Si las palabras no bastan

Para explicar a su familia el encuentro con CL, Misha lleva a treinta amigos a su ciudad natal, Gómel. Lo que sucedió en aquellos días y las preguntas que surgieron. «¿Qué tiene que ver don Giussani con todo esto?»
Luca Fiore

Para explicar a su familia el encuentro con CL, Misha lleva a treinta amigos a su ciudad natal, Gómel. Lo que sucedió en aquellos días y las preguntas que surgieron. «¿Qué tiene que ver don Giussani con todo esto? ¿Y qué significa para nosotros, ortodoxos, seguir un carisma católico?»

«Vuelvo a Gómel dos o tres veces al año. Allí viven mi familia y mis amigos, que no tenían ni idea de lo que había encontrado». Misha estudia Teología en una universidad ortodoxa de Moscú y está escribiendo una tesis de doctorado sobre la pedagogía de don Giussani. Gómel, con medio millón de habitantes, es la segunda ciudad de Bielorrusia. Se encuentra al sureste del país, a 200 kilómetros de Chernóbil. Fue uno de los pueblos más afectados por la nube radioactiva de 1986.
«Cuando volvía a mi casa les contaba: “He conocido a unos amigos italianos católicos” o “Este verano estuve en el Meeting de Rímini”. Trataba de explicarme, pero en sus cabezas no aparecía ninguna imagen concreta. Mis palabras no bastaban para describir la novedad que ha entrado en mi vida».
Una de las numerosas iniciativas nacidas de la “Comunidad volante”, el grupo de católicos y ortodoxos que siguen la experiencia de CL en distintas ciudades de Rusia, Bielorrusia, Ucrania e Italia, es la exposición sobre el metropolita Antoni de Suroz, realizada para el Meeting 2015 (v. Huellas 7/2015). También se ha creado una versión en ruso que en estos días está viajando por varias ciudades de la antigua Unión Soviética: Minsk, Vilna, Grodno, Kiev, Odessa, Karagandá, Moscú, Baranavichi. «Vi que mis amigos utilizaban esta muestra como analogía para contar su experiencia en el encuentro con el movimiento. Entonces les pedí que viajara también a Gómel y que alguien viniera conmigo para explicarla».

Un nuevo paso. Lo que pasa en Gómel en la segunda mitad de octubre es algo que marca la vida de la “Comunidad volante”. Los jóvenes ortodoxos se dan cuenta de que no solo han encontrado un modo apasionante de vivir su fe, sino también una experiencia que puede vivificar su propia Iglesia. Es uno de los temas centrales de la Asamblea de responsables de CL con Julián Carrón, que se celebró el pasado mes de marzo en Moscú. Un paso adelante madurado al albur de muchas preguntas. «¿De dónde nace nuestra historia?». «¿Qué es CL de verdad?». «¿Qué quiere decir para nosotros, los ortodoxos, seguir a un movimiento católico?». Y luego: «¿Qué significa para CL que nosotros, ortodoxos, nos reconozcamos en su carisma?». Y a este respecto el guía de CL ha contestado: «Custodio conmigo esta pregunta. Quiero responder siguiendo un camino de amistad con vosotros. Solo mediante la experiencia comprendemos lo que nos acontece. Estoy seguro de que nos ayudaréis a comprender mejor, con vuestra sensibilidad, el don que hemos recibido con el carisma de don Giussani».
Quizás para entender algo más sea necesario volver precisamente a lo que pasó en Gómel. «Una semana antes de la inauguración llegaron Aleksander Filonenko desde Jarkov y Dimitri Strotsev desde Minsk para el acto de presentación», cuenta Misha. «Y Filonenko dijo: “Preparaos, porque cuando yo me vaya pasará algo increíble. Llegará una compañía de amigos que os mostrará el verdadero origen de esta exposición». Naturalmente, creó una fuerte expectativa. Se presentan treinta chicos entre 18 y 25 años, que llegaban desde Rusia, Bielorrusia y Ucrania. No hacen nada especial y, sin embargo, lo que dicen, cómo lo dicen y, sobre todo, cómo están juntos, crea un revuelo.
Entre los amigos que Misha se ha llevado, además de su novia Ania y del inseparable Roman, está también Angela. Ella no sabe qué es la comunidad, y todavía menos qué es CL. «No tenía nada que perder, así que me apunté a la propuesta de Misha y Roman. En Gómel nos turnábamos para explicar la exposición a los visitantes; por lo demás, paseábamos, comíamos y nos tomábamos algo juntos. Pero una noche, mientras cantábamos, sentí una felicidad tan grande que no podía explicarme de dónde venía. ¿Qué era lo que me conquistaba de esa manera?».
Angela participa en la asamblea que Misha organiza al final de la estancia en Gómel: «Estaba allí con estos nuevos amigos y en un momento dado me pregunté: si esto no es experimentar a Dios, ¿qué será entonces?». Empieza a frecuentar la Escuela de comunidad con Misha y Roman: «No sabía nada del movimiento ni de don Giussani, pero pensé que si esa extraña felicidad estaba vinculada a ellos, no podía dejar de ir hasta el fondo para comprender. Dios se asoma a tu vida y no puedes seguir viviendo como antes».

«No soy malo». También participa en la asamblea Yaroslav, llamado Slava, el hermano menor de Misha. «Desde que empecé a tomarme en serio el cristianismo, era duro con él», cuenta Misha. «Le regañaba por la música que escuchaba, criticaba sus opciones y le invitaba, de manera un poco moralista, a venir a la iglesia. Él me decía que le dejara». Pero en esos días la casa está llena de gente y Slava no consigue sustraerse a esa presencia tan imponente. Durante la asamblea, Misha le pregunta qué ha vivido esos días. «Siempre pensé que era demasiado malo para ser un creyente. Estando con vosotros, de repente he descubierto que no soy malo».
Misha vuelve a Moscú con el corazón ensanchado. «Mi familia y mis amigos han visto con sus propios ojos lo que me costaba explicar con palabras». Luego Ania cuenta algo que le ha abierto un nuevo horizonte: «Me di cuenta de que no estaban con nosotros las maravillosas personas que me habían hecho conocer la comunidad, los católicos italianos y Filonenko. Pero estaba aconteciendo la misma belleza que veo y vivo en Moscú. Allí solo había estudiantes. Hasta entonces no había captado hasta qué punto nuestra comunidad estaba ligada al movimiento. Pensaba que la alegría nacía de la oportunidad de estar con personas especiales. En cambio, en Gómel fuimos nosotros los que llevamos esa realidad extraordinaria. Volvía a acontecer para nosotros y a través de nosotros. Empiezo a entender que sin don Giussani, no habría nada de todo esto». Nace en ella el deseo de entender a fondo qué le ha pasado en este encuentro. De ahí arranca el proyecto de una exposición sobre don Giussani visto “con los ojos de los ortodoxos”. La “Comunidad volante” se pone en seguida manos a la obra y se organiza en grupos: Minsk, Moscú, Jarkov, Kiev y Milán. La primera fase del trabajo consiste en que en cada ciudad se lea una serie de textos fundamentales de don Giussani.
Mijail tiene que presentar algunas páginas de El camino a la verdad es una experiencia y “Cuándo es razonable comenzar”, el primer capítulo de ¿Se puede (¡verdaderamente!) vivir así? Tiene veinte años, le echaron de una primera universidad porque no había aprobado suficientes exámenes, y de la segunda se fue él antes de acabar como en la primera. Ahora trabaja como camarero. Los amigos de Moscú le conocen como alguien a quien le gusta bromear siempre. «El primer texto me resulta algo complicado. Pero el segundo es alucinante», dice Mijail: «Giussani explica cuándo es razonable comenzar un camino que no conoces todavía: cuando te mueves para seguir una realidad concreta bella y verdadera que no quieres perder. Si no lo haces, vas en contra de ti mismo. Es lo que me pasa a mí. No entiendo todo ni sé lo que pasará. Pero no puedo dejar de seguir lo que ha entrado en mi vida».
Lydia, de Kiev, ha trabajado, en cambio, sobre el tema de la obediencia. Un problema candente en la confrontación de la Iglesia ortodoxa con la modernidad, visto que su pastoral se centra en la relación personal entre el fiel laico y el sacerdote. ¿Siempre hay que hacer lo que el padre espiritual dice? Y si es así, ¿por qué? «Al cabo de años en la Iglesia me he vuelto alérgica a estos temas. En cambio aquí se habla del nexo necesario entre amistad, libertad y obediencia. Maravilloso. Giussani me ha devuelto el gusto por una palabra muy importante para mí». Y Lydia se lo cuenta a su padre espiritual…
Tatiana es de Jarkov y conoció a Filonenko en el orfanato donde creció (v. Tracce 1/2013). Hoy vive en una casa para discapacitados creada gracias a un proyecto de AVSI. A ella le toca el texto “El yo renace en un encuentro”. Su frase preferida es «no entiendo nada», y en esta circunstancia sus amigos están dispuestos a tomárselo al pie de la letra. Pero ella comenta que estas palabras describen perfectamente lo que ha pasado en su vida. Habla del sacerdote italiano como si le conociera, como si estuviera allí presente y fuera capaz de explicar las cosas: «¡Bravo, Giussani! Esto lo has dicho realmente bien…».
Los comisarios de la exposición tuvieron un encuentro con Carrón en Moscú. Nadia, de Minsk, dice: «A veces pienso que la muestra no deberíamos hacerla sobre Giussani, sino sobre las personas que hemos encontrado: Don Pino, Franco Nembrini, Silvio Cattarina, las Memores Domini de Moscú. Podemos conocer a don Giussani a través de sus rostros. Sin olvidar que el verdadero centro de la exposición es la experiencia de Cristo. Pero aquí hay que crear un nuevo idioma». Carrón no lo duda: «Vino nuevo en odres nuevos. Don Giussani se pasó la vida buscando formas nuevas de expresar la novedad imperecedera que estaba viviendo. Te deseo que tengas por lo menos la mitad de su libertad. Y si no encuentras palabras tuyas, utiliza las suyas. Eso no bloquea la creatividad, la exalta. Para transmitir la experiencia cristiana es necesario que vuelva a acontecer y que se comunique de manera siempre nueva».