconcebible que un hecho así se pueda vivir con alegría».

Absolutamente inconcebible. Pues la crónica de los hechos es la que sigue: eran las 5.30h de la mañana, un grupo de dos mil rebeldes hutus llega al seminario, donde los 250 alumnos todavía duermen en sus habitaciones. En una de ellas están los más pequeños, de 13 a 15 años. En la otra están los que tienen hasta 24 años. Los militares entraron en esta última y ordenaron: «Los hutus a un lado, los tutsis al otro». Pero los chavales no obedecieron. Se agarraron de la mano. Alguien dijo: «Todos somos burundeses, todos somos hijos de Dios». Primero una ráfaga de kalashnikov, luego una bomba de mano. Una masacre. Algunos supervivientes contaron que oyeron a algún compañero diciendo en voz alta: «Señor, perdónalos porque no saben lo que hacen». Es uno de los episodios más trágicos de la guerra civil entre hutus y tutsis, que sacudió el país entre 1993 y 2005 y acabó con la vida de más de trescientas mil personas. Hoy la iglesia del seminario se ha convertido en el Santuario de Santa María de la Paz, donde descansan “los 40 mártires de la hermandad” de Buta, meta de peregrinación para miles de burundeses.

Las tumbas de los 40 mártires de Buta

El padre Zacharie pasó por Italia hace unas semanas para participar en un encuentro con los alumnos del Liceo Sant’Alessandro de Bergamo, que están trabajando en la traducción del libro Los cuarenta jóvenes mártires de Buta, donde relata su experiencia antes y después del martirio de sus alumnos. «Al principio no tuve tiempo de parar. Había que dar sepultura a los muertos y ocuparse de los supervivientes. Y reconstruir los edificios destruidos, era final de curso y no quería que nadie perdiera el año», explica el sacerdote. «Trabajé con todas mis fuerzas para que el seminario volviera a ser la casa de formación que había permitido aquel testimonio tan impresionante. Aquellos chavales mostraron a todo Burundi que el odio no había vencido en ellos».

Pero con el paso del tiempo, en el padre Zacharie sucedió algo que nunca habría imaginado. «Volvió a nacer en mí una vocación que, años atrás, por diversos motivos, no había podido secundar: la llamada monástica. Una primera vez porque mi obispo no quería que me fuera al extranjero después de la caza a misioneros del país en 1979. La segunda porque, tras la muerte de mi padre, tenía que estar al lado de mi familia». Pero tres años después del martirio de sus alumnos, el sacerdote partió hacia Francia y fue a la Borgogna, a la abadía de Saint Marie de la Pierre-qui-vire. Un monasterio benedictino donde comenzó el noviciado. «Pero después de un año sentí de nuevo, en mis oraciones, una voz que me daba a entender que aquel no era mi lugar. Me decía que debía volver a Burundi, precisamente a Buta, y fundar un monasterio en el lugar del martirio de mis chicos. No fue fácil aceptarlo. ¿Cómo era posible? ¿Yo solo? Pero al final me tuve que rendir. Dios me estaba reclamando en casa». Así, en 2004, siendo ya monje benedictino, el padre Zacharie funda, a trescientos metros del Santuario de Buta, la primera comunidad monástica masculina en Burundi.

«Creo que Dios ha suscitado estas vocaciones como continuación de la obra de aquellos cuarenta mártires. Hacía falta un lugar para acoger a los burundeses sedientos de paz, de amor, de una relación con Dios»

«Primero construimos el monasterio. Luego una hospedería para acoger a los miles de peregrinos que llegan al santuario. Tres años después, llegaron los primeros burundeses y la comunidad empezó a crecer. Hoy, en el monasterio de Santa María de la Paz en Buta vive una comunidad de catorce monjes: todos burundeses. «Creo que Dios ha suscitado estas vocaciones como continuación de la obra de aquellos cuarenta mártires. Hacía falta un lugar para acoger a los burundeses sedientos de paz, de amor, de una relación con Dios».

La comunidad monástica del padre Zacharie

Pero como los monjes del primer milenio contribuyeron incluso al desarrollo material de Europa, el monasterio del padre Zacharie dio comienzo también a un servicio para el desarrollo de la región. «Nuestro país vive inmerso en una crisis político-económica muy grave. El desempleo juvenil es altísimo, ni siquiera los que estudian encuentran trabajo. Así que hemos fundado una asociación llamada Base Jeunesse», dedicada a proyectos de agricultura sostenible, medio ambiente y juventud. El monasterio ha comprado los terrenos y organiza cursos de formación para favorecer el pequeño emprendimiento rural. Los jóvenes sueñan con salir del colegio, ponerse una corbata y encontrar trabajo en un despacho, «pero aquí es imposible. Nosotros les ayudamos a tener los pies en la tierra. Y a final de curso les regalamos un cerdo y seis gallinas para empezar su pequeña actividad».

La escuela comenzó en 2016 y, hasta hoy, ha terminado cuatro ciclos. El quinto está pendiente por falta de fondos. «Vemos que estos cursos también suponen una educación en la paz. Venir a estudiar aquí es una ocasión para entrar en contacto con la cultura de la solidaridad y la fraternidad. Les enseñamos un oficio y, al mismo tiempo, comunicamos lo que hemos aprendido de los mártires de buta. No podemos decir que amamos a Dios si no amamos a los hombres, y si amamos a los hombres no podemos dejar de desear promover el desarrollo social del lugar en que vivimos».

Para el padre Zacharie, se les ha confiado una misión evangelizadora. «Desde que los misioneros empezaron a ser perseguidos, somos nosotros los que tenemos que llevar la Palabra de Dios a nuestra gente. Podemos hacerlo si conocemos mejor que ellos el corazón de nuestro pueblo. Los misioneros europeos hicieron un trabajo extraordinario, pero había ciertas cuerdas que no llegaron a tocar». La sensibilidad africana, dice el monje, no es como la europea, que se expresa en una «mística ascendente», pero es capaz de una «mística descendente». «Nosotros nos vemos llevados a expresar nuestra relación con Dios mediante nuestro cuerpo. Bailando y cantando, como hacía David en el Arca de la Alianza. Estoy seguro de que ha suscitado en nosotros una vocación monástica que naciera en tierra burundesa para vehicular mejor los valores cristianos, para que el Evangelio entrara dentro de nuestra cultura y la transformara». Y el valor más importante que se comunica en Buta es el perdón. «Si no hubiéramos perdonado, estaríamos muertos de corazón».

«Mediante acontecimientos trágicos que me ha hecho atravesar, ha decidido hacer de mí en un instrumento suyo. Me ha atraído hacia Él y me ha invitado a subir con Él a la cruz. Y yo he decidido seguirle»

El padre Zacharie describe de un modo muy sencillo la vida de la comunidad monástica. «Es una escuela donde aprendemos a amarnos como hermanos. En la comunidad descubrimos la alegría de ser amados, ayudados, perdonados. Sentimos el calor de la vida familiar. Buscamos juntos a Dios, trabajamos juntos, caminamos con esperanza. Para mí, el monasterio es la antesala del Paraíso». Igualmente sencilla es su respuesta a la pregunta sobre quién es Jesús en su vida: «Un amigo. Un amigo que me quiere. Y al que he decidido darle la vida. En estos veinte años he visto que mi relación con Él se ha profundizado. Mediante acontecimientos trágicos que me ha hecho atravesar, ha decidido hacer de mí en un instrumento suyo. Me ha atraído hacia Él y me ha invitado a subir con Él a la cruz. Y yo he decidido seguirle».