Silvia Fasana y Roberto Avallone con Giacomo recién nacido

Dubai y la voz en el desierto

Nació en los Emiratos Árabes. Donde está prohibido abortar, excepto por su patología. La historia de Giacomo Avallone, que vivió ocho horas y que “contó” a todos qué es la vida. Como se lee en el diario escrito por su madre
Alessandra Stoppa

Cuando Silvia empieza su diario, Giacomo está allí, en su vientre, todavía pequeño y sin cerebro. Le está acompañando a nacer aun sabiendo que no podrá vivir. Una de las frases más bonitas que escribe, a lo largo de esos 9 meses, es esta que estalla en su corazón: «Estoy tan orgullosa de ti». Es la admiración de las madres por sus hijos al verles crecer y afrontar decisiones clave. Silvia está orgullosa de su Giacomo por todo lo que le enseña con tanta fuerza: «Me está cambiando». Giacomo nació el 28 de febrero de 2016 y vivió 8 horas. «Una vida pura y plena», escribe la madre.

La primera consulta. Silvia y Roberto se casaron en 2009. Ella obstetra, él ingeniero. Ya desde el noviazgo, advierten el deseo de tener una experiencia en el extranjero y, en cuanto hubo una propuesta de trabajo para él, se van: Dubai, Emiratos Árabes. Es el año 2011. Desde entonces viven en ese mundo, muy lejos en todos los aspectos de su vida en Milán, con tres hijas pequeñas: Viola, Rachele y Stella. En julio de 2015, descubren que esperan a Giacomo, el primer varón de la familia Avallone. Con él empieza su camino, con el deseo de acoger totalmente a ese hijo, y de hacerlo en Dubai, en la ciudad reluciente, perfecta, puntera, sin mendigos, sin problemas, en una franja de tierra entre el mar y el desierto, entre la torre más alta y el hotel más lujoso. Donde «no caben el dolor y la pobreza». Y donde rige la sharía, según la cual abortar está prohibido. Excepto en un caso: anencefalia.

La familia Avallone: Silvia, embarazada, junto a Roberto y sus tres hijas

En el diario (que se ha convertido en libro), Silvia relata todo lo que vive desde esa primera consulta de control, donde acude sola ya que Roberto está en Italia. Le preguntan si quiere someterse a un screening del síndrome de Down. Se nieva. «Decidida y orgullosa, pensé: “Seas quien seas, te quiero y estaré contigo”». La doctora empieza la ecografía vaginal. De repente, dice: «Hay un problema en la cabeza. No tiene huesos». Silvia recuerda el dolor más agudo de su vida. La vida que se detiene.

«Lo único que se puede hacer en estos casos es abortar». Son las palabras que escucha. Y también: «¡Ya tienes tres niñas!». Sale tambaleándose del Fetal Medical Center. Roberto vuelve al día siguiente, y decide no decírselo por teléfono. Cuando hablan, él está contento, le envía fotos sonrientes con los amigos de Italia: «Al verlas me eché a llorar. Entendí cómo todo, de repente, puede cambiar». Tenía que volver a casa con sus hijas, darles de cenar y acostarlas sin desesperarse. «Creo que esa noche fue el momento más difícil. Sentía crecer en mí una angustia cada vez más intensa. Preguntaba al Señor: ¿Por qué? ¿Por qué nos pides esto? ¿Y por qué me lo has hecho descubrir estando sola?».

El diario de Silvia Fasana, ''Giacomo. Il mio piccolo missionario'' (Itaca)

En esas horas estalla la lucha, la aceptación del deseo de interrumpir el embarazo, el tormento, y luego la oración, el amor ya inmenso por ese niño, una mirada a la Virgen… «Empezaba a nacer en mí la idea de que Dios nos estaba pidiendo algo grande, aunque fuera algo inmensamente duro». A partir del día siguiente, Silvia y Roberto, entre lágrimas, empiezan a abrazar ese designio misterioso.

«Confiar en Dios era la única posibilidad de verdad para nosotros», cuentan. Y siempre se aferrarán a este “sí”, incluso en los momentos más duros: es el resultado de un camino que han recorrido hasta ese punto dentro del movimiento de CL. Silvia es muy consciente de que no es una cuestión de valentía: «No soy más capaz que otras madres, sin embargo, he recibido una gracia enorme todos estos años, que me ha permitido decir “sí” a un embarazo tan especial». Es también el resultado de muchos “sí” de otras personas, «sin los cuales no hubiese existido el nuestro». Es la compañía que reciben de los testimonios de amigos o de gente que ni siquiera conocen, como Chiara Corbella, y cartas de gente desconocida que se entera de la historia de Giacomo y reza por ellos; la amistad con Elvira Parravicini, neonatóloga en Nueva York, o de padres que han vivido la misma experiencia.

Al tercer mes de embarazo, van a Italia por una consulta y le confirman el diagnóstico: el milagro que pedían no ha ocurrido. Sin embargo, la doctora, a diferencia de lo que pasaba en Dubai, observa con el ecógrafo cada aspecto de Giacomo y se lo describe. «Excepto su problema, vuestro hijo está bien». Roberto siente una incomodidad muy fuerte por esos detalles que le parecen insignificantes. Pero luego se da cuenta de que «esos detalles eran importantes. Mi hijo existía y tenía la oportunidad de acompañarle, aunque por un tramo breve, como con mis otras hijas».

Nada más dar a luz con sor Rachele Fassera

De puntillas. Nacer en Dubai significa peregrinar entre unidades y médicos, un “no” tras otro, buscando a alguien dispuesto a ayudarles a seguir adelante con el embarazo, a obtener comfort care para poder acoger totalmente a ese hijo. «Giacomo es como un evangelizador, un pequeño misionero. El Señor os hace ir hospital tras hospital para decir a todo el mundo que Giacomo existe y que su vida vale». Es lo que le dice, un día, sor Rachele Fassera, comboniana italiana que vive en una de las dos parroquias católicas de Dubai. Ante el diagnóstico es una de las primeras personas que buscan, y con ella encuentran esperanza, la libertad de confiar todas las fatigas, y la sencillez de abandonarse paso a paso. Por la mañana, Silvia empieza a ayudarle en la catequesis. Apunta en su diario: «Voy para percibir sobre mí su mirada, que es la mirada de Dios».

Días tras días crece la conciencia de que aquel hijo está cambiado en primer lugar su corazón: «El mundo te necesita, Giacomo, para salir de su mundo», escribe la madre. «¡Es lo que necesito sobre todo yo!». Cuando incluso el hospital estatal se niega a acompañarles, no se detienen, siguen buscando. Para los médicos, seguir el embarazo con una malformación incompatible con la vida «no tiene sentido». Finalmente encuentran a alguien dispuesto a acogerles, que les permite estar con Giacomo también después de dar a luz, y bautizarlo en un lugar público, algo que no se puede dar por descontado en un país musulmán.

Tras cuatro años viviendo en Dubai, con el deseo de comunicar la fe, la belleza que han encontrado, Silvia y Roberto ven todas sus imágenes de testimonio sobrepasadas por ese pequeñín, sin voz, que “dice” a todos qué es la vida. «Nos enseñas que lo más importante es dejarse amar. Y estar preparado para encontrarnos con nuestro Padre». Son muchas las veces que en su diario Silvia le da las gracias: «Me ayudas a mirar a tus hermanas. A quererlas de verdad. ¡Tú existes, y estás más vivo que todos nosotros!». La vida, en el día día, con él se hace intensa, humana, leal. Incluso en los momentos más difíciles, cuando a Silvia le gustaría estar tranquila y en cambio llora constantemente, cuando se ve abrumada por la rebeldía («a menudo caigo en el deseo de afirmar yo lo que es bueno y lo que es malo»), incluso ahí se deja cambiar. «Haz que crezca mi relación constante con Aquel que te ha querido. Nos enseña que el amor verdadero es gratuito, no espera nada a cambio».

Silvia y Giacomo.

Nunca he negado «y nunca negaré», escribe, «el dolor inmenso y la desmesurada fatiga de abandonarte. Cuento que hemos vivido en el dolor, pero también que hemos hecho verdadera experiencia de una paz y de una alegría inimaginables». En primer lugar, cuando nació Giacomo. Chiara, una amiga pediatra, estaba en el paritorio aquel día: «Tu llegada fue acogida por un profundo silencio y estupor. Tú no hiciste nada. Ningún gemido ni llanto. Solo un leve respirar, casi imperceptible. Nada te ha sacado de tu tranquilidad y compostura». Parecía que no iba a respirar mucho más tiempo, en cambio vivió con ellos ocho horas. Tras conocer a sus hermanitas y a la familia, se quedó en el sofá con su mamá y su papá, ellos le tomaban las manitas y él les apretaba el dedo. «Experimentamos una paz que es de otro mundo», cuenta Silvia. Se quedaron dormidos, junto a él, sin miedo.

Ha sido la reverberación de una vida en su plenitud, por puro amor. «El dolor y la muerte no son el mal absoluto; el mal absoluto es la falta de sentido», dice Roberto que, entre muchas dificultades burocráticas, tuvo que organizar el funeral del hijo antes de nacer. «Con Giacomo hemos aprendido que nada está en nuestras manos», dice. Ni siquiera esa «gracia misteriosa» presente entre ellos, tan evidente para los amigos llegados desde Italia para asistir al funeral. También les ayudó a afrontar «el viaje más difícil de nuestra vida», con el pequeño ataúd en la bodega del avión, para llevarlo a Italia. Si lo hubieran enterrado en Dubai, no habrían podido moverlo en un futuro.

Presente. Al final del diario, Silvia se pregunta: ¿cómo es posible «seguir con la vida después de algo así? ¿Cómo se puede afrontar el inmenso vacío que vivo cada día? Contesta que lo hace «viviendo», agradeciendo «todo lo que mis ojos han visto», y levantándose de la cama cada día, aunque con fatiga. «Nunca hay que dejar de decir sí al Señor y a la vida».

La peregrinación al Sacro Monte de Varese durante el embarazo de Silvia

Giacomo es una semilla plantada en sus corazones y en el corazón de quienes les ha acompañado, como Lara, otra amiga: «Ahora tengo el corazón más grande, asombrado y cierto». Así es para quien se encuentra hoy con él. A lo largo de este año, Silvia ha presentado el libro muchas veces, y está sorprendida por cómo su hijo «continúa su misión». «Me estoy encontrando con una humanidad grande», dice. «Con mucha gente en camino. Y recibo mucho. Algunos con historias similares a la nuestra, otros con vidas normales, pero esto no tiene nada que ver: el problema no son las circunstancias que vives, sino cómo respondes a Uno que te llama. Giacomo tenía su misión y la ha vivido».

Como ellos. Cuando la gente les dice «que lo han hecho muy bien», ella contesta que no, «hemos estado acompañados. Y hemos dicho que sí. Hasta el último día decía a Dios: “No soy capaz de recorrer el camino que me pides, no quiero...”. Sin embargo, si te abandonas, ves el céntuplo». Incluso hoy que «la ausencia es más fuerte».

«No es suficiente con que nos recordemos que tenemos un hijo en el Paraíso», dice Roberto, «hay que vivir cada día este hecho. Es algo que me pasa con mi necesidad. Me choco con toda mi debilidad, sobre todo en las relaciones, pero si antes todo dependía de un esfuerzo mío, ahora me sale espontáneo pedir, mendigar: Giacomo ayúdame, porque he visto algo excepcional y sé adónde quiero mirar. Es una mirada que “gira”, gracias a una experiencia vivida». Como cuando temblaba como todos los padres en el paritorio, sabiendo que su hijo moriría, y dándole el Bautismo, recién nacido, «el culmen de la relación con él. Donarle lo más importante de mi vida».

Están esperando el quinto hijo. Y todo está ahí, el miedo, la preocupación, y este «abandonarse a Dios que he aprendido de mi hijo. Es la única postura verdaderamente humana», dice Roberto. «Pero también está la conciencia de lo esencial que es tu “sí”. Siempre decíamos: no hemos hecho nada malo... En cambio, las cosas que Dios hace pasan a través de tu libertad, de tu adhesión. La belleza que hemos vivido no es el fruto de lo que hemos hecho por Giacomo, es una gracia. Pero sin todo el camino, no la habríamos experimentado».